miércoles, 30 de diciembre de 2009

MENSAJES


“Señor mío, lo que le gusta a la gente enviar mensajes”, acaba de decir mi padre, abrigado hasta las cejas con un polar de esos que te cuecen hasta las ideas y con la voz aguardentosa del gripado por obra y gracia del Espíritu Santo. Acaba de encender el móvil y no dejan de llegar parabienes que habían quedado flotando en el limbo de Telefónica. Razón no le falta, por supuesto. Es insufrible tener encendido el móvil el 24 por la tarde y el 31 por la noche. Empieza a llegar la típica sarta de estupideces que, además, vale dinero y que viene a traer chascarrillos, chistes tan viejos como el chupete de Caín, y los remanidos deseos de todos los años, más parecidos a una lata de mejillones que a la buena intención y al sentimiento.
Acaban en tu teléfono como pueden hacerlo en el de tu vecino del sexto, en el de tu enemigo más despiadado, en el de tu mujer o tu amante, sin que ninguna de las letras o abreviaturas (no puedo, no puedo) vaya sinceramente dedicada a ti. Sólo de vez en cuando aparece la felicitación personificada, un que te lo pases bien, no te excedas con el chocolate o mañana me acerco a verte, y entonces se te dibuja una sonrisa, te alegras de que se acuerden de ti o incluso cierta tristeza te sopla en el cogote porque has tenido a ese amigo descuidado y, a pesar de eso, te sigue queriendo, necesitando.
Uno de ellos me dio la noche cuando me llamó y me dijo que Papá Noel había dejado en su casa dos pulsómetros para que saliéramos a correr juntos a partir de enero. Sagrado Corazón, pensé, con lo que me ahogo. Ahora sí que es verdad que de ésta no escapo. Amigos para lo bueno y para lo malo. No pude decirle que no. Damos un par de carreras y nos tomamos una caña para que cojas aire, me dice… El hijo de su madre. Me adora y yo a él.
Es lo que le pasa al rey, que tiene debilidad por todos y nos envía todo el ánimo posible Nochebuena tras Nochebuena, como si fuera Raphael. Aunque esté más estropeado, qué guapo es nuestro Juan Carlos, que vino a vernos hace poco y eso es de agradecer. Cómo nos llena de orgullo y de satisfacción verlo ahí, tan elegante (no como Obama, espatarrado ante las cámaras en el mensaje de la Casa Blanca, marcando paquete y con un cardado de Michelle más peligroso que Guantánamo), diciendo, nuestro Juan Carlos, esas cosas tan bonitas y usando ese vocabulario tan suyo y tan de sus asesores. Cómo controla los tiempos, cómo gira el busto en el momento oportuno y cómo nos está metiendo poquito a poco al príncipe Felipe para que nos vayamos acostumbrando. Letizia no salía, así que no es de extrañar que Peñafiel esté detrás de todo esto.
Reconozco que apenas le presté atención, preocupado como estaba en la cena por si la Xunta de Galicia se acababa presentando en nuestra casa para quitarle la custodia a mis padres por la panzada de jamón que me estaba dando yo. Cuidado que estaba bueno, le digo entre sudores a mis primos, agobiados los tres por el calor que estábamos pasando. A esto estuvimos de coger un paquete de pipas y bajarnos al paseo marítimo a celebrar la Navidad, hacer una hoguera y darnos un baño antes de comprarnos en el quiosco un Magnum de huevo hilado.
Creo que el Rey habló del paro, del pacto educativo, de aunar esfuerzos, de apoyo entre partidos… Me juego el turrón a la piedra a que era la inocentada. Qué harto estoy de palabrería. La crisis ha llegado hasta al significado y el sentido. Por eso no contesto a los mensajes en serie y me he comprado a Trancas y Barrancas vestidos de Reyes Magos, porque estos no me toman el pelo, no tienen una nuera republicana y sólo me han costado veinticuatro euros. Eso sí que es transparencia en el presupuesto.

José María García Linares (28/12/2009)