jueves, 3 de mayo de 2012

LO GRIS


Está la tarde nublada. Las últimas lluvias nos dejaron este cielo encapotado, gris, triste, o mejor, sin gracia. Sucio, casi, como las expectativas, las esperanzas, los deseos o los anhelos de millones de personas en estos primeros meses de un 2012 que intentamos olvidar incluso antes de que finalice. La niebla se nos pega a lamparones en el rostro cada mañana, tanto si sales a la calle como si pones cualquier emisora de radio. Son los mensajes oscuros, tenebrosos, grisáceos. Hoy me he encontrado estas palabras después de recibir un envío de Correos: “Lo gris de nuestro título es una metáfora de la vida, porque lo vital es siempre incierto, vacilante, frágil… aquello que se inserta en lo brumoso de la existencia”. Y un rayo de luz, de alegría, de chocolate y de granadas me ha ayudado a respirar más aliviado que en días anteriores.
Porque son, al final, las palabras las que salvan, los textos los que liberan, los libros los que acercan y te dan una nueva oportunidad, al menos para quienes hemos decidido dar un paso más allá de la realidad árida de cada día y vivir de otra manera. Evidentemente hablamos de metáforas, de hipérboles, de símbolos, esos conceptos que hoy están a punto de olvidarse por inútiles (no por inutilidad, sino por los inútiles que diseñan los planes de estudio) pero que están cargados de tiempo, de luz, de sombras, de sabiduría, de vida. Tal vez sea hoy el discurso del loco, del vencido que sale a batallar contra lo evidente con las armas oxidadas de la literatura, más arrinconada y malherida que nunca. El pulso entre Cervantes y Descartes lo ganó el francés para las ciencias. La razón cartesiana sería entonces inapelable, férrea y egoísta. El discurso de don Quijote, sin embargo, quedaría como ánfora contenedora de un conocimiento distinto, múltiple, posible e imposible, pero en un segundo plano. Separar ambas maneras de entender el mundo nos ha llevado demasiado lejos, a no ver, a no distinguir, a olvidar.
Por eso este asmático nervioso que esto escribe respira hoy mejor cuando recibe en su casa las palabras cuidadas y editadas de una buena amiga. Dice tacos como piropos (no ella, sino yo), exclama sin que le oiga nadie en su casa y acaricia la portada en donde título y nombre se funden en alegría y regocijo. Por fin han visto la luz Los ensayos históricos de Carmen Martín Gaite en dos volúmenes, el primero titulado La lucidez de leer la historia y el segundo La algarabía de leer el mundo, ambos de Sonia Fernández Hoyos y publicados por la editorial Tragacanto, posiblemente uno de los mejores títulos de crítica literaria de la temporada.
Que el tiempo pasa es evidente, no habría ni que mencionarlo. Pero cuando los años se vuelven palabras y las palabras mundos, acercarse a ellos supone alojarse en una región amable y conocida en donde todo se ralentiza, recobra la quietud, abre la puerta al sosiego perdido a lo largo de la vida. Avanzas entonces por las páginas como si recorrieras de nuevo momentos vividos tiempo atrás, cuando eran sueños lo que hoy son libros, cuando teníamos veinte años y éramos sólo Sonia y José Mari y cuando todo era literatura y literatura.
Acaricio la portada como quien toca una puerta. Tu rostro aparece con las primeras páginas. ¡Hola, Sonia! ¡Pasa, José! Vengo buscando la luz. Estás en tu casa.

José María García Linares (01/05/2012)