martes, 16 de noviembre de 2010

EL INSOPORTABLE PESO DE LA LETRA DIGITAL



Cómo está el sector editorial en estos días de premios y comilonas. Los editores no esperaban que la crisis les iba a afectar también a ellos de esta manera, heraldos de la cultura y la ambrosía. La gente no sólo no compra libros, sino que además reconoce abiertamente descargárselos por Internet. Pobre Lara, lo mal que lo estará pasando su Planeta. La situación se parece a la que vivió y sigue viviendo la industria musical, con la diferencia de que las editoriales han tenido mucho tiempo para buscar soluciones y se han dormido en los laureles. Cuando la cultura se convierte en mercancía, las leyes que la rigen son las económicas, como en el resto de los sectores. Se trata de que el cliente lo quiera todo, lo desee, lo anhele y lo compre, que entre en una franquicia de ropa y quiera veinte camisetas…
Los mercados negros, las falsificaciones y la piratería son un producto del atroz mercado capitalista. Relojes, jerséis, botas de fútbol, pantalones, perfumes, juguetes, discos, etc., todos copiados, robados o imitados para poder satisfacer el deseo artificial que las propias empresas falsificadas han creado en los clientes. Convertir al libro en un objeto de consumo, en un producto de cultura de masas, tiene su beneficio para estas empresas pero también sus inconvenientes. Se despierta en los supuestos lectores el deseo de tener éste y éste y éste también, vaya a ser que se acaben. Llenar las librerías de novedades día sí y día no tiene los mismos efectos que si Sony pusiera a la venta cada dos días un nuevo aparatito para escuchar música. Qué es el Premio Planeta si no un negocio editorial, y el Alfaguara y el Primavera y tantos otros más que los propios jurados reconocen, años después, que calidad, lo que se dice calidad, tenían bien poca, pero a alguien había que entregárselo para que pudiera venderse. Además, haber convertido al libro en mercancía supone que lo importante para los compradores es precisamente el poder comprarlos, dado que los autores se convierten en marcas, el tenerlos, por encima de cualquier otra cosa. El último modelo de zapatillas, el último de calzoncillo, el último de mp3 y el último libro de Fulanito, aunque no valga un pimiento.
Pero hay algo más. La sobreproducción de libros en papel, la excesiva oferta por encima de la demanda, provoca que, igualmente, la Red se sobrecargue de textos. En cinco minutos un usuario puede descargarse quinientos libros, en media hora mejor ni pensarlo. Y si eres, lector, de los que tiene un soporte para leer libros digitales, comprobarás que ver en tu aparato dos mil libros por leer resulta agotador y terrorífico. La letra digital se convierte así en un monstruo incapaz de controlar, siempre al acecho, recordándote continuamente todo lo que no has leído aún. El libro pierde su individualidad, desorientado en un mar de páginas inacabables. Qué leer entonces cuando todo está a tu alcance. La opción podría ser, así, no leer nada. Admito que me resulta casi imposible cargar varios libros en mi tablet. Llevo uno o dos, como mucho, porque cuando he llevado bastantes libros más grabados, ni siquiera he querido encenderlo.
Por eso sigo acudiendo a la librería. Primero porque allí están los títulos que nunca estarán en Internet, los que no interesan a la mayoría y por eso no se ven afectados por la moda. Segundo, porque tengo que elegir. Así de sencillo. Afortunadamente no me los puedo llevar todos.


José María García Linares (15/11/2010).