lunes, 26 de octubre de 2009

LA DICTADURA DE LA IMAGEN


Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, no hacemos prácticamente otra cosa que contar historias. Narramos nuestras inquietudes a los demás, a nosotros mismos, y siempre estamos dispuestos a escuchar los relatos de quienes nos rodean en casa o en el trabajo. El hombre no vive en un universo puramente físico, sino simbólico, en donde el lenguaje, el mito, el arte o la religión configuran todo un entramado existencial. Comunicamos tanto pensamientos abstractos como sentimientos profundos, y en la mayoría de las ocasiones, a través de las palabras. Hasta hace muy poco, los acontecimientos del mundo se relataban por escrito. Actualmente, sin embargo, se nos muestran, y su explicación está, casi en su totalidad, en función de las imágenes que aparecen en la pantalla.
La fuerza demoledora de la imagen rompió, con la llegada y el reinado de la televisión, los estados de opinión que desde el siglo XVIII fueron denominados “opinión pública”. Para las generaciones que se han educado frente a un televisor, la multiplicidad de argumentos (autoridades cognitivas que establecen de formas distintas en quién debemos creer, quién es digno de crédito y quién no, y que se encontraban en los libros o en los periódicos), esa multiplicidad, decía, casi ha desaparecido, porque con la televisión la autoridad es la visión en sí misma, la imagen. Lo escandaloso es que el ojo, ahora, cree a pie juntillas lo que ve, lo que parece real, sin cuestionar ni criticar lo que le llega desde la pantalla. La distinción, por tanto, entre lo verdadero y lo falso está en peligro.
El objetivo de cualquier medio de comunicación es el de informar; ahora bien, el criterio de selección de las informaciones en la televisión depende de la viabilidad de la filmación, es decir, si se puede grabar bien, hay noticia. Mostrar se convierte en condición indispensable, de tal forma que la importancia de los acontecimientos depende de lo bien que esté grabada la imagen. Esto produce los pseudo-acontecimientos, tan cotidianos en los canales y programas de “sucesos”, eventos creados por y para la televisión, en donde la verdad está supeditada a la tiranía de la imagen. Podemos hablar de información, pero también de desinformación.
Campo de golf, CETI, la frontera, el rastro, la ciudadela… “Salvados” llegó a Melilla como antes llegó a otras ciudades. Y ha hecho lo mismo, pero ahora duele. Jordi Évole desinforma porque condiciona la imagen a las palabras del narrador, y para desinformar son necesarias dos distorsiones que hacen excitante la noticia: excentricidad y ataque. Mentes vacías, charlatanas, estúpidos y estúpidas que están convirtiendo el mundo en el Club de la Comedia y que, en sus ataques, violan el principio de convivencia cívica, que es el de “oír a la otra parte”.
Es un programa “Salvados”, como otros, que hay que verlo desde esta premisa, es decir, no es un documental, ni una gala de promoción turística, ni un “Callejeros Viajeros”. Nadie sintoniza La Sexta los domingos por la noche para disfrutar de las virtudes de una ciudad, sino para reírse de las miserias ajenas, porque nos estamos acostumbrando a que hacer daño sea divertido, como decía antes. Hubo momentos, al menos para mí, desternillantes en el programa, cínicos y también desagradables. Me dolió la toma de la frontera, pero no porque me la enseñara Évole, sino porque existe realmente, aunque nos hayamos acostumbrado a vivir de espaldas a ella.

José María García Linares (26/10/2009)

domingo, 25 de octubre de 2009

UNA GRAN NOTICIA


No es ésta ninguna columna. No me adelanto, que es el lunes el día establecido. Hoy, sin embargo, quiero comunicarles a mis lectores que el jurado de la trigesimoprimera edición del Premio Internacional de Poesía "Ciudad de Melilla" ha hecho una mención especial, tras el fallo del ganador, para que mi obra Muros sea publicada como finalista de este certamen. Quiero expresar mi alegría, mi satisfacción y mi agradecimiento ante un logro tan difícil como éste. Aquí dejo el enlace a una de las entrevistas que me han hecho estos días. En cuanto sepa algo de la pubicación, los informaré.
Dos matizaciones. Soy profesor en Lanzarote y no en Las Palmas, y en segundo lugar, mi primer libro se titula Oposiciones a desencuentro, no "al" desencuentro. Por cierto, en la foto estoy con mi maestro y amigo José Luis Fernández de la Torre.