lunes, 24 de mayo de 2010

A LOS PIES DEL MAR


A los pies del mar, justo al final de un pequeño espigón en donde muchas cañas de pescar reposan su tiempo y su ánimo, hay una terraza con no demasiadas mesas para tomar un aperitivo. El suelo es de madera y los manteles tienen bordados motivos veraniegos con hilo azul, amarillo y verde.
El mar está absolutamente quieto. Estos días de viento han dejado paso a la calma propia de los finales de mayo, tan jubiloso, tan inquieto por pasar, casi vestido ya mes de junio. Aquí estoy, sentado, respirando esta brisa fresca, pensando en esas aguas, buceándolas con los ojos, y tomándome una cerveza, a la espera de que la espuma de las aguas y de la copa vuelvan a murmurarme que el final está cerca y que junio siempre trae el sosiego y la esperanza que se van perdiendo a lo largo de todo el año.
En junio todo era posible, o al menos esa era la impresión que tenía de niño cuando se iban terminando los exámenes y mi madre empezaba a llevarnos a mis hermanas y a mí a darnos los primeros baños, abriéndole también a mi padre la posibilidad del disfrute y de la paz de una casa en silencio durante todas las tardes estivales.
Los primeros cuerpos al sol, las primeras camisetas tiradas en la arena, el olor dulce a crema protectora y a tarde interminable. Y siempre esa luz que parecía detener el tiempo y que tostaba los cabellos mojados, las pecas infantiles y los bocadillos de nocilla. Junio era una puerta abierta, y con la edad, a pesar de que tras el umbral había cosas diferentes, la sensación ha seguido siendo la misma.
Un sorbo de cerveza fría. La copa mojada. El mar acoge ya a decenas de chicos que juegan con pelotas de colores y por la arena pasean algunas señoras y madres con hijos muy pequeños que dan sus primeros pasos. También el verano parece darlos, y con él quienes en esta estación conseguimos respirar de otra manera. La vista se nos llena de amarillo crocanti, se nos dibuja una sonrisa en el rostro a fuerza de sol y de salitre y caminamos por julio y por agosto más ligeros y livianos.
Cuando todo termina, todo empieza, y a veces los comienzos son un regalo para la vista y para el alma. Sentado, mientras acabo esta cerveza, me sobra cualquier prenda que llevo puesta. Lo lanzaría todo por los aires, me zambulliría en el océano transparente y, al salir a la superficie, sacudiría de mi cuerpo todos los sinsabores y los agobios de este 2010 tan injusto, tan desgraciado e indeseable.
La cuenta está ya encima de la mesa. Este sol, este azul, este aire ni excesivamente caluroso ni demasiado fresco, esa juventud gritando… No tiene precio. He vuelto a girar la llave. Ha chirriado, como le pasa siempre a esta puerta después de tantos meses cerrada, y ha entrado de golpe el frescor de lo deseado. Es mi tiempo, son mis ganas, lo que espero y lo que aguardo, el recuerdo de mi infancia, la risa incontrolable de mis pies mojados. La vida al sol, sencillamente. Ya nada pesa, todo es llevadero. El cansancio se compensa con la promesa cercana de una orilla cálida en el norte de África.
Me levanto con el cambio y vuelvo a casa. Volver. Volver de nuevo. Vuelve junio. Vuelve. Vuelve.

José María García Linares (24/05/2010)