lunes, 16 de noviembre de 2009

"SIGO SIENDO UNA MUJER"



No hace mucho le preguntaban a Concha Velasco qué era lo que sentía cuando veía las imágenes de su ex marido posando con su nueva pareja y con la hija de ambos, recién nacida. “Tengo setenta años”, contestó, “pero sigo siendo una mujer”. Sigo amando, sigo queriendo, sufro y aguardo a que alguien decida, igualmente, quererme, continuaba con la mirada cada vez más acuosa, a pesar de las arrugas, (y esto ya lo digo yo) de la flacidez de la carne, del desgaste del cuerpo y del alma. Estamos expulsando a los mayores de todos nuestros horizontes. Dudamos, incluso de que puedan sentir.
Otra de las grandes, y de las mayores, es Sara Montiel, en la cresta de la ola desde hace un par de días porque protagoniza un video musical junto a Alaska, que siempre había querido trabajar al lado de Saritísima. Sublimes, maduras, con tablas, estilo propio. La noticia en los telediarios vino precedida de risitas, comentarios intrascendentes y demasiada compasión en la mirada. Lástima que la vejez se haya convertido en la metáfora del despojo y no en un yacimiento de experiencias.
Eso fue lo que llevó a los griegos a la democracia. La consideración y el respeto hacia sus mayores, porque es la edad la fuente de la sabiduría. Para nosotros, hoy, todo lo que se aleje del botox está más cerca del infierno de Martínez Camino que de la vida del grandísimo Francisco Ayala, que nos ha dejado a la edad de 103 años. Implantes de tetas, mechas futboleras, tatuajes, labios hinchados, cremas de baba de caracol, todo para idolatrar la juventud y para huir de lo que no es más que la naturaleza pero que aterroriza. En esa huida hacia delante hay que deshacerse de todo aquello que nos recuerde que el tiempo acabará devastándonos. Decía Guti, la eterna promesa de 34 años del Real Madrid, que hay que salir de marcha cuando se es joven, no con 60 años. Yo, al menos, me iría de fiesta antes con Sara Montiel que con esta sombra beckhamiana, onanista y peterpaniana. ¿De qué hablará uno y de qué lo hará el otro? Bueno, y ya con Alaska es que me iba hasta la mismísima luna.
Cuando era pequeño y estudiaba en el colegio de La Salle, las tardes se me hacían eternas. Eran los tiempos de la jornada partida, y partido llegaba yo diariamente a eso de las tres de la tarde desde mi casa. Una auténtica tortura. La barriga llena, sueño, cansancio y mucho aburrimiento. El ritmo tedioso de aquellas tardes sólo lo rompía en mil pedazos el hermano Eladio. Nunca supe su edad. Era muy pero que muy mayor. Daba pasitos muy cortos y siempre llegaba a clase de visita y con un tarro de balines de regaliz y caramelo. Nos contaba cualquier cosa, chistes incluso, y nos repartía las chuches (no los chuches). Pedía disculpas por la interrupción, sonreía y se marchaba muy despacio. Sus tardes, tranquilas y lentas, se iban en regalar dulces y vivencias a los más pequeños. Los tiempos han cambiado irremediablemente. No sirven de nada los lamentos. Hoy se reparten en los colegios condones (de sabores, ojo) y los viejos no son más que daños colaterales. Lo primero es un avance, por supuesto. Lo segundo un retroceso, porque envejecer es vivir, y la vida siempre es digna sea la edad la que sea.
Pues claro que ama Concha, claro que Sara disfruta bailando, y por supuesto que Ayala estuvo comprometido con su tiempo hasta el último día. Hay que ser ignorantes para dudar y hacer risas de la experiencia de toda una vida.
José María García Linares (16/11/2009)