miércoles, 30 de diciembre de 2009

MENSAJES


“Señor mío, lo que le gusta a la gente enviar mensajes”, acaba de decir mi padre, abrigado hasta las cejas con un polar de esos que te cuecen hasta las ideas y con la voz aguardentosa del gripado por obra y gracia del Espíritu Santo. Acaba de encender el móvil y no dejan de llegar parabienes que habían quedado flotando en el limbo de Telefónica. Razón no le falta, por supuesto. Es insufrible tener encendido el móvil el 24 por la tarde y el 31 por la noche. Empieza a llegar la típica sarta de estupideces que, además, vale dinero y que viene a traer chascarrillos, chistes tan viejos como el chupete de Caín, y los remanidos deseos de todos los años, más parecidos a una lata de mejillones que a la buena intención y al sentimiento.
Acaban en tu teléfono como pueden hacerlo en el de tu vecino del sexto, en el de tu enemigo más despiadado, en el de tu mujer o tu amante, sin que ninguna de las letras o abreviaturas (no puedo, no puedo) vaya sinceramente dedicada a ti. Sólo de vez en cuando aparece la felicitación personificada, un que te lo pases bien, no te excedas con el chocolate o mañana me acerco a verte, y entonces se te dibuja una sonrisa, te alegras de que se acuerden de ti o incluso cierta tristeza te sopla en el cogote porque has tenido a ese amigo descuidado y, a pesar de eso, te sigue queriendo, necesitando.
Uno de ellos me dio la noche cuando me llamó y me dijo que Papá Noel había dejado en su casa dos pulsómetros para que saliéramos a correr juntos a partir de enero. Sagrado Corazón, pensé, con lo que me ahogo. Ahora sí que es verdad que de ésta no escapo. Amigos para lo bueno y para lo malo. No pude decirle que no. Damos un par de carreras y nos tomamos una caña para que cojas aire, me dice… El hijo de su madre. Me adora y yo a él.
Es lo que le pasa al rey, que tiene debilidad por todos y nos envía todo el ánimo posible Nochebuena tras Nochebuena, como si fuera Raphael. Aunque esté más estropeado, qué guapo es nuestro Juan Carlos, que vino a vernos hace poco y eso es de agradecer. Cómo nos llena de orgullo y de satisfacción verlo ahí, tan elegante (no como Obama, espatarrado ante las cámaras en el mensaje de la Casa Blanca, marcando paquete y con un cardado de Michelle más peligroso que Guantánamo), diciendo, nuestro Juan Carlos, esas cosas tan bonitas y usando ese vocabulario tan suyo y tan de sus asesores. Cómo controla los tiempos, cómo gira el busto en el momento oportuno y cómo nos está metiendo poquito a poco al príncipe Felipe para que nos vayamos acostumbrando. Letizia no salía, así que no es de extrañar que Peñafiel esté detrás de todo esto.
Reconozco que apenas le presté atención, preocupado como estaba en la cena por si la Xunta de Galicia se acababa presentando en nuestra casa para quitarle la custodia a mis padres por la panzada de jamón que me estaba dando yo. Cuidado que estaba bueno, le digo entre sudores a mis primos, agobiados los tres por el calor que estábamos pasando. A esto estuvimos de coger un paquete de pipas y bajarnos al paseo marítimo a celebrar la Navidad, hacer una hoguera y darnos un baño antes de comprarnos en el quiosco un Magnum de huevo hilado.
Creo que el Rey habló del paro, del pacto educativo, de aunar esfuerzos, de apoyo entre partidos… Me juego el turrón a la piedra a que era la inocentada. Qué harto estoy de palabrería. La crisis ha llegado hasta al significado y el sentido. Por eso no contesto a los mensajes en serie y me he comprado a Trancas y Barrancas vestidos de Reyes Magos, porque estos no me toman el pelo, no tienen una nuera republicana y sólo me han costado veinticuatro euros. Eso sí que es transparencia en el presupuesto.

José María García Linares (28/12/2009)

viernes, 25 de diciembre de 2009

SORTEO

De pequeños mis hermanas y yo siempre veíamos el sorteo con el batín puesto. Eran mañanas de cuadros escoceses, babuchas, lumbre bajo la mesa y décimos ordenados junto a una lista que mi padre preparaba en media cuartilla y en la que apuntaba terminaciones, premios, esperanzas y que al final terminaba usando de posavasos para la copita de anís. Qué bueno estaba el colacao el primer día de vacaciones aunque hubiera que madrugar. El anís también, pero no nos dejaban ni olerlo por aquel entonces.

A mí me interesaba bien poco lo de la lotería, como me ocurre ahora. Lo mío era más saborear el ambiente, porque el Gordo ya me había tocado unos días antes cuando dije adiós a mis profesores, pero era tal la expectación en mi casa que, te gustara o no, acababas participando de toda aquella ilusión.

Soy de mal perder, lo reconozco, así que como sé que no me va a tocar nada, compro sólo algún décimo pero por si acaso. Hay que ver cómo disfrutan los ganadores por la tele y cómo llenamos de salud nuestras casas los que los vemos con esa cara que se nos queda cuando no rascamos ni un raquítico euro. Alguna devolución, pero por no desanimarte. Mi abuela clamaba enseguida lo de la salud, que era lo más importante en la vida. La pobre me miraba y más fuerte lo decía, claro, ahogándome como me he ahogado durante mucho tiempo hasta que inventaron eso de los chufichufis que te quitaban el ataque de asma en un santiamén. La salud está bien, por supuesto, no seré yo el que diga lo contrario, pero en aquellas mañanas nos hubiera gustado también a nosotros echarnos la sidra fría por el cogote en plena calle.

En casa seguimos esperando. Lo nuestro roza ya lo religioso. Estoy casi seguro de que una de mis hermanas incluso reza mientras mira la tele en pleno trance de fortunas, gafes, desencantos y sueños. La de cosas que podríamos hacer si nos tocara algún millón, me dice. Mejor no pensarlo, contesto, aunque es inevitable. No somos de coches caros, ni yates, ni joyas. Las hipotecas sí, ésas nos las quitaríamos de un plumazo, que ya está bien. Nos iríamos a algún balneario de esos lujosos llenos de pompas, de mujeres con la cara cubierta de barro y de columnas cuasi-espaciales que adornan todo el circuito, y al volver pondríamos nuestros cargos a disposición de la Administración, para que se los metieran por donde les cupiese, dicho sea de paso, que en los sueños todo es posible. Últimamente parece que en la vida también todo lo es, pero lo dejaré para otra columna, que me enveneno y se me amargan estas letras de hoy, tan festivas, dicharacheras y jocosas.

Hemos superado lo de los batines, es de justicia decirlo, que Melilla es muy chica y luego paran a mi madre por la calle y me la ponen colorada. Tampoco podemos ver el sorteo todos juntos porque o trabajamos ese día o no he llegado yo aún, que soy el verdadero premio de mi casa. El que no se consuela es porque no quiere, evidentemente. Cuando aterrice el día 23 tal vez seamos ricos. Si no, seguiremos igual de bien, nos reiremos como todos los años, y brindaré con mi broncodilatador por la salud de los míos y la mía propia. Suerte a todos y felices fiestas.

José María García Linares (21/12/2009)

jueves, 17 de diciembre de 2009

CENAS DE TRABAJO


Los centros comerciales están a reventar. No cabe un alfiler en los pasillos de las franquicias. Parece ser que donde sí que hay espacio suficiente es en los probadores, vacíos y gélidos, nidos todos ellos de la verdadera crisis económica, que sigue sin perderse una y lo mismo te la encuentras en un mercado que en Zara, por mucha oferta y mucho descuento. La gente coge de aquí, toca de allá, se mira en el espejo de la columna una chaquetita o una bufanda, que enseguida dejan nuevamente en los expositores después de mirar la etiqueta, y de probarse vestidos, pantalones o camisas nada de nada.
Se busca sobre todo en estos días el modelito para lucir en la cena de trabajo. Qué felicidad, qué alboroto y qué alegría poderte sentar y apitracarte con tus jefes, la estúpida de recursos humanos, el compañero de la halitosis y la que tonteó con tu novio, a pesar de que dijera que ella no sabía nada. También, por supuesto, compartir mesa y mantel con algún amigo y un montón de compañeros a los que tienes demasiado vistos y a los que les plantas un beso antes de entrar en el restaurante como si te los hubieras cruzado en meses, y justo esa mañana tuvisteis la última discusión. Qué pereza eso de los besos. ¿Alguien se besa con sus colegas todas las mañanas cuando, legaña en mano, llega al curro? Qué coraje.
Estas cenas salen por una pasta, como todo el mundo sabe. Pagas doblemente, porque al desembolso económico hay que añadir el psicológico, incluso el físico. Todos decimos que no, que hemos venido a desconectar pero luego sale el primero de turno haciendo alguna referencia al trabajo y todo se va a tomar por… Desconectar desconecta uno en su casa, y el que diga lo contrario en estas reuniones, miente. Y como te toque al lado del plasta o de la que no te cae especialmente bien, tú me dirás, aunque es peor tenerla enfrente, por supuesto. Así que antes de llegar al restaurante conspiras con los más cercanos a ti a ver a qué hora van a llegar y si es posible que lo hagamos todos juntos, para colocarnos bien colocados. Antes de llegar ya está uno estresado.
Los entremeses suelen ser espantosos, o lo que es lo mismo, embutido de plástico y croquetas congeladas, porque aquí lo que pagas no es la comida y hay que aceptarlo, tolerarlo y aplaudirlo, que lo importante es pasarlo bien… A los que somos de buen comer nos da igual, dadas las circunstancias. Te zampas el jamón brillante y listo. Y si lo mezclas con una croquetita los matices se disparan. Cuando llega el solomillo frío o el pescado en salsa verde (que en regiones costeras es bien sospechoso eso de que te pongan una merluza con salsa) empieza a darte igual, porque te has puesto de tinto peleón hasta las cejas y todo te hace gracia, hasta la tomadura de pelo del restaurante. Las marcas de los caldos no las conocen ni en las bodegas pero, oye, entra bien. La tarta helada con sirope o el mus (la mus, dicen los finolis) malos no están, así que para qué hacerles asco. Lo mismo acaba pasándote con tus compañeros. Hasta el imbécil podría ser un gran amigo. Total, que después de brindar, soltar cuarenta euros por un despropósito y abrazarte con todo hijo de vecino, te montas en el coche y empiezas a despotricar de unos y de otros y a criticar la panza de Fulanito y las lorzas de Menganita, lo mismo que haces por la mañana pero pagando un dineral ahora por la noche. Ya no voy más, dices nuevamente con tu pijama y tu alkaseltzer como todos los años por estas fechas tan señaladas…
José María García Linares (14/12/2009)

miércoles, 9 de diciembre de 2009

"¿Y TÚ DE QUIÉN ERES?"



Ya está por aquí la mutación de la gripe A. Mucho hemos tardado en importarla de Francia. Nosotros, a diferencia de lo que hacían los franceses con nuestros tomates y fresas, no volcamos nada sino que recibimos con las manos abiertas cualquier soplo de aire nuevo europeo, aunque esté contaminado. Era de esperar, por supuesto. Después de la inversión que el Gobierno ha hecho con las vacunas, habrá que sacarles rendimiento de alguna manera (un poquito más de susto), dada la pasividad actual de la población. Menudo verano de miedo y sobreinformación que nos han dado y menuda respuesta la de España a sus autoridades sanitarias. Qué poca credibilidad tienen nuestros políticos que hasta el video de una monja parece más fiable que lo que dice la ministra Jiménez. No se vacuna ni el personal sanitario. Nos contagiaremos y nos moriremos, no digo que no, pero al menos habrá quedado clara la ruptura entre gobernantes y gobernados, cada vez más profunda.En este afán por importar, nos hemos traído a Haminatu Haidar, la activista saharaui que lleva en huelga de hambre desde hace más de dos semanas en el aeropuerto de Lanzarote. Le quitaron el pasaporte marroquí, la metieron en un avión y la soltaron en la isla canaria así, como el que no quiere la cosa. Que si se va, que si se queda, que si le dan la nacionalidad española, que si tiene que pedir perdón al rey marroquí… No sé que pacto oculto hay entre España y Marruecos, pero lo que parece evidente es que nuestro país vecino nos tiene bien cogidos por las pelotas hasta tal punto que el gobierno español se ha vuelto la marioneta de una Rabat cada vez más caprichosa. Lo de Haidar, a pesar del impacto internacional, no es más que para los españoles la penúltima anécdota tras la pataleta marroquí después de la visita de los reyes de España a las ciudades de Ceuta y Melilla. La última, la exclusión de estas dos ciudades de reuniones o conversaciones que se desarrollen dentro del marco de la Unión Europea. Y es el propio gobierno ZP el que, motu proprio, ha decidido dejarlas fuera para no herir sensibilidades.Es extraño caminar por una ciudad en donde a cada paso te encuentras con un símbolo español y que, sin embargo, día tras día parece más alejada del país que le dio su bandera. A un lado de la valla nos reclaman, al otro nos olvidan, desaire tras desaire, y mientras sobrevivimos entre espumas de olvidos y distancias que han calado los huesos de varias generaciones. "¿Y tú de quién eres? De Manolita", decían los No me pises que llevo chanclas en una de sus canciones. Nosotros, parece, no somos ni de unos ni de otros. No somos de nadie o tal vez seamos solo de nosotros mismos, razón por la que hemos conseguido aprender a convivir en paz alejados de discusiones maniqueas y de palabras hirientes."Ni contigo ni sin ti/ tienen mis males remedio. / Contigo porque me matas, / sin ti porque me muero" dice la copla. Lo que ocurre es que aquí no sabemos de quienes son los males, quién es 'contigo' ni quién es 'yo', porque lo nuestro es ya desde hace muchísimo tiempo una mezcla de identidades, de horizontes, de sabores y miradas que no permiten hablar de una sola identidad.Como hoy va la cosa de canciones, seguro que les suena eso de que "dicen que la distancia es el olvido", aunque, todo hay que decirlo, los pobrecitos se acuerdan de nosotros cada cuatro años. Vienen rodeados de guardaespaldas, gaviotas, capullos y palabrería demagógica y los recibimos con banderitas y aplausos, como si se tratara de la última oportunidad de la memoria, de un último suspiro de belleza antes de volver a caer en la suerte marchita de una flor que no recibe la más mínima gota de cariño...Ladrones de sueños. Chaperos de la esperanza. Coged el dinero, limpiaos con la bandera y no hagáis ruido al salir, que vais a despertar a los vecinos.


José María García Linares (07/12/2009)

lunes, 30 de noviembre de 2009

OBJETIVO INALCANZABLE


No era necesario ser demasiado avispado para intuir que España no lograría alcanzar los objetivos que en materia de educación había marcado la Unión Europea para 2010. Según el diario Público (25/11/2009) ninguno de los cinco propósitos establecidos en su día para los países integrantes ha conseguido materializarse dentro del Estado español. La tasa de abandono escolar no sólo no se ha reducido por debajo del 10%, sino que ha aumentado drásticamente hasta llegar al 39,1%. Tampoco disminuye el porcentaje de alumnado con problemas de comprensión lectora (seguimos por encima de la media europea) y continuamos estando muy lejos de ese 85% de jóvenes que debería completar la educación secundaria obligatoria. Suspendemos, igualmente, en el aumento de diplomados en matemáticas, ciencias y tecnología, de la misma manera que la formación continua de los adultos sigue estancada y sus porcentajes vuelven a dejar bastante que desear.
El debate, si es que pudiéramos llamarlo así, dentro de nuestras fronteras sigue su particular desarrollo descafeinado. Religión, laicidad, ordenadores, obligatoriedad hasta los 18 o las pataletas de las familias que no quieren que se sancionen los comportamientos de sus vástagos. Asuntos todos que contribuyen a desviar la mirada y a centrar el discurso en detalles, anécdotas, pareceres que pueden tener su espacio dentro de la discusión pero que, desde luego, deben ser abordados en segundo término. Ni siquiera ese supuesto pacto que el ministro Gabilondo ha propuesto en materia educativa parece hacerse cargo de la problemática actual, problemática educativa, claro, porque evidentemente obligar a los jóvenes a estar hasta los 18 años sí que evitaría otras, como por ejemplo el aumento del paro. Qué olorcillo desprendo todo esto.
Llevo buena parte de la tarde corrigiendo. En cuanto acabe abriré una tableta de chocolate con almendras para endulzarme este desasosiego. Los resultados han sido muy malos, a pesar de estar estudiando el género y el número de los sustantivos y los géneros literarios…Lo cierto es que el tema es lo de menos. Igual daría hablar de física cuántica. El problema es mucho más profundo. Estudiar siempre ha sido difícil y duro, pero hace años todavía se creía en que progresar era alcanzar la excelencia a través del conocimiento. Hoy, hacerlo no garantiza ni un futuro profesional ni una solvencia económica.
¿Seré yo? ¿Es nuestro el problema? Muchos somos los que continuamente nos cuestionamos nuestra propia labor, buscamos nuevas vías para llegar a los estudiantes, invertimos grandes cantidades de energía física y emocional en nuestras clases… Tan sólo unos pocos alumnos parecen aprovecharlas, los que quieren estar allí y continuar sus estudios. Somos 37 en un mismo grupo, hacinados entre cuatro paredes, con las ventanas atrancadas para que no escape nadie, sin cortinas, sin pantalla, sin cañón, sin ordenador, sin poder recibir una atención individualizada… ¿Cómo no se van a marchar? Si estoy por abandonar hasta yo.


José María García Linares (30/11/2009)

lunes, 23 de noviembre de 2009

"OJO CON LOS GORDOS"


Qué jovial, qué grácil, qué glamurosa y qué delgada está Paloma Cuevas correteando por sus tierras bajo una lluvia de oro y felicidad que, como cada año, le trae, a ella y a nosotros, Ferrero Rocher. Yo añoro a la Preysler, su antecesora en esta marca, porque la tengo metida muy adentro y porque fue la primera en regalarme ese magnífico bocado de chocolate y avellanas. Tener de arquetipo a la Preysler es muy discutible, claro, como lo es tener un buen crocanti, unas buenas almendras y tantas otras maravillas con las que endulzamos una vida y un horizonte. “Nosotros también semos personas, maestro”, me dijo un alumno antes de ayer, con toda la razón del mundo. Y las personas tenemos nuestros misterios.
Somos personas, efectivamente, y ante todo libres. Y lo somos independientemente de nuestra fisonomía. Altos, bajos, gordos, flacos, rubios, pelirrojos, etc. La campaña publicitaria de Navidad, con sus turrones y mantecados, ha irrumpido en medio de la polémica sobre la retirada a unos padres gallegos de la custodia de su hijo con obesidad mórbida. En una sociedad en donde los límites del lenguaje parecen cada vez más difusos, aparecen términos tan políticamente correctos y de moda como maltrato o vejación, como si a la hora de machacar a una persona tanto física como psicológicamente no hubiera una intención, un ensañamiento, un deseo de hacer daño, que por supuesto está, en este caso, totalmente ausente. Tendrá un nombre, seguro, pero desde luego no es maltrato.
La demonización de la gordura parece no tener marcha atrás. Si era Dios quien en los tiempos de mis abuelos estaba escondido debajo de la cama para vigilar los menesteres sexuales, es ahora el Estado el que se oculta tras la puerta de la nevera para ver qué cantidad de calorías ingerimos y si hacemos o no deporte. Políticas educativas en los centros de enseñanza, por televisión, y presiones de empresas privadas, como las aerolíneas, que pretenden cobrarle dos asientos a quienes padezcan obesidad… La lista de medidas es interminable.
“Rebajen, rebajen”, dijo Chávez hace unos días, “ojo con los gordos”… No es necesario comentar nada. Desde las instituciones se recomienda la dieta mediterránea. A la ministra se le olvida, y afortunadamente este fin de semana los agricultores lo han recordado, que el precio de la fruta y la verdura es excesivo y ruinoso para el campo y el bolsillo del consumidor. Hacerse una ensalada es más caro que un menú Big Mac.
A mis padres no les tuvieron que decir nunca lo que teníamos que comer. Luego engordaba yo, claro, pero porque me ponía morado a escondidas de chocolatinas o me comía la cena de mi hermana, que me la iba pasando por debajo de la mesa. De todo esto lo que habría que plantearse es hasta dónde llega la libertad individual y cuándo ha de intervenir el Estado, porque de no ser así, por ejemplo, habría que quitarles la custodia de los hijos a un montón de familias que los dejan ir con trece años de botellón.
En fin. Mientras termino esta columna, estoy comiéndome unos mantecados que ha hecho mi novia. Me los como a la salud de Trinidad Jiménez porque, a pesar de que quiera eliminar las pegatinas y regalos de los bollicaos, parece buena gente, seguro que es de las que se harta de cañas y de tapas con los amigos. Somos lo que comemos, nos dicen. Pues yo soy libre, porque como lo que me da la gana.


José María García Linares (23/11/2009)

lunes, 16 de noviembre de 2009

"SIGO SIENDO UNA MUJER"



No hace mucho le preguntaban a Concha Velasco qué era lo que sentía cuando veía las imágenes de su ex marido posando con su nueva pareja y con la hija de ambos, recién nacida. “Tengo setenta años”, contestó, “pero sigo siendo una mujer”. Sigo amando, sigo queriendo, sufro y aguardo a que alguien decida, igualmente, quererme, continuaba con la mirada cada vez más acuosa, a pesar de las arrugas, (y esto ya lo digo yo) de la flacidez de la carne, del desgaste del cuerpo y del alma. Estamos expulsando a los mayores de todos nuestros horizontes. Dudamos, incluso de que puedan sentir.
Otra de las grandes, y de las mayores, es Sara Montiel, en la cresta de la ola desde hace un par de días porque protagoniza un video musical junto a Alaska, que siempre había querido trabajar al lado de Saritísima. Sublimes, maduras, con tablas, estilo propio. La noticia en los telediarios vino precedida de risitas, comentarios intrascendentes y demasiada compasión en la mirada. Lástima que la vejez se haya convertido en la metáfora del despojo y no en un yacimiento de experiencias.
Eso fue lo que llevó a los griegos a la democracia. La consideración y el respeto hacia sus mayores, porque es la edad la fuente de la sabiduría. Para nosotros, hoy, todo lo que se aleje del botox está más cerca del infierno de Martínez Camino que de la vida del grandísimo Francisco Ayala, que nos ha dejado a la edad de 103 años. Implantes de tetas, mechas futboleras, tatuajes, labios hinchados, cremas de baba de caracol, todo para idolatrar la juventud y para huir de lo que no es más que la naturaleza pero que aterroriza. En esa huida hacia delante hay que deshacerse de todo aquello que nos recuerde que el tiempo acabará devastándonos. Decía Guti, la eterna promesa de 34 años del Real Madrid, que hay que salir de marcha cuando se es joven, no con 60 años. Yo, al menos, me iría de fiesta antes con Sara Montiel que con esta sombra beckhamiana, onanista y peterpaniana. ¿De qué hablará uno y de qué lo hará el otro? Bueno, y ya con Alaska es que me iba hasta la mismísima luna.
Cuando era pequeño y estudiaba en el colegio de La Salle, las tardes se me hacían eternas. Eran los tiempos de la jornada partida, y partido llegaba yo diariamente a eso de las tres de la tarde desde mi casa. Una auténtica tortura. La barriga llena, sueño, cansancio y mucho aburrimiento. El ritmo tedioso de aquellas tardes sólo lo rompía en mil pedazos el hermano Eladio. Nunca supe su edad. Era muy pero que muy mayor. Daba pasitos muy cortos y siempre llegaba a clase de visita y con un tarro de balines de regaliz y caramelo. Nos contaba cualquier cosa, chistes incluso, y nos repartía las chuches (no los chuches). Pedía disculpas por la interrupción, sonreía y se marchaba muy despacio. Sus tardes, tranquilas y lentas, se iban en regalar dulces y vivencias a los más pequeños. Los tiempos han cambiado irremediablemente. No sirven de nada los lamentos. Hoy se reparten en los colegios condones (de sabores, ojo) y los viejos no son más que daños colaterales. Lo primero es un avance, por supuesto. Lo segundo un retroceso, porque envejecer es vivir, y la vida siempre es digna sea la edad la que sea.
Pues claro que ama Concha, claro que Sara disfruta bailando, y por supuesto que Ayala estuvo comprometido con su tiempo hasta el último día. Hay que ser ignorantes para dudar y hacer risas de la experiencia de toda una vida.
José María García Linares (16/11/2009)

lunes, 9 de noviembre de 2009

DESCARGAS


Desde la aparición del hombre en el planeta, la historia de la humanidad ha sido una historia de superación, de avance, de lucha contra todo aquello que oprimía al ser humano y que no permitía el completo desarrollo del mismo. Los logros de la civilización han sido, igualmente, logros de la ciencia, de la tecnología. Desde la escritura hasta la fabricación de los satélites, el hombre no ha dejado de esforzarse en el empeño de lograr la felicidad, de alcanzar un estatus de satisfacción, de equilibrio y de armonía. De hecho, los pensadores ilustrados del siglo XVIII relacionaron la idea de felicidad con la de progreso científico. Sin embargo, es a lo largo del siglo XX, de una centuria herida gravemente por dos guerras mundiales y desastres atómicos, cuando se empieza a reconocer que esa fe en el avance, en el progreso de las ciencias humanas como vía para alcanzar la plenitud, no era más que una utopía. Hoy, un proyecto fallido.
Las ciencias, la tecnología más concretamente, parecían estar al servicio del hombre como instrumentos, como herramientas necesarias para alcanzar los objetivos y las metas que el propio ser humano se había fijado de antemano. Tal vez sean Hirosima y Nagasaki los hitos fundamentales que le dieron radicalmente la vuelta a la tortilla con esos hongos radioactivos que todavía viven en nuestro imaginario colectivo. Desde entonces, es el hombre el que está al servicio del instrumento, de la herramienta tecnológica. Los descubrimientos, algunos de ellos, van por delante de la propia necesidad humana, hasta tal punto que es ese avance el que crea la dependencia, y ésta es una de las características fundamentales de lo que se conoce como postmodernidad, junto con el del poder desmesurado de los medios de comunicación tanto en lo social como en lo económico.
Todo este rodeo, provocado seguramente por el magnífico Protos Reserva de 2003 que estoy disfrutando a la salud de mi padre y de mi tío, aquí en Granada, viene a cuento a propósito del anuncio de que la UE da vía libre al corte de Internet sin pasar previamente por un juez para todos aquellos que descarguen contenidos de manera ilegal. Lo de la ilegalidad, en España, habría que matizarlo, porque aquí la SGAE está cobrando un canon independientemente de que te bajes o no una película o un cd de música. Por lo tanto aquí no es ilegal, puesto que ya estamos pagando. Evidentemente habrá que proteger a los creadores, a los autores que dedican su tiempo y su dinero a componer canciones o dirigir películas. Sin embargo, esta demonización del usuario no parece del todo justa, porque no hemos sido nosotros los que hemos desarrollado esta tecnología que hoy está descontrolada, es más, pagamos regularmente nuestras cuotas de ADSL y nuestro impuesto informático. Estábamos muy tranquilos en nuestras casas. Si bajamos contenidos de la web es porque existe el programa que lo permite. Si copiamos un cd es porque Sony, por ejemplo, patentó la grabadora. Si distribuimos música en MP3 es porque las grandes empresas tecnológicas lograron convertir la música en datos y, posteriormente, lanzaron al mercado los reproductores. ¿Por qué hay que cortarle el acceso a Fulanito y no se le corta a Telefónica, por poner un ejemplo, o a Microsoft, o a Apple? La situación ya está pasando de castaño a oscuro. Hasta hace unos diez, doce años, nadie descargaba música, porque no se podía. Si ahora es posible, evidentemente la culpa no es del que se la baja tranquilamente desde su casa mientras pone los garbanzos en agua, vamos, lo que nos faltaba.
José María García Linares (09/11/2009)

miércoles, 4 de noviembre de 2009

EDUCACIÓN 2.0

Miércoles. Ocho de la mañana. Voy camino de mi aula con un maletín cargado de libros, otro con el ordenador portátil (mío, no del instituto), otro con el cañón (mío también, y ya va un pastón), una bolsa del Día (sí, se pagan) con los altavoces (estos no fueron muy caros, pero sumen), y otra con el alargador (como pueden suponer, pagado por el menda). He pedido una pantalla para proyectar, pero no hay dinero. Que me lleve una portátil del salón de actos, me dicen desde arriba casi sin reparar en que me faltan manos, o que proyecte en la pared, que es blanca y que con buena voluntad hace el apaño. Por suerte es temprano, porque a partir de las diez, como tampoco hay cortinas, es tanta la luz que no se ven las imágenes. Mientras, la pizarra digital continúa, dos años después, instalada en la pared pero sin conexión alguna. Evidentemente, a las ocho de la mañana, cómo va a uno a creerse el plan del gobierno de dotar de ordenadores a los alumnos, y a las ocho y media tiene todavía más claro que ésta es la última vez que monta el chiringuito en estas condiciones.
El sistema educativo vive una situación de esquizofrenia que parece no tener remedio. Mientras los ministros, altos cargos y pedagogos que no han dado clase nunca insisten en planes utópicos, inversiones por venir y modernizaciones europeístas que no se las cree ni el tato, los centros se degradan no sólo en intelectualidad, sino en infraestructuras. La ley obliga a contar con planes de nuevas tecnologías cuando dichas tecnologías no existen, a no ser que se trate de centros-piloto diseñados exclusivamente para hacer de lo digital herramienta indispensable.
A la vez, resulta escandaloso que miles de alumnos completen su paupérrima (pobrísima, para los consejeros que adoran a Dan Brown) formación académica sin haber utilizado un ordenador como instrumento educativo mientras que otros miles van a llegar a la universidad sabiendo compaginar las herramientas clásicas con las modernas. Según la ley, el derecho a la educación es igual para todos los alumnos españoles. La brecha digital entre Comunidades no sólo es injusta, sino que además plantea la duda de que todos los nacidos en el Estado español tengamos los mismos derechos, con lo que eso supone a la hora de acceder a los estudios superiores.
Para colmo de males, el hermano de Iñaki Gabilondo amenaza con alargar la obligatoriedad escolar hasta los dieciocho años, porque debemos aprender, dice tan tranquilo y tan gabilondamente, de lo que se hace en otros países como Portugal, que da la casualidad, y esto lo digo yo, que está por detrás de nosotros en el informe PISA. Qué les gusta a los socialistas copiar todo aquello que no funciona en Europa en vez de importar modelos como el sueco o el finlandés. Podrían tomar nota del número de alumnos por aula, por ejemplo. Este año tengo un Bachillerato con 37. Eso es calidad, sí señor.
En fin. Hoy escribo la columna desde Granada. Me he venido para huir de la mentira y recuperar la cordura (también por motivos de trabajo). Por cierto, hay que ver estos niños tan informatizados y tan facebookeanos lo sucia y estropeada que tienen la ciudad con tanto garabato en las paredes. Una verdadera pena.
José María García Linares (02/11/2009)

lunes, 26 de octubre de 2009

LA DICTADURA DE LA IMAGEN


Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, no hacemos prácticamente otra cosa que contar historias. Narramos nuestras inquietudes a los demás, a nosotros mismos, y siempre estamos dispuestos a escuchar los relatos de quienes nos rodean en casa o en el trabajo. El hombre no vive en un universo puramente físico, sino simbólico, en donde el lenguaje, el mito, el arte o la religión configuran todo un entramado existencial. Comunicamos tanto pensamientos abstractos como sentimientos profundos, y en la mayoría de las ocasiones, a través de las palabras. Hasta hace muy poco, los acontecimientos del mundo se relataban por escrito. Actualmente, sin embargo, se nos muestran, y su explicación está, casi en su totalidad, en función de las imágenes que aparecen en la pantalla.
La fuerza demoledora de la imagen rompió, con la llegada y el reinado de la televisión, los estados de opinión que desde el siglo XVIII fueron denominados “opinión pública”. Para las generaciones que se han educado frente a un televisor, la multiplicidad de argumentos (autoridades cognitivas que establecen de formas distintas en quién debemos creer, quién es digno de crédito y quién no, y que se encontraban en los libros o en los periódicos), esa multiplicidad, decía, casi ha desaparecido, porque con la televisión la autoridad es la visión en sí misma, la imagen. Lo escandaloso es que el ojo, ahora, cree a pie juntillas lo que ve, lo que parece real, sin cuestionar ni criticar lo que le llega desde la pantalla. La distinción, por tanto, entre lo verdadero y lo falso está en peligro.
El objetivo de cualquier medio de comunicación es el de informar; ahora bien, el criterio de selección de las informaciones en la televisión depende de la viabilidad de la filmación, es decir, si se puede grabar bien, hay noticia. Mostrar se convierte en condición indispensable, de tal forma que la importancia de los acontecimientos depende de lo bien que esté grabada la imagen. Esto produce los pseudo-acontecimientos, tan cotidianos en los canales y programas de “sucesos”, eventos creados por y para la televisión, en donde la verdad está supeditada a la tiranía de la imagen. Podemos hablar de información, pero también de desinformación.
Campo de golf, CETI, la frontera, el rastro, la ciudadela… “Salvados” llegó a Melilla como antes llegó a otras ciudades. Y ha hecho lo mismo, pero ahora duele. Jordi Évole desinforma porque condiciona la imagen a las palabras del narrador, y para desinformar son necesarias dos distorsiones que hacen excitante la noticia: excentricidad y ataque. Mentes vacías, charlatanas, estúpidos y estúpidas que están convirtiendo el mundo en el Club de la Comedia y que, en sus ataques, violan el principio de convivencia cívica, que es el de “oír a la otra parte”.
Es un programa “Salvados”, como otros, que hay que verlo desde esta premisa, es decir, no es un documental, ni una gala de promoción turística, ni un “Callejeros Viajeros”. Nadie sintoniza La Sexta los domingos por la noche para disfrutar de las virtudes de una ciudad, sino para reírse de las miserias ajenas, porque nos estamos acostumbrando a que hacer daño sea divertido, como decía antes. Hubo momentos, al menos para mí, desternillantes en el programa, cínicos y también desagradables. Me dolió la toma de la frontera, pero no porque me la enseñara Évole, sino porque existe realmente, aunque nos hayamos acostumbrado a vivir de espaldas a ella.

José María García Linares (26/10/2009)

domingo, 25 de octubre de 2009

UNA GRAN NOTICIA


No es ésta ninguna columna. No me adelanto, que es el lunes el día establecido. Hoy, sin embargo, quiero comunicarles a mis lectores que el jurado de la trigesimoprimera edición del Premio Internacional de Poesía "Ciudad de Melilla" ha hecho una mención especial, tras el fallo del ganador, para que mi obra Muros sea publicada como finalista de este certamen. Quiero expresar mi alegría, mi satisfacción y mi agradecimiento ante un logro tan difícil como éste. Aquí dejo el enlace a una de las entrevistas que me han hecho estos días. En cuanto sepa algo de la pubicación, los informaré.
Dos matizaciones. Soy profesor en Lanzarote y no en Las Palmas, y en segundo lugar, mi primer libro se titula Oposiciones a desencuentro, no "al" desencuentro. Por cierto, en la foto estoy con mi maestro y amigo José Luis Fernández de la Torre.

lunes, 19 de octubre de 2009

LAS FOSAS DE ALFACAR


Federico García Lorca es algo más que un poeta. Símbolo de la libertad perseguida y fusilada, de la cultura como forma de vida, del republicanismo más tolerante y de la democracia decapitada. Por fin es explícitamente un homosexual acusado y tiroteado, cuya sexualidad caló sus versos y sin la que es imposible interpretar correctamente su obra. De nuevo ha sido Gibson el que se ha atrevido a hablar abiertamente de esos Sonetos del amor oscuro no como la crítica ha pretendido que fuesen desde la muerte del poeta, sino como lo que son desde que Federico los escribiera.
Hoy, Lorca es mucho más que todo esto. Es una ciudad. Granada-Lorca, Lorca-Granada, sin saber, a veces, dónde termina uno para nacer la otra, o viceversa. Está presente en todos los rincones de la memoria y ya forma parte de la educación sentimental de las nuevas generaciones. Es una figura de todos y para todos. Sin embargo, a nadie se le escapa (basta vivir allí unos años para darse cuenta), a nadie, decía, se le escapa que bajo su nombre anidan los gusanos más infectos de la política y del poder económico y cultural. Profesores, consejeros, allegados y demás que viven de hacer de sus apellidos bandera para una u otra causa, sin escrúpulo alguno ni vergüenza.
Son seis las fosas que se han localizado en Alfacar, donde supuestamente está enterrado el poeta. El Ayuntamiento de la localidad ha pedido la declaración de la zona como lugar autorizado para el enterramiento, con lo que la familia Lorca sale vencedora de la pugna con la Junta de Andalucía a propósito de la identificación, en este caso de la no identificación, de los restos mortales de Federico. Se abrirán, pues, las fosas, pero no se identificará a García Lorca, lo cual da pie a múltiples especulaciones sobre lo que ocurrió la noche de los fusilamientos y a afirmaciones que toman cada vez más peso y que apuntan a que no está allí enterrado. ¿Dónde estaría, entonces? ¿Recuperó la familia su cadáver? Y en ese caso, ¿dónde lo enterrarían? ¿Siguió vivo, escondido o en el anonimato, como plantea esa fantástica película titulada La luz prodigiosa? Evidentemente, dejar las cosas como están supone no remover ni tan siquiera las fosas millonarias de los derechos de autor, en poder de los sobrinos del poeta, Sacar a Lorca de ese último olvido haría justicia no solo a su memoria individual, sino a la colectiva. Lorca se convertiría en una cuestión de estado, como sucedió con el cantautor Víctor Jara en Chile.
Parece que Federico seguirá en Alfacar, si es que está allí, porque con esa habilitación de zona para el enterramiento no haría falta darle una sepultura digna, puesto que ya la tendría, según la familia. Dar la espalda al pasado nos aleja, como dice Jo Labanyi, de la modernidad cultural, porque ésta habría que buscarla en la relación del presente con el pasado a través de la memoria.
Si los restos de García Lora no son exhumados, será cuando el olor a podrido no dejará respirar a la intelectualidad granadina, andaluza y española. La sombra del engaño y la mentira empieza a ser excesivamente alargada, como la del miedo, este sí verdadero, a perder demasiados millones de euros.
José María García Linares (19/10/2009)

lunes, 12 de octubre de 2009

ANIVERSARIO


Como la mayoría de los españoles, estoy de puente. Bendito catolicismo, que viene a rescatarnos de la rutina y los despertadores. Será la fiesta de la hispanidad, claro, pero no puedo evitar que me siga saliendo este ramalazo cristiano-melillita que me inculcaron en el colegio y en mi propia casa. Ay, qué maravilla de puente del Pilar que estoy pasando en Santa Cruz de Tenerife. Total, al final el nombre es lo de menos. Lo importante es esta mañana lúcida, de brisa ya otoñal, de barraquitos y zumo de mango.Esta capital canaria sí que acoge al visitante. Abierta al mar y a las gentes, a la alegría y a la serenidad, despliega los sábados por la mañana todo su abanico de secretos, luces, sombras, de calle señorial y flamboyanes. Hoy, con este tiempo, todo se multiplica. Solemos repetir el recorrido como una manera de cosernos a la tierra, de hacernos partícipes de una isla a la que queremos y en donde esperamos instalarnos pronto. Mientras tanto, qué mejor consuelo que el café El águila, la calle San José, la librería La isla, la Plaza España, la calle León y Castillo. No sería honesto si no dijera que también he estado en El Corte Inglés, como melillense de buena cepa, y que sigue estremeciéndome como cuando tenía siete años y acudimos a verlo en Málaga (la primera vez, para bien o para mal, nunca se olvida). Es cierto que las escaleras mecánicas han perdido toda su magia, pero en mi subconsciente quedan restos de esa sensación de imposibilidad y grandeza. El que me quiera llamar cateto, que lo haga. Es verdad. Pero que os ocurre lo mismo a muchos de los que estáis leyendo esto también es cierto. Ni franquicias ni nada de nada. No tenemos "Corty", y eso forma parte de nuestra identidad, algo melancólica y siempre deseosa.Durante todo el paseo por Santa Cruz he estado pensando en la temática de la columna de hoy. El Nobel de Obama, el cese de Costa, el soldado canario muerto en Afganistán, etc. Es una semana cargada, no como otras. Qué tal si hilase la ciudad, las sensaciones y alguna noticia, le digo a los ojos verdes que me acompañan desde hace casi cuatro años. "Quedaría muy bonito, pero también podrías escribir sobre tu primer aniversario como columnista del periódico".Como puede ver quien hoy me lea, al final he acabado mezclándolo todo. Tenía hasta un guión hecho, notas en el margen de un diario local y un título en una factura (se me ocurrió en plenas compras). Estoy hablando hasta de los entresijos de mi propio oficio, que tiene mandanga, y todo porque estoy ciertamente emocionado, contento y muy satisfecho por estos doce meses en los que el tiempo se me ha vuelto escritura. Vivir lo que se escribe o escribir la vida. Tal vez ambas cosas. Lo que sí que es cierto es que octubre ya no tiene cuatro semanas, sino cuatro columnas.Es casi de noche. Llevo sentado delante del ordenador un par de horas, dándole vueltas y vueltas a estas palabras. De mi mañana de sábado me quedo con la luz, con el croissant y con la sensación de agradecimiento que me ha acompañado hasta que hemos llegado a casa. Agradecimiento a la dirección del periódico por dejarme hablar un poquito cada lunes; a tantos amigos de mis padres que los paran por la calle y los acercan a mí un poco más a pesar de las distancias; a los míos y, entre ellos, a José Luis Fernández de la Torre, que es el primero en leer la columna y en darme su siempre acertada opinión (le encanta que lo cite y no me hubiera perdonado no hacerlo hoy). Y sobre todo a ti, lector, que me abres la ventana de tu mundo y me dejas pasar para quedarme un rato. Gracias por tu tiempo y por tu lectura.

José María García Linares (12/10/2009)

lunes, 5 de octubre de 2009

CARA DE RAJOY



A Gallardón se le ha quedado cara de Rajoy. Abatido, ceniciento, derrotado, ha regresado a Madrid con demasiado cansancio acumulado en los ojos y en sus propios sueños. Sus obras, sus árboles, sus museos, su lanzadera madrileña con promesas celestiales tendrá que esperar o descansar hasta que otros vengan para ver la luz de de los deseos cumplidos. Pensar en 2020 es excesivo. Dónde estaremos para entonces. Ya lo ha sido todo este despliegue mediático, sobre todo si tenemos en cuenta que en 2012 se acaba el mundo, según el calendario maya. Hemos estado todo un día con el alma en vilo soñando con un futuro mejor, quizá con otra vida, con otra España más saludable, más serena, menos crispada. Teníamos derecho a creérnoslo. Hemos ganado el oro en baloncesto, la Eurocopa de fútbol, Nadal es el mejor y hasta Fernando Alonso ha fichado por Ferrari, con quienes va (y vamos) a ganar más mundiales que Schumacher. Era lógico, pues, que pudiéramos ganar este partido diplomático.
Nos ha pillado desprevenidos. Pensábamos que iba a ser el mejor el que acabaría triunfando y nos hemos olvidado de que, en la mayoría de los ámbitos de la vida, estas cosas ocurren a diario. Es curioso que en un país enfermo de endogamia, enchufismo, amiguismo y tráfico de influencias una decisión como la del COI haya caído como un jarro de agua fría. Seguro que quienes se han presentado a alguna oposición en donde las plazas ya estaban dadas de antemano estaban perfectamente preparados para esto. Claro, si es la vida misma.
Río de Janeiro es un paraíso de luz, mar y samba. También es una de las ciudades más inseguras de todo el planeta. Las obras para el mundial de fútbol de 2014 están muy retrasadas y sólo dos años después tendrá la ciudad que albergar unos Juegos. No era la mejor candidatura pero el mapamundi de Lula sonrojó y dejó en evidencia a los miembros votantes. Tiene razón Lula. Tienen razón los del COI. Pero estos criterios no pueden tirar por tierra el trabajo de las restantes candidatas porque entre los requisitos que se le exigían a las ciudades participantes no estaba el ser de un lugar o de otro. Ni cuestiones de rotación continental ni de justicia olímpica pueden determinar un destino u otro mientras no se especifique por escrito. Si no cambia la cosa, ya sabemos que para la próxima convocatoria, cualquier ciudad africana se llevará por delante a todas las demás, aunque nos digan previamente que no, que es una elección democrática y deportiva. No merece la pena ni presentarse.
Es duro al principio, pero después se va pasando, como todo. Hay que quedarse con la sensación del trabajo bien hecho y de que contra subjetividades no hay mucho margen de maniobra. Es el día a día. Subvenciones, puestos en los ayuntamientos, premios literarios, fichajes mediáticos, etc. En un par de días Gallardón estará repuesto. Ya se encargará Esperanza Aguirre y Caja Madrid de espabilarlo. Para entonces volverá a ser él. Qué mal le sienta esa especie de barba en el ánimo y la mala pipa de quien pierde varias elecciones. Menuda cara se le ha quedado al pobre.

José María García Linares (05/10/2009)

lunes, 28 de septiembre de 2009

TODAVÍA ES POSIBLE CREER


Hemos quedado en la terraza de un pequeño restaurante, a pocos metros del mar. Al encanto de las vistas se le uno el de su gastronomía. Fusionan cocina vasca, italiana y oriental y, la verdad, la mezcla resulta grandiosa. Hace más de un año que no nos vemos; hemos hablado por teléfono y a través de emails pero a ninguno de los dos acaba de convencernos ni la frialdad ni la distancia de estos medios de comunicación. Será, le digo, que estuvimos acostumbrados a vernos diariamente, yo con la tiza y él con el cuaderno. Ya entonces guardaba en la mirada tantísimos sueños, los mismos que, poco a poco, ha ido materializando con vida y esfuerzo.
Veo atardecer mientras espero a que llegue y vuelvo a tener esa sensación de que el tiempo se esfuma por sí mismo o de que te lo arrebatan sin que puedas darte cuenta hasta que ya es demasiado tarde. La luz no solamente cambia de tono sino que trae consigo múltiples significados. Basta leer en ella para volver a sentir lo que sentimos hace ya tanto en otro lugar, rodeados de otras personas. Hacerlo lo llena a uno de nostalgia porque aunque son exactamente esas palabras, yo, que las leo, ya no soy el mismo. Dejamos tanto atrás… Vivir, me digo, tal vez sea eso, leer nuestro presente para reconstruir nuestro pasado.
Alberto llega, como siempre, cargado de optimismo y de palabras. Está en el cuarto curso de Periodismo y sigue escribiendo. Ya echa de menos Madrid y sólo lleva un par de días en Lanzarote. Hay tanto por hacer allí, tanta vida, tantas oportunidades. Está disfrutando sus años de aprendizaje con intensidad y se notan en su conversación la madurez, la profundidad de pensamiento, el entusiasmo por todo lo que lo rodea en la capital. El mundo al alcance de la mano. El poderío de la juventud ilimitada e ilimitable. Todavía es posible creer, es posible ser lo que se sueña.
Ha anochecido. En una hora ha escrito un universo. Su ciudad con sus paseos, las hojas caídas del otoño, el frío, las librerías y los amigos. Es el Madrid de Alberto. Hay fragmentos en su relato muy parecidos a otros que fueron escritos por mí hace ya mucho tiempo. Lugares distintos, ciudades distintas, pero idénticas al fin y al cabo. Un soplo fugaz de brisa fresca para mí. Toda una vida para él. Veo cierto miedo, no obstante, cada vez que se plantea su futuro laboral. El panorama es muy oscuro, le digo, pero puede ser el momento para todos aquellos que se han preparado a conciencia durante muchos años. Estoy seguro de que será su momento.
Llego a casa sereno, tranquilo, agradecido por ser partícipe de la vida de quien una vez fue alumno mío y hoy es amigo y confidente. Mientras acumulo desasosiegos, desaires, malos modos y faltas de educación, la cerveza de esta tarde me ha llenado el principio del otoño de alegría y esperanza. Todavía es posible creer, todavía es posible esperar. Gracias, Alberto.


José María García Linares (28/09/009)

lunes, 21 de septiembre de 2009

LA LLUVIA


Llegaron antes de ayer. Se instalaron en el horizonte y no se mueven. No hay ni una mota de aire enganchada en las palmeras. La mirada se vuelve gris. El pasado luminoso de una orilla va cayendo en ese pozo oscuro y profundo de la memoria en donde, al final, se va depositando todo lo que alguna vez nos hizo felices. También lo que nos entristeció, pero maquillado con tonos pasteles, con acuarelas tenues.
Desde la ventana parecen enormes, superlativas, de formas caprichosas que van metamorfoseándose conforme nuestra imaginación les busca parecidos razonables. Mirar al cielo (mirar el cielo) es un gesto milenario, tan humano como el propio lenguaje. Todo lo que viene de arriba conserva un sustrato mágico, misterioso, increíble. Cuando rompen las nubes a llover, un trozo del tiempo también salta por los aires.
Los cambios estacionales traen consigo soplos de novedad. Incluso el verano se hace largo, con todo ese azul que se acomoda en nuestra boca y no nos deja respirar. Necesitamos sentir que la vida cambia, que algo se mueve, que vendrán tiempos mejores cargados con mil cosas, mil oportunidades que nos sacarán de la rutina. Luego, infelices de nosotros, el otoño y el invierno traen lo mismo, inercia, horarios y demás. Por eso gusta quedarse con esos días valiosísimos en los que podemos ver que el mundo vive, que muta, que ofrece algo distinto.
Al poco de mojar los tejados y las calles, el olor de la lluvia se convierte en la fragancia de la vida. A mí me recuerda las mañanas de los sábados jugando al escondite con mis primos en el Parque Hernández. No nos íbamos aunque nos sorprendiera el chaparrón. Nos poníamos la capucha del chubasquero y seguíamos corriendo. Era un olor tan intenso que filtraba manos, ojos, lenguas. También, aunque eso se descubre muchos años más tarde, el recuerdo.
Los chubascos normales (no estas lluvias torrenciales de riadas y ruinas, de desgracias y muertes que han golpeado con violencia a varias regiones españolas estos últimos días), los que caen en estas jornadas de tránsito rumbo al otoño nos alivian, aunque sea en un primer momento y en lo más profundo de cada uno. Nos asomamos al balcón, sacamos la mano, nos sorprendemos, nos sentimos vivos.
Cada cual tiene su propia manera de vivir la lluvia. Oír su ritmo en los cristales, a media tarde, mientras leo echado en el sofá, es el regalo que tienen para mí estos comienzos. Luego hará frío, no se podrá salir a pasear y el mal tiempo acabará convertido nuevamente en esa costumbre odiosa que nos hará anhelar la primavera. Pero hasta que llegue ese momento, esta suave cortina de agua novedosa encharca mi mañana de domingo de serenidad y perfume.


José María García Linares (21/09/2009)

domingo, 13 de septiembre de 2009

BOTELLÓN, BOTELLÓN


Descubrí el botellón tarde. Antes de irme a estudiar a Granada, en la segunda mitad de los años noventa, no era yo muy dado a beber a la intemperie ni de trasnochar. No había salido aún de mi crisálida melillense, arropado como estaba por mi familia y mi propia percepción, todavía inocente, de lo que era mi vida. Recuerdo que la primera copa que me bebí con mi hermana, ya universitario, me dejó tan listo que tuve que apoyarme en una columna de un local de mala muerte tras haber bailado como Lola Flores. Con el tiempo te acostumbras (no a bailar como la Faraona, sino a beber), porque España es un país de bebedores, y, tal vez, éste sea un factor determinante que se olvida en el debate social a propósito del botellón. La gente joven bebe mucho, por supuesto, pero la que no es ya tan joven bebe lo mismo o más, lo que ocurre es que paga un precio económico superior por lo que ingiere. A ver quién bebe zumos o agua fresquita en una feria, en un bautizo, en una boda o en un bar de tapas. Un porcentaje muy bajo.
Por aquel entonces (cuando era estudiante), nos movíamos primero por un espacio cercano a la antigua estación de autobuses granadina y, años más tarde, por la plaza Gran Capitán. Estábamos allí con las bufandas, los guantes, algunos con su gorro, bebiendo y comiendo pipas a cero grados, incordiando a los vecinos. Cualquiera se pagaba un cubata en un pub de la calle Pedro Antonio. Cuando tuvimos piso propio, algunos amigos y yo nos mudamos a aquella amable sala de estar con calefacción, sofá y aparato de música, y continuamos allí haciendo nuestro particular botellón. No molestábamos a nadie, pero seguíamos bebiendo.
A las autoridades nunca les ha importado que los jóvenes beban. Perseguir el botellón por lo que a consumo de alcohol se refiere es un acto hipócrita y demagógico, porque lo de Pozuelo (no los actos vandálicos, puntuales y minoritarios) lleva ocurriendo en España desde hace décadas, es decir, beber en la calle. A nuestros políticos lo que les preocupa, y con razón, es el descanso de los vecinos, la limpieza de la zona y el respeto por el mobiliario urbano, pero no lo dicen. Vivimos, no lo olvidemos, en una sociedad del bienestar. Tan fácil como llevarse el botellón a un descampado, donde no se moleste a nadie. Sería interesante ver qué pasaría si, en lugar de hacerlo en la vía pública, la gente pudiera pagarse sus copas y beber en los locales. ¿Le preocuparía a alguien el consumo? Seguramente no. Ojos que no ven, corazón que no siente. La realidad, evidentemente, es otra.
Crecemos viendo beber a nuestros mayores, viéndolos brindar en las cenas familiares, en los bautizos y en las bodas, tomando las cervezas con sus tapas. Acabamos bebiendo, claro, aprendemos a beber. Es parte de nuestra cultura. Cuando era pequeño, la bebida, en mi familia, era cosa de mayores. Si ahora es asunto de menores es porque en las casas están fallando muchas cosas. Véase si no la sentencia de tres meses sin salir más tarde de las diez para los energúmenos de Pozuelo. En mis tiempos eran nuestros padres los que nos ponían una hora para llegar por la noche. Menudos jueces. Eso sí que eran sentencias. Cualquiera recurría. Y míranos qué guapos. Sin traumas.


José María García Linares (14/09/2009)

lunes, 7 de septiembre de 2009

RITMO


Hay que ver cómo cuesta coger, de nuevo, el ritmo. Te acostumbras a los paseos matinales por la playa, al café de las cuatro y media frente al mar, a disponer de parte de la madrugada para leer o escribir, y casi se te olvida que es tan solo un espejismo, un breve respiro que esta vida mal diseñada parece concedernos. Es esa sociedad del progreso la que nos ahoga y nos esclaviza; esa sociedad del bienestar que se ha olvidado de sus propios ciudadanos a favor de una producción y un beneficio material. Vivir se convierte en trabajar, y ahora que el trabajo escasea, muchas vidas están al borde del abismo.
El síndrome postvacacional, dicen los expertos, también tiene su propio tempo. Los días previos a la vuelta está uno ya que no pega ojo; suspira bajo la sombrilla mientras el tiempo se le filtra entre las manos y todo adquiere un regusto a antiguo, a ya pasado, que ni con la cerveza. Simple y llanamente, al menos para quien les habla, es pena y, tal vez, la soledad de las ciudades colapsadas por horarios y semáforos.
Nada más girar la llave y abrir la puerta llegan de golpe rostros, voces, luces y olas rotas en los tobillos. La casa está a oscuras, silenciosa, como un animal dormido que hubiese casi olvidado a su dueño. El horror de la maleta por deshacer, cuando fue bendición llenarla hace ya tanto, parece que en otra vida. El pasillo largo, sin nadie al fondo que te dé los buenos días; el sofá, excesivamente grande y vacío, como una nevera agonizante… Pena, lo que decía antes. Mientras vas colocando la ropa, barriendo lo justo el suelo y ordenando los cajones, se derraman la nostalgia y la melancolía. Y mira que luego son difíciles de quitar sus manchas.
Los que ya han cogido su ritmo son los del G-20, los verdaderos, no los del programa de Mejide en Telecinco. Ojalá estos ministros fueran como Lidia Lozano o Belén Esteban. Hay que verlos tan enchaquetados decidiendo entre risas quién pasa penurias con la hipoteca y vislumbrando, entre vino y canapé, el final del túnel de la crisis.
María Dolores de Cospedal también ha vuelto de vacaciones con más energías que nunca. Tantas, que no se va a ir de luna de miel en unos días como tenía pensado. La número dos del PP se nos ha casado en segundas nupcias. Hay cosas que no hay quien las entienda, porque esta señora, divorciada, casada nuevamente y con un hijo concebido en los laboratorios, representa a un partido que luego apoya a los obispos en sus manifestaciones en defensa de la familia cristiana. Vivir para ver.
La que no ha parado ni en verano ha sido Trinidad Jiménez, bien acompañada últimamente por el ministro Gabilondo. Ojalá que este consenso entre Comunidades Autónomas fuera el mismo para diseñar de una vez una ley educativa igual para todos los españoles, el deseado pacto por la Educación. Aún así, parece también un espejismo vacacional, porque ya hay CCAA que están adelantando comienzos de cursos, que están diseñando una política de incorporación de nuevas tecnologías en las aulas diferente a la de otras regiones, que van a cofinanciar los ordenadores, etc. Veremos a ver el ritmo que lleva la gripe A, por ahora lento, afortunadamente, en mortalidad y velocísimo en prevención y gasto. Me huele a mí que más de uno va a sacar una buena tajada de tanta mascarilla y jabón desinfectante.


José María García Linares (07/09/2009)

domingo, 30 de agosto de 2009

LA VUELTA AL COLE



Cuando comienza la Liga, algo acaba de romperse definitivamente. Se va sospechando conforme uno mira el calendario, ve la tele o mira el cielo. La luz se vuelve asmática y el mar se adormece. No es que el fútbol haya estado ausente este verano, al contrario. Los fichajes multimillonarios han alargado el final de la temporada pasada, han ocupado portadas de diarios y páginas web y sin apenas darnos cuenta el balón ha empezado a rodar de nuevo. Fue terminar el campeonato y empezar a hablar del siguiente el mismo día.
Cada vez es más difícil desconectar. Parece que vivimos en un tiempo continuo, sin principio ni final, en donde todo se repite incesantemente. El futuro ha acabado por apoderarse de los días del presente y prácticamente vivir se ha convertido en un planificar a medio y largo plazo. Mientras esperamos lo que venga, se nos escapan de las manos las mañanas, las tardes y las noches, y cuando se va agosto se le queda a uno la misma cara de bobalicón que cuando descubre que le han robado la cartera. Miramos atrás, buscamos el lugar en el que se quedaron nuestros baños, las cremas y las hamacas y nos estremecemos porque la vida pasa sin piedad y rápidamente.
Con la Liga llega en Melilla la Feria, y con la Feria el colegio. Septiembre es un mes cruel. Será calmo, tranquilo y todo lo que se quiera decir, pero se instala de sopetón con las obligaciones y su inflexibilidad como el tirano que da un golpe en la mesa y pone firmes a sus súbditos. Septiembre huele a libro de texto, a estuches, libretas y madrugón. Qué espanto. Cuando mi madre traía los libros recién comprados y los dejaba encima de la mesa del despacho de mi padre, recuerdo que al pasar para ir al comedor miraba de reojo por la puerta y sentía una pena y un coraje que sigo sintiendo hoy, a pesar de que ahora estoy al otro lado y que los libros no los compro, sino que me los regalan de la editorial. Es igual. Nunca he llevado bien empezar el curso. Íbamos a la Feria la familia y cuando regresábamos a casa con los almendrados y los peluches de la tómbola ya iba yo haciendo cálculos para ver cuántos días quedaban. Huía delante de mis ojos todo mi tiempo libre, mi ilusión y mis chapuzones. Qué duro se hacía desde septiembre verse sentado todos los días seis horas en una habitación mal ventilada durante nueve meses.
La vuelta al cole es inevitable, o era inevitable. Este año está el ambiente enrarecido, un volvemos pero no, una mosca demasiado grande tras las orejas pequeñas. Las Comunidades Autónomas están asustadas con la gripe A, la OMS un día dice una cosa y al siguiente se desdice, la pobre Trinidad Jiménez está cada vez más ojerosa y hasta El Corte Inglés este año ha lanzado una campaña publicitaria descafeinada. ¿Volver al cole no era la mejor aventura? ¿No era como una película de Indiana Jones? Estamos todos asustados, como es lógico. La Comunidad de Navarra va a comenzar el curso escolar escalonadamente, como si pudiera evitar así cualquier contagio. Lo cierto es que, ahora mismo, poco puede hacerse. Se habla de colectivos de riesgo, de porcentajes, de dosis. Si las vacunas llegan en noviembre… Habrá que ver cómo se gestiona el problema, porque tal y como están las cosas, y con las diferencias que existen entre las Comunidades Autónomas en materias de educación, sanidad o trabajo, no cabe duda de que se van a dar situaciones de desigualdad. Tendremos tiempo para verlo.
En fin, que se nos acabó el verano. Estoy haciendo mi maleta y encima no dejo de tararear Volver. “Sentir /que es un soplo la vida, / que veinte años no es nada, / que febril la mirada, / errante en las sombras, / te busca y te nombra. / Vivir /con el alma aferrada / a un dulce recuerdo / que lloro otra vez”. Buena Feria y buen comienzo.


José María García Linares (31/08/2009)

lunes, 24 de agosto de 2009

LA QUE SE AVECINA, VECINA




Hay que ver cómo están las vecinas de San Lorenzo con la plaza multifuncional. Agosto es un mes muy malo para los enfermos mentales, que se desquician por el calor; para las parejas, cuyos miembros acaban hartos el uno del otro (con lo bien que estaba ésta currando); y para las comunidades de vecinos, desesperadas, entre otras cosas, por las vomitonas que el hijo de la del segundo pega todos los sábados de madrugada a la entrada del portal, los chillidos de la ordinaria del ático y la bachata insoportable de los sudamericanos del tercero. Se acaba el mes, y los ánimos están cada vez más encendidos.
Aunque esté feo señalar, una de nuestras vecinas, la más apocalíptica y desventurada, le quita el sueño la proximidad de la feria. Para colmo de males, lleva todo el año aguantando ruidos, malos olores, pitadas de coches, botellones y demás incomodidades que la habilitación de espacios como éstos, tan céntricos, traen consigo. La otra, feligresa hasta las trancas de la cofradía de nuestro padre Imbroda, aplaude la ubicación porque tiene niños pequeños y lo pasan allí divinamente, juegan a la pelota, comen pipas con los amigos, fueraparte, como diría la divorciada del cuarto que deja la basura en el descansillo (no es machismo, es que ellas siempre se quedan con las casas), de la revalorización que una plaza como ésta supone para su pisito en la zona. La tercera vecina, en pos del orden y la diplomacia, da una de cal y otra de arena, porque una comunidad es como una familia, y hay que velar también por el bienestar del bloque.
No es por meterme, que a mí no me gusta criticar, pero habiendo visto durante el verano a la gente haciendo su botijo por las inmediaciones, a decenas de jóvenes vestidos y sin vestir duchándose en la fuente, como si aquello fuera un parque acuático (propio de ciudades subdesarrolladas), con el mar a escasos metros y a pseudocantantes gritando a las tantas de la noche, voy a tener que darle la razón a la primera vecina. Desde luego que, si yo tuviera allí mi casa, tendría las carnes abiertas de pensar en la que se me avecinaría con la Feria del Mar.
Me acuerdo ahora de mi vecina Esther y de su madre, Sampedro, que han vivido toda la vida debajo de nuestra casa y que estaban cada dos por tres subiéndonos arroz con leche, flan, roscos fritos y pinzas de la ropa, y me las imagino dando voces con mi padre por el patio poniendo de vuelta y media la plaza de los demonios mientras mi vecino, Diego, también pega los suyos porque el calentador es una mierda y no sale el agua caliente. Para escribir notitas estábamos. Nuestro barrio nunca tuvo el caché de San Lorenzo; ahora, mosquitos por un tubo, le digo a usted (como los que van a tener los próximos vecinos de la esquina del Paseo Marítimo, tan cerquita del río y de su peste, por muchos millones que valgan los pisos y los áticos, azoteas en mis tiempos).
De modo y manera que se llevan las casetas del Parque Hernández y las ponen en mitad del cogollo, al contrario de lo que se está haciendo en la mayoría de las ciudades españolas. Que se aguanten ellos un poquito que nosotros tuvimos lo nuestro, estarán pensando los vecinos de Avenida de la Democracia, Avenida Juan Carlos I, calle O’donnell, calle Luis de Sotomayor y demás vías céntricas, hoy relajados, serenos y felices, cuyo derecho al descanso se ha pisoteado sistemáticamente año tras año con la anterior ubicación ferial. Todavía tienen pesadillas con la Chochona engullendo una hamburguesa en Europa 3, ya tú ves.
Total, que les ha tocado la perra gorda a estos pobres con el Noray a un lado y la Multiruidos (parece un zumo) al otro. Tal vez sea una buena terapia ésta de las cartas. Desahogarse y sentirse escuchado es muy bueno, sobre todo cuando se sospecha que las autoridades van a hacer caso omiso a estas cuestiones (movieron la feria del parque no por el jaleo y las molestias, sino por la conservación de las palmeras, que tenía mandanga el estado en el que acababan). Toda mi solidaridad para quienes ven agredido su derecho al descanso. Les acompaño en el sentimiento y en estas lecturas ya casi septembrinas. Buena suerte.

José María García Linares (24/08/2009)

EL PRECIO DE LAS COSAS


Qué grima más grande. No puedo evitarlo. Eso de ver a los quinceañeros bañarse en la piscina con los calzoncillos al aire me da un repelús que ni les cuento. Dicen algunos que se los ponen limpios para tomar sus baños. Me extraña muchísimo, más cuando a esa edad los hábitos higiénicos, en muchas ocasiones, brillan por su ausencia. Tengo aquí enfrente a uno que no sé qué malabarismos habrá hecho con el bañador que lo lleva más abajo de donde la espalda pierde su nombre, en la mitad de las posaderas, vamos. Todos los días, a esta hora, las cinco aproximadamente, la espera sentado con su Puleva de fresa. Ella llega, esquelética, apenas sin sombra, y ambos se miran,se ríen con sus ortodoncias y se ponen morados de gofres con nata y chocolate. El amor adolescente. Él está trabajando duro, se nota a leguas. Es más feuchillo aunque está haciendo pesas. Un par de músculos y los calzoncillos pueden ser una buena estrategia. Aún así le está costando.
Todas las cosas importantes de la vida tienen un precio. A veces es meramente material, como ese piso que te hipoteca los sueños o la carrera de tus hijos en otra ciudad. En otros casos es mucho más íntimo, casi espiritual, como un beso, un buen recuerdo, una amistad sólida y duradera. En cualquier caso, se trata de aprender a valorar lo que tiene uno a su alcance. Aquí no queda del todo bonito hablar de costes, pero a estas alturas de la historia la cosificación de la existencia no tiene marcha atrás. Tanto es así que no nos conformamos con aquello que se consigue con facilidad, sino que preferimos invertir tiempo y medios, como si el gasto fuera directamente proporcional al objeto perseguido. Quien quiere comprarse un coche no permitiría que, al ir al concesionario, le regalaran un modelo determinado, así como el que no quiere la cosa. Pagarlo es impregnarlo de valía. Imagínense que Kaka´ no hubiese costado un céntimo al Real Madrid (estaría jugando en el Barcelona, permítaseme la malicia).
En una sociedad tardocapitalista, aquello que no vale dinero, que no tiene precio, está automáticamente devaluado, de ahí que bastantes de los servicios públicos no sean considerados por los ciudadanos en su justa medida. Son gratis y por eso pueden maltratarse. Son regalados, por lo tanto no tienen la misma importancia que otros exactamente iguales que sí que cuestan caro. Ocurre con la sanidad y con la enseñanza públicas.
Las Comunidades Autónomas han empezado a costear los libros de texto de los estudiantes de Primaria y Secundaria. Las más pudientes cubren la totalidad del gasto. Las restantes, sólo una parte. Un sistema educativo igualitario debe ser aquél que ofrezca siempre lo mejor a todos los estudiantes, que permita que quienes no tienen los medios suficientes puedan acceder a las mismas oportunidades que los que sí que gozan de ellos. Pagarles los libros a todos es una medida injusta. No se trata de que el rico reciba los mismos beneficios que el pobre, sino todo lo contrario. Que el que no tiene lo que poseen los más pudientes los reciba a través de becas, ayudas y demás.
Ya se ha visto en otras regiones que, al devolverlos al finalizar el curso, los libros están estropeados, rotos, sucios (lo de los plazos es otro cantar. El curso pasado llegaron a mi centro en la primera semana de noviembre). A esa edad, el sentimiento de propiedad privada está muy arraigado. Lo que no es de uno, da igual como se trate. Todo tiene un precio menos, al parecer, aquello que tiene que ver con la educación de los chicos. Cuesta el MP3, las botas de fútbol, el móvil, la pintura de labios… Debe de ser que el gasto educacional escuece más que otros. No lo sé. Lo que tengo claro es que me encantaría que me regalaran la cesta de la compra de principios de mes, la factura del agua y de la luz, la del teléfono y el ADSL, incluso el billete de avión con el que me marcho unos días a la Península. Estaré fuera dos semanas, casi, desconectado del mundanal ruido. En dos lunes nos volveremos a ver. El chico de los calzoncillos ha pagado la cuenta. Gasto material y espiritual, en este caso. Se le ve hinchado (de orgullo y de gimnasio). Lo que cuesta ser joven y aprender a vivir. Esos calzoncillos, hijo de mi vida…

José María García Linares (03/08/2009)

jueves, 30 de julio de 2009

PEQUEÑOS TIRANOS

Cuatro, el canal de Sogecable, lleva años emitiendo una serie de programas que han traído un soplo de aire fresco, tanto por sus contenidos como por sus formatos, al panorama rosa-fucsia y casposo de la televisión española. Callejeros, Desafío Extremo, 21 días…, Supernanny, Ajuste de Cuentas, S.O.S. Adolescentes, Hermano Mayor, etc., conocidos ya de sobra por el impacto que han supuesto en las audiencias. Montaña, ciudad, economía familiar, psicología o educación compiten contra el griterío y los corazones resecos. De entre toda la oferta, siempre me han parecido especialmente dramáticos aquellos espacios que buscan solucionar los conflictos entre padres e hijos, ya sean éstos de corta edad o adolescentes. Mal nos tienen que ir las cosas cuando desde la televisión nos enseñan cómo educar a los pequeños, cómo limitar sus exigencias y comportamientos.
Hablar de menores en España es muy difícil. La demagogia lleva ganándole el pulso a la razón desde hace décadas en casi todos los temas tanto políticos como sociales, pero en especial en éste. Con cada asesinato, violación o abuso cometido por un adolescente, el debate se enciende a propósito de una Ley del Menor que protege y disculpa, en vez de sancionar, a quien ha cruzado la línea de lo que es socialmente admisible. Quienes trabajamos con ellos sabemos que con catorce o quince años se sabe distinguir perfectamente entre lo que está bien y lo que está mal. Tal vez haya excepciones, tal vez haya asuntos en los que el joven titubee, pero desde luego sabe que matar a un semejante o violar a una compañera es inmoral y, además, un delito. ¿Por qué una joven es adulta para abortar a los dieciséis años y no lo es un violador para cumplir su pena?
Los niños son tiranos desde que nacen. Egocéntricos, egoístas, dictadores, caprichosos e instintivos. Educarlos consiste precisamente en corregir sus comportamientos, en reconducir sus exigencias y en poner límites a su propio yo para que no invadan el espacio de aquellos que los rodean. El arbolito, como dice el refranero, desde chiquitito. Y para que el niño aprenda lo que puede hacer y lo que no, necesita de la autoridad de sus progenitores, en un primer momento, y de sus educadores, en segundo lugar y más adelante. El terreno que pisamos es muy resbaladizo, porque para educar hay que estar presente, y la gran mayoría de padres y madres no pueden estarlo en los años más delicados de la formación de sus hijos por cuestiones de trabajo. El poco tiempo que pasan con ellos, al llegar a casa, no lo dedican a regañar, sino todo lo contrario. El niño alcanza la edad de los doce años sin un referente de autoridad, acostumbrado a chantajear a sus mayores, seguro de que sus apetencias están por encima de los deseos de los demás y, además, respaldados en ocasiones por sus padres que ya no saben qué hacer con su hijo aparte de consentirle todo aquello que al joven se le ocurra por miedo a represalias, discusiones y gritos. Hay menores que empiezan a hacer lo que les da la gana porque, precisamente, pueden hacerlo. Se han acostumbrado a conseguir todo aquello que se proponen. Pasan de curso sin estudiar, puede golpear a un compañero, puede insultar a su maestro, etc., y además saben que sus padres lo apoyarán a ellos porque los tienen en la palma de la mano.
La educación del menor no es una responsabilidad de los Estados, sino de su familia, salvo aquellos casos alarmantes para los que están los servicios sociales. No se puede tener un hijo para que lo críen y lo eduquen los demás. El problema, hoy por hoy, es que el modelo español no permite la conciliación de la vida familiar con el trabajo. Suecia, por ejemplo, sí que posee una estructura social como la que apuntamos aquí. Un sistema en el que la productividad económica está por encima de demandas como la de que un padre y una madre puedan dedicarle tiempo a su recién nacido acaba fracturándose irremediablemente, estallando por los aires.

José María García Linares (27/07/2009)

lunes, 20 de julio de 2009

TODO LLEGA



El año pasado estuve veraneando, después de mucho tiempo, en Chiclana de la Frontera. Cádiz tiene un mar que ya lo quisiéramos nosotros. Transparente, fresco, limpio. Refresca por las noches y no sudas como lo haces aquí. Su levante es distinto, muy parecido a nuestro ponientazo, pero con más mala uva, aunque, afortunadamente, no llegamos a sufrirlo durante nuestras bien recordadas vacaciones. Desde Chiclana apenas empleas tres cuartos de hora para acercarte a lugares como Caños de Meca, Barbate, Zahara de los Atunes o Tarifa, emblemáticos todos por sus puestas de sol, su ambiente relajado, su gente y sus playas. Es en Zahara en donde el fuego ha vuelto a hacer, dramáticamente, acto de presencia. Llega el verano y con él los incendios. Todo es cíclico. Estamos condenados a la repetición. Todo pasa y todo queda, que decía Machado. Parece que también todo llega a pesar de las previsiones.
Todo llega, como llegó, o no, el hombre a la luna. Ver las imágenes debió de ser impactante, de ahí que muchísimas personas no acabaran de creerlo. Hay teorías para todos los gustos. Incluso el nombre de Stanley Kubrick gravita alrededor del supuesto tongo, cámara en mano, en unos decorados hollywoodienses. No se trataba sólo de llegar antes que los rusos, sino de conseguir los mejores testimonios gráficos posibles. Era y es, desde entonces, el poder de la imagen el que otorgaría otros poderes a los gobiernos. En la batalla contra Rusia había cabida para todo, así que no es de extrañar que llegaran, sí, y se posaran en la luna pero que nos hubieran colocado unas imágenes que estaban previamente preparadas por si fallaba la misión. Parece lógico en los tiempos que corren hoy. Me gusta este halo de misterio en torno al tema, porque alimenta mis fantasías de ruinas lunares y bases extraterrestres en la cara oculta. Adoro a Iker Jiménez.
Los que casi no llegan son los pasajeros del Millenium. No de la novela de Larsson, se supone, sino del barco este que todos los años monta sus numeritos en plena temporada estival. Lo de Melilla y su transporte no tiene remedio. Ya estamos otra vez a vueltas con lo mismo. Monopolios, incumplimiento de horarios, precios elevados… Aburre, incluso, hablar de estas cosas. Son como el Gurugú o Melilla la Vieja. Forman parte de nuestra identidad, están ahí y ahí hay que dejarlos. Qué sería de nosotros si, algún día, tuviésemos varias compañías marítimas y aéreas. Sufriríamos de esquizofrenia norteafricana. Las tradiciones están para respetarlas y conservarlas, y si en el aeropuerto tardan cincuenta minutos en traer las maletas desde la pista hasta la cinta transportadora como le pasó a mi hermana, o mejor dicho, a su equipaje, no pasa nada. Es lo nuestro, como lo andaluz, lo canario, lo extremeño. Saboreémoslo. Estamos en casa.
Y recién llegada, después de haberse hecho esperar, tenemos la gripe A. Ya era hora. Así nos sentimos más cerquita de la orilla de enfrente. Ahora sí que lo tenemos todo para exigir más dinero en la financiación autonómica. En invierno esto va a ser caótico, un crujir de dientes. A ver quién no se acerca a Urgencias cuando tenga algo de fiebre, a ver qué madre y qué padre no se lleva corriendo al niño del colegio, o bien al hospital, porque tenga algún síntoma, o bien a su casa para que no se contagie. Mientras tanto, y para abrir boca, faltan enfermeras (y enfermeros), no se exige especialización a la hora de trabajar en una planta o en otra, la vacuna, dicen, no llegará hasta diciembre o enero y no hay médicos suficientes. Los hospitales se van llenando de personal extranjero mientras a nuestros estudiantes les exigimos más de un ocho para estudiar Medicina y acaban contratados en Portugal porque les pagan mejor. En fin. Me voy a andar un poco por la playa. Dicen que, además de otras patologías respiratorias, la gripe A se ceba con quienes tienen sobrepeso. Joder, si es que nos pasa de todo.


José María García Linares (20/07/2009)

miércoles, 15 de julio de 2009

CURSOS DE VERANO



Tengo la manía de acordarme, alrededor del mes de abril, de los cursos de verano que convocan las grandes universidades españolas para la estación venidera. Por esas fechas, aburrido que estoy de tanto sujeto (y sujeta) y de tanta subordinada (y subordinado), los nombres de los grandes de la literatura española (sí, tiene su gracia, lo reconozco) y las temáticas que van a tratarse me dan cierta energía y hacen revivir en mí aquellos tiempos granadinos en los que me tragaba conferencias insufribles y asistía a presentaciones delirantes (la de José Luis Fernández de la Torre de las obras completas del poeta melillense Miguel Fernández fue sublime, como lo son ambos). Las cosas de la edad. A mí me daba igual, lo importante era estar allí, había ido a escuchar a fulanito y, si tenía suerte, me firmaría un ejemplar de su último libro. Afortunadamente, el tiempo pasa (yo no vuelvo atrás, qué espanto), y ahora que estamos en el mes de julio, sólo de pensar en una charla a cargo de Muñoz Molina a cuarenta grados en la Complutense me produce escozor en los muslos. Qué bien duerme uno con una novela de este señor, por cierto. Fortuna para los insomnes en estas noches calurosas.
Termino, entonces, por no ir nunca a estos cursos, porque el verano me deja lacio, como dice mi madre, y porque cuando llega mayo ya se me han pasado las tonterías del mes anterior. Compro mi billete y me vengo para acá. Echo la matrícula en el Club Marítimo, participo en los debates en casa de Manolo a propósito de los pinchos de ternera o de cerdo y este año, como novedad, asisto a mesas redondas en el aula magna de La Fontana de Buda, a eso de las doce de la noche. Qué ambiente, qué ponencias. Nada más llegar, me ponen el mojito, casi sin enterarme, y el plato de frutos secos con el que lucho silenciosamente y que alejo todo lo que puedo porque al final siempre gana él, también en silencio, por supuesto. La hierbabuena de Melilla debe tener, entre otras cosas, propiedades alucinógenas. Antes del primer trago ya te has bebido el sabor por los ojos. Una maravilla. Luego empiezas a ver de todo. Señoras mayores y redondas moviendo el brazo izquierdo, flexionado, y la pierna derecha, danzando como gaviotas; señores con camisas de manga larga (me entran las siete cosas con estos calores) y cinturones a juego con los zapatos, fumándose la noche en forma de puro; jovencitas ataviadas con gasas y de miradas intensísimas, casi bizcas, aliñadas de alcohol y de otros furores… Se aprende muchísimo a estas horas.
La madrugada ha sido siempre una de las mejores escuelas, puedes participar u observar tranquilamente, con el sosiego que da el aliento del mar y la música chill out… No, no estamos aquí para pensar, me dice Salva, que en lo que me da por hilar mis pensamientos ha hilado él cuatro cervezas, cosas, le digo, que tenéis los artistas, mientras su mirada se pierde entre los barcos y sus mujeres.
Cuando llega el segundo mojito ya estoy acordándome de algunos amigos que no estarán por aquí este verano. Seguro que andan aprendiendo otras historias y otras vidas y otras alegrías estivales. Este sorbo va para ellos. Ya me estoy poniendo sentimental. Debe ser el azúcar moreno o morena, según la orientación de cada uno. Qué paladar tan bueno te deja en la boca, mezclándose poco a poco, al mismo ritmo lento que tiene la brisa en este lugar tan especial, con los años que han pasado y los que están por pasar, con los rostros conocidos y por conocer… Cuando nos levantamos de los tresillos blancos en busca de nuevas compañías se me van los ojos al cargadero, a su soledad afortunada, a sus silencios, tal vez uno de los rostros de la quietud. En fin, que Salva tiene razón. La próxima conferencia la tenemos a unos metros. No cabe un alfiler. Que viva el conocimiento y la hierbabuena.


José María García Linares (13/07/2009)

miércoles, 8 de julio de 2009

QUÉ PONIENTÁ



Qué ponientá. Esta expresión es muy de mi casa y de mis amistades. Seguro que no aparece en el diccionario y mira, a estas alturas y con este calor, me trae sin cuidado. ¿No escriben los niños como les da la gana y Zapatero habla de lenguaje juvenil? Pues eso. Ha soplado este fin de semana más que con fuerza, con avaricia. Los termómetros a 39 y las gargantas asadas y cuscurrosas.
Estoy recién llegado. Contento porque venir a Melilla es como ir a EEUU, es decir, me cuesta lo mismo y, en mi caso, igualmente me paso viajando todo un día, y encima no sufro desfase horario porque paso la noche en casa de mi amiga Tere, en Benalmádena, para hacer escala. Su madre me prepara ajoblanco con uvas y su padre no deja de ponerme una cañita tras otra. Son encantadores y unos grandísimos amigos. Esta vez he volado desde Lanzarote a Málaga en Air Europa, la misma compañía que quiere entrar a operar en nuestro aeropuerto. No acabo de creérmelo. Son aviones demasiado rápidos y cómodos para lo que estamos acostumbrados, amplios y silenciosos (cada vez que tengo que ir a Madrid desde Melilla me bajo en Barajas aturdido de tanta hélice). Siempre nos han dicho que nuestra pista era pequeña para los reactores, así que…
Con el viento de poniente las playas se limpian, o al menos eso había pasado hasta ahora, porque llevo paseando toda esta semana por la orilla tal y como me dijo mi dietista (que espero que lea esto y si no, se lo mando a su correo) y no dejo de ver desperdicios, incluso zapatos. Qué desastre. La arena de los Cárabos parece cemento; el acceso a San Lorenzo está cortado con una zanja; en el nacimiento de los espigones huele a orines y heces; las redes de volley ball han sido sustituidas por alambradas y la última ola que rompe tímidamente en la arena está negra, sin olvidar los tubos esos que han estado a la vista hasta el viernes y la maquinaria de enormes ruedas y descomunales palas. Durante el fin de semana no han estado, para no dar mala imagen, pero volverán el lunes. Es incomprensible que las obras de una playa, y más en una ciudad como ésta que no tiene otra oferta veraniega que la que estamos nombrando, se alarguen hasta julio. Se les ha echado el tiempo encima. Menos mal, al menos, que Melilla no tiene turismo, porque si no…
Como otros años, también el viento ha traído el Mercado Medieval. Da gusto pasear por el Pueblo cuando cae la tarde con ese olor a hojaldre y churrasco que se te mete hasta en la fantasía. Lo que hubiera disfrutado yo con esas espadas de madera y esos arcos que venden en los puestos cuando era pequeño y mis abuelos me subían a Melilla la Vieja a jugar al Cid Campeador y a Don Quijote alrededor de los cañones. Eran mis dos series de dibujos favoritas, junto con Dartacán, y será por eso que he terminado como he terminado, con la cabeza llena de historias (¿se me secará el cerebro? No será por el poco yantar). Ahora los niños juegan a los Simpson y Padre de familia, y acaban como acaban, claro. Afortunadamente, aunque vuelvo a casa sin la espada, voy bajando la escalera con un pedazo de empanada de chocolate y la barriga bien llena de vino blanco, para seguir viendo a los malhechores, a los malandrines y a la guardia del Cardenal Richelieu observándome en los callejones.
En fin. Vientos, calores y olores típicos del mes de julio en esta tierra que se vuelca con la visita de quienes tienen el gusto, y a veces la osadía, de dejarse caer hasta nosotros, y que responde, igualmente, con el cariño y la asistencia, porque el Mercado Medieval estaba el sábado por la tarde, casi noche, a reventar de público de todas las edades, mientras todo se iba volviendo azul, cada vez más oscuro, y el ritmo quedo del verano se ensimismaba en las murallas y los adoquinados… Terminé comiéndome otra porción, qué voy a hacerle. Mejor será no enviarle nada al endocrino.


José María García Linares (06/07/2009)

martes, 30 de junio de 2009

APAGÓN


Nos hemos quedado, al menos en algunas ciudades, sin televisión analógica. Lástima que su desaparición no supongo la llegada de otra televisión, en este caso, analgésica, que nos aliviara esas dolencias que sentimos en el sofá cuando aparece el novio de Falete o Coto Matamoros, sino digital y de contenidos igualmente malos. Ahora se le ve mejor la mala leche a Jorge Javier Vázquez y en 3D la vena de María Patiño. Es decir, la misma mierda de ultimísima generación. En defensa del cadáver tengo que decir que, por lo menos, la señal no se iba. Estuviera nublado, soplara el viento o hubiera interferencias, podías tragarte tranquilamente los documentales de la 2 (para algunos) o el Tomate (para el resto).
Nos hemos quedado, igualmente, sin la Final de la Copa Confederaciones. ¡Hemos perdido! ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha podido suceder esto? ¿Será culpa del entrenador? La mayoría de periodistas deportivos, además de hablar mal y escribir peor, es muy dada a las exageraciones y a la desmemoria. España ha perdido, como le ha pasado siempre, menos el año pasado. Tanto “podemos” que nos lo hemos creído. Si no hubiésemos ganado la Eurocopa, los periódicos y el inefable J.J. Santos estarían entusiasmados por haber alcanzado unas Semifinales y haber roto el maleficio de Cuartos. Perdimos las últimas colonias contra EEUU y ahora este partido. Miedo me da el día en que Zapatero sea presidente de la Unión Europea, acontecimiento planetario según la eminencia aquella, y tenga enfrente a Obama. ¿Usará nuestro ZP una táctica defensiva? ¿Echará balones fuera como hace todos los días?
Se ha ido Michael Jackson. Nos hemos quedado sin su ritmo. Uno de los iconos internacionales de la cultura popular que deja huérfanos a varias generaciones para las que el cantante representaba lo que en otros tiempos representaron Lennon o Elvis. Su música podrá gustar más o gustar menos, pero es indiscutible que consiguió hacerse un hueco importantísimo en el imaginario colectivo, a pesar de todos los escándalos de su vida privada. Introvertido, excéntrico, desequilibrado, genial, Jackson vivió como un rey cuya corona pesara demasiado. Hombre-lobo, hombre-niño, black or white, Michael Jackson ha regresado a Neverland en busca de las hadas que una vez lo abandonaron, a la espera de que llegue alguna madre para contarle cuentos. No fue el suyo el síndrome de Peter Pan, sino, más bien, el de los Niños Perdidos, igualmente abandonados, igualmente solos, pero sin una identidad marcada. En pocas horas se ha convertido también en el rey de las descargas musicales de Internet. La venta de sus discos se ha disparado en las tiendas y grandes almacenes, como un ejercicio de memoria, de combate contra el olvido de la muerte. Tocar al hombre ya convertido en mito.
La muerte nos hace humanos. Deberíamos convivir serenamente con ella. Y sin embargo sigue pareciendo imposible, extraño, incomprensible la luz apagada en la estrella Jackson. Es la ausencia lo que aterra, tal vez, el comprobar que no hay perdón posible, que venimos del frío y a él regresaremos, que somos restos luminosos de la cola de un cometa siempre a punto de extinguirnos.


José María García Linares (29/06/2009)

martes, 23 de junio de 2009

TERRAZAS DE VERANO


Esta semana pasada, por fin, inauguré mi particular temporada de terrazas de verano. Es todo un ritual, por supuesto. Se calza uno sus pantalones de lino, que allí la gente es muy mirada, bien fresquitos, una camisa con los primeros botones desabrochados y un colgante de Viceroy y pone en práctica ante los asistentes el cruce de piernas que lleva ensayando todo el año en el sofá, sin olvidar las sandalias, estaría bueno. Sólo cuando te das cuenta de que nadie te mira, pides la caña con las aceitunas pochas, te relajas, resoplas, abres las piernas y te dejas caer en el respaldo como lo que eres, un tío cansado de tanto calor y con la cabeza hinchada como una papaya después de haber corregido 30 trabajos plagados de faltas de ortografía. En ello estaba cuando salieron, gozosas, nuestras autoridades en la tele celebrando el día del español como una fiesta del lenguaje. Lluvia de palabras de papel, poemas kilométricos en sábanas, confetis lingüísticos y demás actividades de ésas que llenan periódicos y que no valen más que para la foto. ¡Oh! Cuatrocientos cincuenta millones hablan nuestro idioma. Qué maravilla. Parece ser que el hecho de que sepan escribirlo importa poco. Mientras en el extranjero crece el número de estudiantes de español, en nuestras fronteras no se hace prácticamente nada por curar su enfermedad ortográfica. En las escuelas son muy pocos los que, junto con los profesores de Lengua, están comprometidos en esta batalla, quizá porque también son muy pocos los que dominan sus reglas, todo hay que decirlo. Como españoles que somos, vamos siempre renqueando. Mientras se proclama a los cuatro vientos que vivimos inmersos en la sociedad de la comunicación y de la información, mientras que se reconoce que en este marco leer y escribir son destrezas fundamentales, nuestros niños y niñas son incapaces de construir un pequeño texto en el que no haya errores, es más, incluso a la hora de copiar enunciados de ejercicios las faltas bullen desde el principio hasta el final. Con lo fácil que sería hacer un programita informático que impidiera escribir mal las palabras en entornos como Messenger, Tuenti, Facebook y demás, teniendo en cuenta la cantidad de horas que los chicos dedican a estos menesteres.
Las terrazas tienen eso, que te dejas llevar por la noche, por la brisa, por el sonido del mar si estás bien cerca, y acabas dándole vueltas a todos esos asuntos agobiantes de los que intentabas escapar. Cómo le dan estas señoras mayores a la ginebra. Qué arte y qué mérito. Deben llevar toda la vida juntándose con sus cardados, sus perfumes estridentes, sus rebequitas por si refresca, Ana María, que luego te resfrías en seguida, pues mi nuera no quiere venir este verano porque aquí pasa mucho calor, tu hijo es un calzonazos, mira que te lo tenemos dicho, bueno, bonica, las cosas de la gente joven, mira tu hija embarazada y sin haber pasado por el altar, pídele al camarero otro platito de cacahuetes, que éstos están manidos, qué fresquito es el gintónic y lo bien que lo preparan aquí, y lo que le gustaba a tu marido, que en gloria esté, en la gloria estoy yo, qué mala vida me dio, Charito, qué mala vida, anda, hija, no te pongas ahora tristona, termínate la copa que te pido otra, ¿te gusta?, de Punto y Roma, a mitad de precio en El Corte Inglés, no es porque esté más llenita, Amparito, es que la otra falda estaba ya muy estropeada…

José María García Linares (22/06/2009)