jueves, 24 de marzo de 2011

PRIMAVERA



Se acabó. Ya hemos tenido bastante. Los oscuros nubarrones del invierno van perdiéndose en el horizonte, aunque mirándonos de reojo. Volveremos, parecen decirnos débiles y fatigados, a exigir lo que nos corresponde. Renacerán, qué duda cabe, de sus húmedas cenizas el año próximo, pero para entonces estaremos tan hartos de calor que sus primeras lluvias nos refrescaran la vida y la sesera. Hasta entonces, la promesa de eternidad del cielo azul sobre nosotros, del espacio infinito de la luz, de la cálida brisa de una cerveza en las terrazas primaverales de plazoletas llenas de alegría y esperanzas veraniegas. La semana que viene cambiarán la hora, y con ella el ánimo de esas oscuras tardes con olor a castañas y braseros. Se abrirán las flores y se abrirán los ojos.
Ya veremos cómo se lo toman los hombres y mujeres del tiempo o los reporteros de España Directo. Qué va a ser de ellos sin una nevada, sin una alerta por lluvia y frío, ay qué pena, sin sus queridas inundaciones y desprendimientos. Menos mal que los primeros meses de primavera suelen ser inestables y lluviosos y todavía pueden sacarle punta a ese “prepárense porque el riesgo de precipitaciones…” En poco tiempo cambiarán sus discursos y nos advertirán de las alertas por altas temperaturas en el mes de julio y agosto. Los pobres. De algo tendrán que comer.
El sábado inauguré la temporada de paseos por la playa. Con la piel lechosa y este cuerpo Dukan que se me está quedando puse, nuevamente, los pies en la arena y todo el horizonte se me vino encima, como a mí me gusta. Con los pies en remojo (el agua estaba helada) recordé, no sé por qué, aquellos versos de Machado que dicen: “Mi corazón espera / también hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera”. Sí, es cierto, que ocurran estas cosas no tiene explicación. Mientras la gran mayoría no pierde puntada en una playa y se les van los ojos tras los biquinis, los top lees o los slips marcapaquetes, a los lectores se nos va la cabeza en estas cosas. Tanto leer… Al final se convierte uno en un pobre desgraciado medio tarado al que se le escurre la vida en ensoñaciones y en pensamientos dramáticos, agónicos e improductivos. Ya ves tú. Machado rodeado de sombrillas, palas y tetas achicharradas (no aprenden estas extranjeras). Tuve, evidentemente, que buscar una razón medianamente creíble para no acabar de nuevo machadianamente desasosegado como aquel día en que alguien me dijo en clase que “ay que ver el Machado, maestro, a quién se le ocurre escribirle un poema a un árbol”. Total, que conecté esa esperanza y ese milagro con las imágenes de Ibai, el pequeño al que transplantaron cinco órganos antes de Navidad y que, hace unos días, salía por primera vez en su cochecito a que le diera el sol. La mejor noticia de toda esta semana pasada, unida a la de ese bebé que ha nacido sin el gen que produce el cáncer de mama, muy arraigado en sus ancestros. También aquí los nubarrones de las sotanas negras amenazan con volver. Que la primavera las zurza y las ponga al sol, que huelen a cerrado.
Respiré llegando casi al espigón (de la playa, digo), no estoy tan mal como me temía hacía unos minutos. Uf. Puse el pie en una piedra musgosa y di media vuelta, que ya llevaba treinta y cinco minutos. Qué alegría. Por mí, que no he perdido del todo la cabeza, por Ibai y por el bebé y, cómo no, por esta milagrosa y deseada primavera.
José María García Linares (21/03/2011)