lunes, 9 de noviembre de 2009

DESCARGAS


Desde la aparición del hombre en el planeta, la historia de la humanidad ha sido una historia de superación, de avance, de lucha contra todo aquello que oprimía al ser humano y que no permitía el completo desarrollo del mismo. Los logros de la civilización han sido, igualmente, logros de la ciencia, de la tecnología. Desde la escritura hasta la fabricación de los satélites, el hombre no ha dejado de esforzarse en el empeño de lograr la felicidad, de alcanzar un estatus de satisfacción, de equilibrio y de armonía. De hecho, los pensadores ilustrados del siglo XVIII relacionaron la idea de felicidad con la de progreso científico. Sin embargo, es a lo largo del siglo XX, de una centuria herida gravemente por dos guerras mundiales y desastres atómicos, cuando se empieza a reconocer que esa fe en el avance, en el progreso de las ciencias humanas como vía para alcanzar la plenitud, no era más que una utopía. Hoy, un proyecto fallido.
Las ciencias, la tecnología más concretamente, parecían estar al servicio del hombre como instrumentos, como herramientas necesarias para alcanzar los objetivos y las metas que el propio ser humano se había fijado de antemano. Tal vez sean Hirosima y Nagasaki los hitos fundamentales que le dieron radicalmente la vuelta a la tortilla con esos hongos radioactivos que todavía viven en nuestro imaginario colectivo. Desde entonces, es el hombre el que está al servicio del instrumento, de la herramienta tecnológica. Los descubrimientos, algunos de ellos, van por delante de la propia necesidad humana, hasta tal punto que es ese avance el que crea la dependencia, y ésta es una de las características fundamentales de lo que se conoce como postmodernidad, junto con el del poder desmesurado de los medios de comunicación tanto en lo social como en lo económico.
Todo este rodeo, provocado seguramente por el magnífico Protos Reserva de 2003 que estoy disfrutando a la salud de mi padre y de mi tío, aquí en Granada, viene a cuento a propósito del anuncio de que la UE da vía libre al corte de Internet sin pasar previamente por un juez para todos aquellos que descarguen contenidos de manera ilegal. Lo de la ilegalidad, en España, habría que matizarlo, porque aquí la SGAE está cobrando un canon independientemente de que te bajes o no una película o un cd de música. Por lo tanto aquí no es ilegal, puesto que ya estamos pagando. Evidentemente habrá que proteger a los creadores, a los autores que dedican su tiempo y su dinero a componer canciones o dirigir películas. Sin embargo, esta demonización del usuario no parece del todo justa, porque no hemos sido nosotros los que hemos desarrollado esta tecnología que hoy está descontrolada, es más, pagamos regularmente nuestras cuotas de ADSL y nuestro impuesto informático. Estábamos muy tranquilos en nuestras casas. Si bajamos contenidos de la web es porque existe el programa que lo permite. Si copiamos un cd es porque Sony, por ejemplo, patentó la grabadora. Si distribuimos música en MP3 es porque las grandes empresas tecnológicas lograron convertir la música en datos y, posteriormente, lanzaron al mercado los reproductores. ¿Por qué hay que cortarle el acceso a Fulanito y no se le corta a Telefónica, por poner un ejemplo, o a Microsoft, o a Apple? La situación ya está pasando de castaño a oscuro. Hasta hace unos diez, doce años, nadie descargaba música, porque no se podía. Si ahora es posible, evidentemente la culpa no es del que se la baja tranquilamente desde su casa mientras pone los garbanzos en agua, vamos, lo que nos faltaba.
José María García Linares (09/11/2009)