domingo, 5 de septiembre de 2010

SEPTIEMBRE


Qué mala pipa tiene el mes de septiembre. Año tras año, oye. Y eso que uno le da un voto de confianza cuando agosto va mermando y ves llegar la sombra de todo aquello que dejaste aparcado antes de tomarte unas semanas de asueto. Pues nada. Si de algo sirve salir de vacaciones es, precisamente, para confirmar a la vuelta que no hay arreglo posible, que todo sigue igual e, incluso, peor y que la maldición divina de parir con dolor y trabajar con el sudor de la frente no entiende de perdones ni de misericordias. Así son las maldiciones, claro, para qué vamos a engañarnos. Afortunadamente no estoy preñado, pese a este buche veraniego que también año tras año me traigo puesto y del que empiezo a ser consciente en la última quincena de agosto. Total, me digo, para dos semanas que me quedan, y claro, dos semanas son dos semanas. Todo empieza a ir de cráneo cuando ves las primeras pelusas en el pasillo, cuando abres la maleta y toda la ropa viene arrugada y al abrir la nevera. Este último momento es el más dramático de todos. Se te vienen encima imágenes como la de la cola del súper, las vueltas para encontrar aparcamiento y cargar el coche, los precios desorbitados de los alimentos en esas islas y el llanto de los niños pidiéndoles a sus madres una bolsa de golosinas de esas que venden junto a las pilas y los condones de sabores. El alma, evidentemente, en los pies. Las cosas seguirán igual, so tonto, parece murmurar el cesto de la ropa sucia en el que me dejé una camiseta de propaganda de ron antes de irme, hay que ser inocentón e imbécil…
El trabajo dignifica, nos dijeron. Qué gran mentira. Con lo bien que está uno en un chiringuito en la playa con su caña y su tapa de calamares fritos. Depende, claro está, de lo que cada cual entienda por dignidad. Yo trabajo para pagarme la cerveza y la tapita, y así sentirme digno. Todo lo demás no es más que zurrapa ideológica. Sí, lo hago por dinero y no disfruto. Me dan por todos sitios, no me pagan lo que me merezco y tengo que dar cuentas al chulo o la chula que descansa plácidamente en un despacho de Inspección. Lo mío es como trabajar en La Boquería por las noches, pero con una fotocopiadora al lado. Vendo mi tiempo y mis energías por pasta, así de sencillo.
Me noto un poco tenso. Hace mucho calor y no tengo aire acondicionado en casa. Estoy en una ciudad y no en la que debería. Me quedan pocas cápsulas de Nespresso y voy a tener que comprarme otra impresora. Maldito mes de septiembre, por muy bonito que esté el mar y por muy contentos que estén los padres de que empiecen los colegios. Pues ahora a fastidiarse y a comprar los uniformes, los estuches, los bolis y los libros. ¿No teníais ganas? Pues toma. Uf, qué desesperación, qué angustia. Ni el PSOE de Madrid, ni el Ministerio de Trabajo.
Como no tengo hijos que hereden mis maldiciones, estoy pensando que lo que me ahorre en material escolar me lo voy a gastar en un Ipad. Tal vez lo merezca (el Ipad, no los hijos ni las maldiciones). En lo que pongo la lavadora y barro el suelo, me decido. Ay, mis vacaciones de verano. Ya me queda un día menos para volver al chiringuito.


José María García Linares (06/09/2010)