martes, 9 de noviembre de 2010

YO CONFIESO


Confieso que estoy agotado. Tengo la sensación de haber estado en Santiago de Compostela y en Barcelona a la vez, y encima sin haberme atiborrado de cigalas y de chocolate. Ay, Dios mío, qué país éste en que vivimos. Qué servidumbre.
Me he levantado con una resaca papal que ni con paracetamol, ni primperán, ni nada que se le parezca. Los garrafones religiosos hay que padecerlos en silencio, como las almorranas, haciendo acto de contrición, penitencia, ayuno y abstinencias de todo tipo, sobre todo de sentido común. Menuda semanita llevamos con la visita de Benedicto XVI, que más que un peregrino parece la bajada de un tipo de interés. Los medios de comunicación nos lo han traído directamente a nuestro comedor, a nuestra sobremesa, incluso a nuestras tertulias.
Los españoles, que siempre hemos sido muy incultos, jamás entendimos muy bien esa terminología rara que se utilizó en la Constitución de 1978. Ahora, más vale tarde que nunca, por fin sabemos que aconfesional significaba cristiano. Qué cosas tiene el lenguaje, ¿verdad? Con razón nos molesta tanto la expresión de otras religiones en nuestro Estado. Aquí somos aconfesionales, apostólicos y romanos, así que vaya usted a poner sus templos allá donde se lo permitan.
La cobertura mediática ha sido exagerada. Ni siquiera Berlusconi, que también es un señor mayor y que continuamente está protagonizando escándalos sexuales, a veces con menores, es objeto de semejante pleitesía medieval. No se trata de si se condena o no el uso de los condones, de si la Iglesia ayuda o no a los más necesitados. Están en su derecho de hacer o no hacer, de decir o de callar. La libertad de expresión debe siempre prevalecer. Lo que realmente importa es que la curia más rancia y reaccionaria sigue convencida de que España es un país católico, a pesar de su pluralidad, y que el discurso del Vaticano, por tanto, está por encima del de sus gobernantes y del de otras autoridades religiosas. De ahí las críticas al laicismo “feroz” de Zapatero, al matrimonio homosexual o al aborto, asuntos todos recogidos en leyes civiles. La intromisión, como se ve, es evidente.
Agotador, en definitiva. Menos mal que la visita nos ha dejado algunos momentos gloriosos, incluso divertidos. Confieso que son impagables las imágenes de decenas de pijas coreando al son de sus carísimas mechas el nombre del Papa y reconociendo que están “superemocionadísimas”, o esa insistencia en contar cuántos jóvenes han ido a recibir a este señor, miles, cien miles, millones, siempre intentando contrarrestar esa imagen de decadencia y acabamiento. Un gigabyte de jóvenes, qué coño, animando a un incansable Benedicto, como si se tratara del último concierto de Fangoria. Deben ser todos ésos que luego compran sus condocillos de sabores y sus píldoras anticonceptivas (porque las ventas de estas cosas pecaminosas no bajan ni en tiempos de crisis) y que no pisan una iglesia a lo largo del año, digo yo, porque las parroquias están vacías (yo tampoco las piso, estaría bueno, con todo lo que tengo que leer, pero mi madre, que es una magnífica narradora, me lo cuenta). Familias cristianas con sus hijos (uno o dos, que más no se puede… ¿Cómo conseguirán no tenerlos?) porque hay que dejar que los niños se acerquen… Y ese altar o escenario a la manera de estación espacial para alcanzar el cielo. Qué vergüenza habrán sentido miles de creyentes y religiosos ante tal derroche, ostentación y atentado contra el mensaje cristiano.
José María García Linares

IPAD


Como si de una reposición o continuación de Los pilares de la tierra se tratara, ensimismado y arrepentido por mis repetidas ausencias, puse los pies de nuevo en El Corte Inglés de Santa Cruz en busca de redención posmoderna y de un Ipad. Cómo estaba aquello de fieles, cada uno con su plegaria particular (y su tarjeta de crédito) y bien acompañados por familiares y amigos, tan necesarios en estos momentos de fe y arrepentimiento. No olía a humanidad, todo hay que decirlo. Los años nos han hecho a algunos bastante más limpios, así que en estas nuevas catedrales no hace falta ahogar a la gente en incienso. Mucho mejor recibir al peregrino con efluvios de chocolate, yema, hojaldre o masa frita. Qué despliegue de buñuelos y huesos de santo. Esto sí que es un milagro, es decir, un puente, pensé, y qué mejor oración de agradecimiento que llevarme medio kilito de cada delicia. O aprovecho ahora o cuando el Papa inicie su tour 2010 esto estará de bote en bote.
La Navidad está a la vuelta de la esquina. No, no estoy hablando de ninguna prostituta de Barcelona, de ésas que se persiguen ahora para que no las vea el Santo Padre cuando haga el honor de visitar una gran urbe, pero este no es el tema. Me refiero a los fastos navideños, cargados de excesos de todo signo. Ya se ven adornos, portavelas y espumillones. Ya está a la venta toda la felicidad posible, qué maravilla. Este año, sin embargo, esperaremos más que nunca a que la alegría baje un 50%, porque los bolsillos estarán en diciembre más pelados que otros años. Por ahí se hacen cálculos de lo que los funcionarios vamos a perder en la paga extraordinaria. Todo lo que nos quiten, se lo quitan al comercio, porque ya se sabe que más de la mitad de ese sueldo extra acababa en Zara, Cortefiel, Woman Secret y demás. El tijeretazo se notará ahora más que nunca, por muy ilegal que resulte ser, por mucho Tribunal Constitucional y todo lo demás. Desde luego que de lo que gastábamos en años anteriores no gastaremos ni la mitad. Qué ojo. Qué política económica tan bien estudiada.
Yo, por si acaso, he trincado mi Ipad ahora que puedo (financiado por mis padres, benditos sean) y he puesto pies en polvorosa. Hasta dónde llegará la Informática, si es que podemos seguir llamándola así y no ‘la vida misma’. En poco más de lo que es el tamaño de una cuartilla, sin teclado, sin monitor y sin ratón, prácticamente cabe el mundo, o al menos este ‘mundo nuevo’ que las tecnologías han traído para sustituir al otro. Vas usando el dedo para pasar de un programa a otro, de una ventana a la siguiente, de un video a un texto. Algo así tuvieron que provocar los primeros libros cuando surgió la imprenta. Todo un universo en la palma de la mano, la sospecha de lo inabarcable conforme pasabas las páginas.
Algo así debió de sentir Sánchez Dragó no sólo cuando escribió sobre sus “zorritas” de 13 años, sino cuando descubrió que hay gente en España que, efectivamente, lee lo que él publica. Es lo que ocurre con la hoja impresa, que a diferencia de la digital, no se desvanece en el vació ni en las memorias saturadas. Un escaparate cualquiera seguirá señalando sus desaguisados lingüísticos y morales, que no literarios. Con lo que llegamos, así, a uno de los problemas fundamentales del mundo editorial español, que por encima de la calidad y el rigor de un texto se encuentra el nombre propio del autor convertido en franquicia. ¿Se leyó alguien de Planeta el manuscrito de este libro infecto? ¿Alguien de los que lo presentaron llegó a terminarlo? Da igual. Es conocido ergo se publica.
Total, que estoy deseando llegar a casa para conectar el Ipad y ponerme dedos a la obra. Prometo escribir alguna columna con el aparatito, a ver si queda igual. Mientras lo voy desenvolviendo en el asiento de atrás del coche, Santa Cruz se aleja, entrada ya la noche, con todo su señorío y su calidez, con su tranquilo mar y sus amplias avenidas. Ay, Santa Cruz… Parezco la Pradera con los Sabandeños.

José María García Linares (01/11/2010)