lunes, 25 de octubre de 2010

SERIALES


Desde muy corta edad he sentido debilidad por los seriales. Me pirraba por un capítulo de Falcon Crest, por ver al malísimo de J.R. en Dallas, o a la desmemoriada Fallon Carrington en Los Colby. Mi madre me grababa las idas y venidas de Angela Channing mientras yo estaba en el colegio, y aprovechaba mi ausencia para censurarme las escenas más subiditas de tono. Le daba al odioso pause de los primeros videos y me reventaba, sin yo saberlo aún, mis futuras fantasías sexuales. Con razón me costó ligar tanto en la adolescencia. Lo que más me gustaba, cuando anunciaban la próxima emisión de la nueva temporada, era ver la cancioncilla famosa con el rostro de los actores, los que continuaban y los nuevos, y me iba imaginando qué podría pasar, quién moriría, porque alguien tendría que hacerlo para mantener la emoción, quién resucitaría y reforzaría mis enseñanzas religiosas en esos años escolares, quién sería el más malo. En fin, todo un mundo de intrigas y celos que me daba la vida y que me haría fiel seguidor de tramas e historias familiares posteriores.
Algo así es lo que sentí la semana pasada cuando, recién levantado, entré en Internet y me encontré los rostros de los nuevos ministros. Aparecían dos filas horizontales. En la superior, los que entraban, los que aportarán lo inimaginable, los que protagonizarán los romances más turbios. Debajo, los que se marchan, aquellos que, desgastados, engañados, divorciados, no han podido sobreponerse a la alargada sombra de J.R. Perdón, de ZP. Qué emoción, fue como volver en el tiempo a esas tardes de galletas con mantequilla mojadas en té, porque en mi casa no hemos sido nunca de leche. Te juro, lector, que me puse con el tin tirintín tintin tin y empecé a oler a vino y a campo. Menudo momento. Vi a Melisa en el rostro de Trinidad Jiménez, a Chu-Lin en Rubalcaba, al nieto guapo de la Channing en Jáuregui… No consigo situar a la Pajín. Podrían ser cualquier personaje, hasta el halcón. Puede dar tanto juego que habrá que ver por dónde sale.
Por lo pronto, allí estaba doña Leire (que luego se ofenden) en los Premios Príncipe de Asturias. Vaya tarde. Qué algarabía con los jugadores de la selección. Aclamados tanto en la calle como en el interior del propio Teatro Campoamor. Por allí pasaron también personalidades como Bauman, Maalouf, Touraine, la Transplantation Society, los arqueólogos de los Guerreros de Terracota, etc. Me llamó mucho la atención que compartieran escenarios quienes trabajan contra la miseria (Manos Unidas) y quienes ganan cada año millones de euros por practicar un deporte. Independientemente del mérito y del espíritu de equipo que los hacen merecedores, creo que una vez más dejamos en evidencia las prioridades del pueblo español. Que no se aclamen a estos médicos y biólogos, a estos pensadores que han escrito páginas tan necesarias para la convivencia y en denuncia de las injusticias, a estas personas que viven para ayudar a los más necesitados. Las calles llenas de niños y niñas gritando a sus ídolos, con todo el derecho, por supuesto, pero también con todo el desconocimiento sobre todo lo demás, que es lo que hace avanzar al mundo. Quizá los medios de comunicación deberían de ofrecer mayor espacio al terreno de la ciencia y la cultura, y no tanto al último pedo de Mourinho o al jersey de Guardiola. El gesto de Vicente del Bosque con Luis Aragonés ha ocupado las portadas de todos los periódicos, no solo los deportivos, este sábado pasado aquí en España, por su generosidad y humildad. Pero en ese escenario había muchísima más generosidad, demasiada.
Fútbol y toros, como siempre. No me digan que no es inquietante, más que el final de la última temporada de Lost.


José María García Linares (25/10/2010)