lunes, 12 de septiembre de 2011

CAÍDA


Vaya fin de semana de caídas. Lo comenzamos con la de la bolsa en casi toda Europa, producida en parte por la dimisión del economista jefe del BCE, y lo finalizamos con la enésima rememoración de los atentados contra las Torres Gemelas, hace ya diez años. Un agujero negro en nuestra psique parece atraernos hacia la desaparición, engullirnos casi sin masticarnos por el frenesí, disolvernos en la nada más silenciosa y egoísta. Son exageraciones, claro, pero sí que entre las imágenes de la televisión, las noticias de las radios y las actualizaciones en rojo de las noticias más importantes en la web, acaba uno con una sensación de vértigo angustiosa y muy moderna. Los medios se nos llenan de testimonios del tipo “dónde estaba usted el 11-S” o “cuéntenos sus sensaciones del 11-S”, completando ediciones a base de morbo y de dolor ajeno, junto con los recortes de Papandreu y los caprichos de los mercados.

Las columnas de humo, primero, y luego esas imágenes de los dos focos de luces que disparan la memoria al cielo cada aniversario ensordecen al mundo, porque representan, quizá, la fugacidad, la banalidad o el azar que supone estar ahora vivo o dejar de estarlo un minuto después. Es una representación del mayor terror del ser humano, del miedo más pavoroso que provoca todo aquello que viene del cielo desde los tiempos más remotos de la humanidad. La furia de un dios o de cientos de dioses. Lo desconocido siniestro. Aquellos dos aviones clavándose en lo más alto de la capital financiera del mundo, con lo inconcebible e incomprensible reflejados en sus fuselajes. Todo el cielo iluminado y desmoronado después. Tanto polvo y tanta ceniza .Entre todas las imágenes, la caída desesperada de alguien que supo momentos antes que la esperanza no era más que una palabra y un concepto humanos. Un ángel caído, herido de muerte. Algunos han hablado estos días de la similitud entre esa foto y lo que ocurrió aquel jueves negro de 1929, cuando se hizo añicos la bolsa.

No cabe duda de que todo ha cambiado desde entonces. La seguridad y la amenaza se convirtieron, sobre todo en los primeros años, en dos palabras repetidas hasta la saciedad en cualquier medio de comunicación. Ambas ideas siguen con nosotros, pero el tiempo nos ha acostumbrado a convivir diariamente con ellas. Las certezas ya no son tales. Las verdades, quizás, no lo sean tanto. Tampoco los derechos de los ciudadanos, su intimidad, su vida privada. El siglo XXI se abrió con la imagen de la caída, tan alejada de aquella otra en la que las manos por fin se tocaron desde ambos lados del infame muro de Berlín. La búsqueda de los culpables (Ben Laden, que cayó diez años después) llevó a EEUU y a sus aliados acomplejados a engañar al mundo y a enfrascarse en guerras de las que todavía no han salido y que han dejado un reguero de sangre y destrucción que sigue chorreando por el rostro de la conciencia occidental, a pesar del kleenex sueco perfumado de paz y solidaridad concedido al presidente Obama… Hoy, preocupados como estamos por la crisis económica que vivimos, podríamos mirar nuevamente la caída de las dos torres como el símbolo premonitorio del desvanecimiento de todo un sistema financiero. Quién sabe. A los teóricos de la conspiración seguro que les gusta esta hipótesis.

José María García Linares (12/09/2011)