lunes, 5 de enero de 2009

LA GUERRA DE LOS MUNDOS


En 1938 H.G. Wells fue el protagonista de uno de los episodios más sintomáticos de lo que iba a ser en el futuro la sociedad de la información y del miedo. Leyó en un programa de radio, como si de una noticia se tratara, un fragmento de su obra La guerra de los mundos en donde se alertaba a la población de la invasión extraterrestre con fines muy poco éticos. Sus palabras provocaron la histeria colectiva e incluso la movilización de grupos de personas en pos de un lugar en el que refugiarse. La gente, siempre ávida de informaciones sin contrastar, creyó y temió, simplemente. Luego vendrían las críticas a Wells, pero la anécdota se encargaría de colocar esa obra entre los libros más vendidos y leídos del género de ciencia ficción.Y he recordado este episodio porque cada vez que se produce un atentado terrorista de la magnitud del último en Bombay los medios de comunicación hablan de guerra entre el mundo occidental y el mundo oriental, de choque de civilizaciones, de guerra contra el terrorismo y otras expresiones que, en ocasiones, no se ajustan a la realidad y caen en razonamientos maniqueos del tipo buenos/malos, amigos/enemigos, sociedades libres/sociedades islámicas, etc., que simplifican peligrosamente la cuestión. Hablar de civilización es hacerlo frente a la barbarie, es apelar a la razón y al reconocimiento de la humanidad de los demás. El significado del término varía, como sostiene Todorov, cuando lo ponemos en plural, civilizaciones, porque designa así elaboraciones históricas que aparecen y desaparecen en el tiempo, esto es, las diferentes culturas. La civilización siempre será una, opuesta a la barbarie. Las culturas, múltiples. El encuentro entre diferentes culturas no produce choques sino préstamos, influencias. Todas las culturas son y han sido mixtas, son mezclas de elementos muy diversos, por eso quienes hablan hoy de multiculturalismo no están diciendo nada nuevo, puesto que toda sociedad y todo estado son multiculturales. Sí es cierto que hay formaciones culturales en donde la religión es un factor, o lo fue, muy significativo, pero en el caso de que se produzcan conflictos violentos no son estos elementos religiosos los que entran en juego, o si lo hacen es de manera encubierta. Las guerras han respondido siempre a razones políticas, económicas, territoriales y demográficas por encima de esos otros factores, desde las Cruzadas hasta la Segunda Guerra Mundial. Además, no hay que olvidar que las guerras religiosas, cuando se producen, tienen lugar, generalmente, en un mismo país, no entre países. No son las culturas las que entran en guerra, ni las religiones, sino las entidades políticas. Los orígenes del terrorismo no son en absoluto religiosos. Su semilla está en la explotación, en la humillación que ha contaminado a los países del tercer mundo, en la desculturización de los sectores sociales más desfavorecidos que viven en ciudades desprovistos de todo, en los barrios marginales en donde los jóvenes viven en la calle rodeados de droga y de violencia. La impotencia de saberse injustamente inferiores en un mundo globalizado que los ha expulsado de la imagen de prosperidad, la envidia y la distancia entre su realidad y su propio sueño y la frustración humana más profunda lleva, sobre todo a estos jóvenes, a adscribirse a prescripciones religiosas manipuladas, erróneas, que aprovechan la situación desesperada para ofrecer la venganza como redención. Podría hablarse de un determinismo social que atañe a los que proceden o viven en países musulmanes, pero cuyos comportamientos dependen de razones políticas, sociales, económicas y psicológicas, no solamente religiosas. No se trata de excusar a los terroristas, al contrario, el Estado de Derecho debe caer implacablemente sobre ellos. Se trata de comprender, de entender el por qué de sus acciones para poder actuar sobre la raíz del problema. La lucha contra el terrorismo es ilimitada en el espacio y en el tiempo. No sabemos dónde están ni cuando atacarán. No es una guerra a la manera clásica. No hay un enemigo claro al que bombardear y no acabará nunca mientras haya situaciones de injusticia permanente en el mundo. El desahuciado no tiene nada que perder ni nada en que creer, por eso puede creer cualquier cosa que le digan. Mientras millones de personas casi no tienen que comer y deben recorrer kilómetros para beber agua, o montarse en pateras y jugarse la vida, o acechar para saltar una valla fronteriza, EE UU y la UE acaban de aprobar la inyección de seiscientos mil millones de dólares y doscientos mil, respectivamente, para salvar la situación financiera. Hay cosas que no se entienden, o mejor, que no deberíamos permitirnos entender.


José María García Linares (08/12/2008)
Foto: Cuadro de Susana Prats

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