lunes, 10 de mayo de 2010

PACTO




Y al final pasó lo que tenía que pasar. Lo que todos sabíamos. Si no hay pacto en materia económica, mucho menos lo iba a haber en cuestiones educativas. El bipartidismo español goza de una buenísima salud y, hoy por hoy, no hay visos de que vaya a enfermar. Es decir, en unos años serán los mismos los que se presenten a las elecciones y los mismos serán sus argumentos. Cansa esto de las dos Españas, sobre todo para unas generaciones que han nacido en el seno de la democracia y para las que las palabras rojo o fascista han perdido gran parte de sus significados. Es evidente que demasiados asuntos quedaron sin cerrar durante los años de la Transición. Han pasado setenta años desde el final de la Guerra Civil. Treinta y cinco desde la Constitución del setenta y ocho. Y nuestro bipartidismo, a diferencia del existente en otros países europeos, sigue anclado en el pasado. Vencedores frente a vencidos. Memoriones frente a desmemoriados. Buenos y malos o malos y buenos. Y así nos va, claro. Además, los símbolos de uno y otro van calando, manipulados, en la gente joven hasta el punto de que la bandera republicana es la socialista y la monárquica la popular… Un disparate agotador. Y luego las tertulias de Intereconomía o Telecinco. O las novelas de Muñoz Molina.


Nuestros políticos de hoy vivieron durante los años de la dictadura militar de Franco, tanto los de un partido como los de otro. Sus decisiones, sus opiniones, su trabajo, bien en el Gobierno bien en la Oposición, está condicionado por ese pasado que forma parte de sus vidas y que los definen inevitablemente. Pero a la vez, son representantes de millones de ciudadanos que nacieron bastante después bajo el signo de la libertad y a los que están atando en debates, enfrentamientos y luchas irresolutas que están determinando su futuro más inmediato. No puede haber pacto educativo de Estado porque no existe ese sentido de Estado en ninguna de las dos formaciones políticas. Ese sentido estatal que propugna Gabilondo lo es pero de Estado Socialista, al igual que el de Cospedal, pero al revés, de Estado Popular. Y así no se llega a ningún puerto. Mientras tanto, el número de parados no deja de crecer y el del abandono escolar tampoco. No hay que ser muy avispado para sospechar que ambos problemas están directamente relacionados. Se está hablando de inversión de cifras millonarias en unos tres años para paliar los problemas del sistema, y dicha inyección de dinero no solucionará el estropicio en nuestras aulas. Los problemas estructurales y conceptuales no se arreglan con dinero ni con ordenadores. Se arreglan con la lógica, el razonamiento, la observación y la deducción. Tenemos un gravísimo problema de falta de exigencia y de conocimientos a la que nos ha llevado la promoción automática, el paso de curso con tres o cuatro asignaturas suspendidas, la titulación en Cuarto de Secundaria con dos materias sin superar, la ridiculez de un Bachillerato de dos años, la falta de itinerarios para quienes no quieren estudiar (porque no es ningún pecado querer aprender una profesión) o la incapacidad con las lenguas extranjeras. Es decir, tenemos un gran problema de saberes, en una sociedad llamada de la información y el conocimiento. Y esto se sabe, paradójicamente. Gabilondo tiene que saberlo porque ha sido profesor universitario y sabe cómo están llegando las nuevas generaciones a la formación superior. Sabe que, mientras millones de estudiantes europeos y chinos están preparándose, los nuestros no saben leer con doce años. Sabe que serán los españoles quienes les pongan el vino y las aceitunas a los médicos e ingenieros japoneses… A lo mejor es una manera de reducir el paro, que todo es posible.


José María García Linares (10/05/2010)