lunes, 28 de junio de 2010

HOGUERAS


Empezamos el verano alrededor de una hoguera. Unos la saltan, otros la pisan, pero todos parecemos felices mientras las sombras bailan en nuestros rostros y los ojos se nos llenan de significados que no entendemos, que no recordamos. Qué tendrá el fuego que ha maravillado y maravillará al hombre sea cual sea la época. Su color, su movimiento, su capacidad de reunión… El fuego de los dioses que nos entregó Prometeo y sin el que no hemos sabido vivir después. Para bien o para mal, por supuesto. Llegarán los incendios este mes de agosto, como pasa siempre, con su desgracia y su devastación. Pero por ahora, las llamas son absolutamente benignas, están de nuestra parte.
El fuego purifica. También condena. Quemamos nuestras naves, las que tanto nos han pesado durante todo el año. Las dejamos consumirse, hacerse humo, para olvidarlas, para que podamos comenzar un nuevo camino, ligero de pesos y de desgracias. Son resquicios del estadio mágico de las culturas, rastros que han quedado en la memoria de los pueblos, que se han ido rehaciendo con el paso de los años, readaptando a mundos distintos, pero que permanecen, perduran, sobreviven. Las hogueras siguen congregando a las gentes, afortunadamente hoy para el disfrute pacífico, para el divertimento sano.
Cada cual habrá echado al fuego lo más dañino, lo más incómodo. En mi caso, siempre he dejado prender lo mismo, con algunos añadidos de vez en cuando. Acerco el curso escolar y lo voy viendo arder desde los pies hasta la cabeza. Reuniones infructuosas, directivas vendidas e incompetentes, actitudes violentas, esfuerzos vanos por el esfuerzo, resultados desalentadores, padres y madres irresponsables, exámenes en blanco, compañeros corruptos, Inspectores inútiles, porcentajes justificadores, informes individualizados corta-y-pega, cobardía, vasallaje, pasotismo, ridículo, mentiras, tomaduras de pelo. Todo va volviéndose ceniza. Nada importa que dos meses después el desastre renazca como el ave Fénix. Este momento frente a la hoguera es infinito. No hay nada que pueda combatirlo. Volverá, claro, pero cada año que pasa te va importando menos, te cansa más que te ofende, y te aburre en lugar de indignarte. Para muestras, las últimas pruebas de diagnóstico realizadas en Cuarto de Primaria. Sólo la etiqueta ya es errónea. No hay nada nuevo que diagnosticar. Si acaso que la Administración tiene menos vergüenza que hace unos años.
Los problemas siguen siendo los mismos. Es agotador tener que recordar que la tarea, los deberes, hay que hacerlos en casa. Que un niño de siete, ocho o nueve años no puede llegar a la escuela sin tener sus ejercicios hechos, que eso también es una forma de abandono familiar. Se me seca hasta la lengua. Que hay que sentarse con los hijos a leer, a sumar y a repetir las tablas de multiplicar. Si ahora no se puede, como nos dicen, porque no hay tiempo, tal vez tampoco debería haberlo para traerlos al mundo y dejarlos ahí, a ver qué pasa. Uf, qué espanto, esto no hay quien lo soporte, así que a la hoguera también. La próxima columna, si Dios quiere y el Claustro de final de curso lo permite, la escribiré desde Melilla, por fin, con el culo en remojo y el alma libre paseando por la playa. Hasta entonces.

José María García Linares (28/06/2010)