Hemos visto con espanto en estos últimos días que
EEUU ha ejecutado a dos prisioneros que llevaban años encerrados en el corredor
de la muerte. Les han inyectado ese final intravenoso sin que las autoridades
tuvieran la absoluta certeza de que, en ambos casos, los reos fueran culpables.
En uno de los casos, de los nueve testigos que en un primer momento declararan
estar frente al asesino, siete han dado marcha atrás, asegurando (valga la
paradoja) no estar seguros de que la persona inculpada fuera, efectivamente,
culpable. A pesar de esas dudas terribles en una circunstancia como esta y a
pesar de defender por activa y por pasiva su inocencia, la primera potencia
mundial ejecutó la sentencia de muerte dictada por un alto tribunal, siempre en
defensa y en nombre de la justicia. Menuda rachita llevan estos que se hacen
llamar defensores de la democracia y de los valores tradicionales. Vengativos,
irascibles, soberbios. Se sienten los dioses del mundo incluso para matar según
sus intereses. Luego rezan en las plazas públicas y se sonrojan cuando algún
político aparece en calzoncillos haciéndose fotos para colgar en Twiter. Lo peor de todo es que este es el modelo que
se exporta, ya sea en forma de hamburguesa o de satélite espacial. “Vuestra
civilización es vuestra enfermedad”, que decía Gauguin.
Para enfermedades terminales de una sociedad, el
poco respeto hacia las personas mayores y su condena al olvido. Aquellos que
atesoran la experiencia, el conocimiento sosegado, el jugo de una vida
exprimida con alegrías y tristezas, ellos, han sido reducidos a meros abuelos
que ejercen las funciones de padres o a tristes y olvidadizos jubilados que
aguardan el final en un banco del parque o frente a una obra. Lo peor es que
estamos empezando a creer que” bueno, la vida es así, qué le vamos a hacer, las
cosas son como son”. Tal vez sea por eso por lo que el anuncio del enlace de la
duquesa de Alba y Alfonso Díez ha levantado tanto revuelo y tanta mofa. Cómo va
a amar una señora tan mayor, si lo que debería estar haciendo es punto en su
casa, con una toquilla sobre los hombros y una mantita sobre las piernas. Ay
que ver, con lo vieja que está, todo el día de un lado para otro… y así un
improperio tras el siguiente. Incluso en las tertulias indecentes de la televisión
se hacen chascarrillos con lo que ocurrirá en la noche de bodas. Es la
reducción de la vida, en definitiva, a la imagen, a la belleza, a la juventud.
Es dejar de lado cualquier dimensión de lo humano más allá del atractivo físico
y del sexo, la condena de la arruga, de las canas, de la posibilidad de ser
feliz mientras se está vivo. Me gusta ver a esta señora ponerse por montera a
la tan inculta sociedad española, y, ahora también, tan injusta y estúpida. El
famoso “pienso, luego existo” cartesiano esconde tras sus palabras otras de
tremendo poder y belleza, “existo, luego amo”. En las portadas de las revistas,
en los programas de televisión, en cualquier sitio en donde aparezca su imagen,
la veo como el icono de la lucha por la vida, por el deseo de gozar hasta el
último suspiro, por defender la dignidad del ser humano en esa tercera edad que
nos tocará vivir a todos pero que solo defienden unos pocos. Cuántas señoras
que se pasan las mañanas en los centros de día no querrían vivir un nuevo amor
como está viviendo Cayetana.
De la
mezquindad de los hijos de la duquesa hablaremos otro día. Que hay que
callarlos con dinero, se los calla. Que atrás quede el dinero que, frente a
ella, está la vida por delante.
José María García Linares (03/10/2011).