lunes, 5 de enero de 2009

"IR Y QUEDARSE Y CON QUEDAR PARTIRSE"


Cada vez que cojo un avión pido ventanilla. Lo hago por dos razones, independientemente del paisaje. En primer lugar, fijar la vista aunque sea en una nube me evita el mareo y, segundo y sobre todo, porque a tanta distancia de la tierra o del mar la sensación de soledad, de azul infinito, me ayudan a evadirme del runrún cotidiano, tan aburrido a veces. Me pierdo en la lejanía y mi pensamiento viaja en todas direcciones por lugares, rostros y voces conocidos. Es algo muy contradictorio porque nunca me ha gustado volar, y sin embargo esta sacudida de plenitud no se repite cuando cojo cualquier otro medio de transporte.He volado a Granada para pasar el puente de la Constitución o de la Inmaculada (para gustos, colores) y en la quietud de las alturas (ha sido un buen viaje, sin turbulencias, afortunadamente o gracias a Dios) recordaba los años vividos en la ciudad, las calles que solía recorrer hasta llegar a la librería Urbano, la línea de autobús que me dejaba en Puerta Real, el olor a café por las esquinas y el bullicio de las Facultades.Es extraño volver a los lugares de los que nunca te has terminado de ir. Jamás me he marchado de Granada, creo que como todos los que alguna vez allí vivimos. No han abandonado mis ojos la palidez otoñal de Plaza de la Trinidad, ni el silencio de los tilos que enhebran y son Bib-Rambla. Hay una parte de mí, un jirón de vida, un trozo, quizá, de alma vagando por la calle Puentezuelas, ataviado con los guantes del aprendiz humilde, con el sombrero calado del pensamiento libre, abrigado por amigos, por amores juveniles posibles e imposibles y por tantos sueños y deseos que luego la vida iría materializando o desechando. He seguido, en estos días, mi propio rastro por calle Elvira y Plaza Nueva, por el Paseo de los Tristes, por Reyes Católicos y el Realejo, y cada vez que he estado a punto de cogerme, me he esfumado, o se ha esfumado, porque no sé bien si lo que quedó de mí sigue siendo mío o es ahora y para siempre de los adoquines granadinos. Granada es una ciudad que se mira en los espejos del pasado y multiplica su presente en la nostalgia. La gente se va yendo pero se va quedando. Las piedras, las fuentes y los bancos van llenándose de sombras, de fantasmas felices, de niebla dulce reposada en los castaños.Son cortos estos días de vacaciones. Breves, insuficientes como la juventud misma. Mientras despega el avión, de vuelta a casa y a la rutina de exámenes por corregir, echo un último vistazo, recordando a mi buen amigo José Luis y un verso de Lope. La vega extensa, interminable. Sierra Nevada excelsa, cada vez más lejana. Y casi en una esquina del olvido, el guiño de mis veinte años, con las manos en los bolsillos, despidiendo, feliz, a su futuro.


José María García Linares (16/12/2008)

1 comentario:

Anónimo dijo...

GRANADA


Granada,
déjame ver
tus entrañas.

Granada,
déjame buscar
tu alma.

El Pajarita

Granada,
déjame oir
tus palabras.

Granada,
amores,
de madrugada.