lunes, 28 de septiembre de 2009

TODAVÍA ES POSIBLE CREER


Hemos quedado en la terraza de un pequeño restaurante, a pocos metros del mar. Al encanto de las vistas se le uno el de su gastronomía. Fusionan cocina vasca, italiana y oriental y, la verdad, la mezcla resulta grandiosa. Hace más de un año que no nos vemos; hemos hablado por teléfono y a través de emails pero a ninguno de los dos acaba de convencernos ni la frialdad ni la distancia de estos medios de comunicación. Será, le digo, que estuvimos acostumbrados a vernos diariamente, yo con la tiza y él con el cuaderno. Ya entonces guardaba en la mirada tantísimos sueños, los mismos que, poco a poco, ha ido materializando con vida y esfuerzo.
Veo atardecer mientras espero a que llegue y vuelvo a tener esa sensación de que el tiempo se esfuma por sí mismo o de que te lo arrebatan sin que puedas darte cuenta hasta que ya es demasiado tarde. La luz no solamente cambia de tono sino que trae consigo múltiples significados. Basta leer en ella para volver a sentir lo que sentimos hace ya tanto en otro lugar, rodeados de otras personas. Hacerlo lo llena a uno de nostalgia porque aunque son exactamente esas palabras, yo, que las leo, ya no soy el mismo. Dejamos tanto atrás… Vivir, me digo, tal vez sea eso, leer nuestro presente para reconstruir nuestro pasado.
Alberto llega, como siempre, cargado de optimismo y de palabras. Está en el cuarto curso de Periodismo y sigue escribiendo. Ya echa de menos Madrid y sólo lleva un par de días en Lanzarote. Hay tanto por hacer allí, tanta vida, tantas oportunidades. Está disfrutando sus años de aprendizaje con intensidad y se notan en su conversación la madurez, la profundidad de pensamiento, el entusiasmo por todo lo que lo rodea en la capital. El mundo al alcance de la mano. El poderío de la juventud ilimitada e ilimitable. Todavía es posible creer, es posible ser lo que se sueña.
Ha anochecido. En una hora ha escrito un universo. Su ciudad con sus paseos, las hojas caídas del otoño, el frío, las librerías y los amigos. Es el Madrid de Alberto. Hay fragmentos en su relato muy parecidos a otros que fueron escritos por mí hace ya mucho tiempo. Lugares distintos, ciudades distintas, pero idénticas al fin y al cabo. Un soplo fugaz de brisa fresca para mí. Toda una vida para él. Veo cierto miedo, no obstante, cada vez que se plantea su futuro laboral. El panorama es muy oscuro, le digo, pero puede ser el momento para todos aquellos que se han preparado a conciencia durante muchos años. Estoy seguro de que será su momento.
Llego a casa sereno, tranquilo, agradecido por ser partícipe de la vida de quien una vez fue alumno mío y hoy es amigo y confidente. Mientras acumulo desasosiegos, desaires, malos modos y faltas de educación, la cerveza de esta tarde me ha llenado el principio del otoño de alegría y esperanza. Todavía es posible creer, todavía es posible esperar. Gracias, Alberto.


José María García Linares (28/09/009)