jueves, 16 de septiembre de 2010

PLAN DE SUSTITUCIONES CORTAS


El departamento de creativos de la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias ha vuelto a hacerlo. Pionero en innovación educativa, sus integrantes ocupan de nuevo los primeros puesto en lo que a vanguardia pedagógica se refiere. Año tras año, como en los mejores tiempos de la Disney, la Consejería estrena medidas para todos los públicos (centros, quiero decir) aderezadas con humor, música y efectos especiales. Como si de una Pocahontas postmoderna se tratara, la Consejería ve cada vez más cerca los navíos de otras civilizaciones y sueña, feliz, poder exportar su modelo de vida a otros lugares remotos. Cual sirenita del atlántico, la nueva Ariel canta, desafinada, eso sí, sólo los gozos (que no las sombras) de su política educativa. Encerrada en su casita, Blancanieves espera ansiosa poder colocar a sus 700 enanitos que este año se han quedado sin poder cursar sus estudios, y así hasta llegar a Los Increíbles, porque esto no hay quien se lo crea, o Monstruos S.A. De Pinocho mejor no hablamos.

En su centro más cercano, desde el uno de septiembre se estrena el Plan de Sustituciones Cortas, con un presupuesto ridículo pero con ganancias sustanciosas. Sólo en la previa, la productora ganará millones y millones, todos los que ahorrará al dejar de contratar profesores sustitutos para cubrir las bajas de los docentes nombrados para todo el curso. Todas las horas complementarias de los profesores, en las que se preparan los materiales o se coordinan los departamentos; todas las reuniones con los equipos de orientación y con los profesores de P.T., incluso las jefaturas de departamentos, las atenciones tutoriales o los servicios de biblioteca, todos quedarán automáticamente sustituidos (qué paradoja) por horas de vigilancia en casos, como decimos de ausencias por enfermedad o por cualquier licencia, ya sea de estudios, enfermedad, violencia de género, etc. El ahorro, en estos casos, también puede sospecharse. Tal vez en un primer momento no, pero a la larga sí. Para qué pagar Jefaturas, si al final se harán guardias; para qué pagar proyectos de mejora, si no habrá tiempo para llevarlos a cabo, cubriendo como hay que cubrir las ausencias, y así hasta la eternidad.

Los efectos de una medida como ésta, lejos de ser especiales, son en exceso nocivos tanto para el profesorado como para los propios alumnos. Dar la prioridad al cuidado de los estudiantes por encima de su formación intelectual puede tener un precio demasiado elevado. Para la Consejería, cuya única preocupación es hacer dinero, el éxito o el fracaso de su alumnado no es más que un daño colateral de su política infecta, de ahí que haya aprobado la medida sin consultarla con nadie. Ahorrarán, por supuesto que lo harán. El plan supone dejar sin trabajo a miles de profesores, de la misma manera que dejan sin formación específica a cientos de alumnos, que en vez de tener un sustituto de francés, por poner un ejemplo, tendrán cinco o seis, uno distinto cada día, de una asignatura distinta, hasta que se incorpore el profesor titular. Una escuela-guardería. Mientras estén ahí dentro, no importa lo que aprendan, si es que aprenden. Hay que ser una eminencia para confeccionar una medida como ésta y hablar después de calidad educativa, una mente privilegiada, un adelantado a su tiempo.

La respuesta de la comunidad docente y de las familias sigue sin producirse. Algún atisbo de rebelión por parte de los sindicatos. Algún escrito en donde se detallan los excesos de la Consejería, pero nada más. Muchos nos preguntamos qué se necesita para que de una vez por todas los profesores de estas islas se levanten contra una política tan enfermiza, irracional, irresponsable y, sobre todo, barata. Qué otras salvajadas son necesarias para que digamos, simplemente, no. Lo que está encima de la mesa no es otra cosa que nuestra dignidad como docentes. Después de tantos años de carrera, de especialización, de estudio, de doctorados en muchos casos, la Consejería reduce nuestra labor a un mero cuidado de infantes, sin tener en cuenta en ningún momento el aprendizaje de los mismos ni nuestra formación. De la misma manera, la medida va a afectar directamente a la progresión de nuestros jóvenes, que van a perder horas de clase sin que un especialista sustituto venga a cubrir las ausencias de su profesor. La conversión de la Educación Secundaria en un Jardín de Infancia en el archipiélago es, así, un hecho. Canarias, cuyos resultados en los informes PISA están incluso por debajo de los obtenidos en Ceuta y Melilla, a pesar del elevado número de alumnos árabes que no saben leer ni escribir en estas dos ciudades, no puede permitirse un lastre como el que aquí se denuncia. El futuro de nuestros chicos y chicas, el del futuro de las nuevas generaciones del archipiélago, vuelve a estar en entredicho, siempre que, evidentemente, nuestra prioridad sea la de su cuidado y no la de su madurez intelectual.


José María García Linares (16/09/2010)

lunes, 13 de septiembre de 2010

SECUENCIAS


Hubo un momento el viernes pasado, viendo United 93, en que perdí la noción de la realidad. Los pasajeros de ese vuelo se rebelaban contra sus secuestradores nada más enterarse de que otros dos aviones habían impactado contra las Torres Gemelas. Después de reducir a dos de los terroristas, consiguen echar abajo la puerta de la cabina y acceder a los mandos, en medio de forcejeos con otros dos radicales que habían usurpado el puesto de los pilotos. En medio de toda la tensión, confié en que varios pasajeros lograrían deshacerse de los usurpadores y remontar el vuelo, que descendía vertiginosamente y sin control. En un instante imaginé la escena. El avión, nuevamente equilibrado, conseguía aterrizar gracias a las indicaciones de la torre de control, en plan americano. Y fue aquí cuando se me pusieron otra vez los pelos de punta. Vista desde el principio, las escenas de las torres humeantes, del segundo avión explotando en las entrañas de una de ellas, parecían secuencias que alguien robó y nos emitió hace ya nueve años.
Fueron imágenes que nadie pudo controlar. Una dosis de terror tan elevada que apenas resultaba creíble. Sólo con el avance del día la conciencia pudo ir asimilando la salvajada que había hecho añicos los umbrales del siglo XXI. Lo que vino después nos es de sobra conocido. Una respuesta igualmente delirante de Estados Unidos, las armas de destrucción masiva, el metro de Londres, los trenes de Madrid…pero sobre todo la consideración equívoca de que el Islam y el terrorismo de Aqaeda eran la misma cosa. Nueve años después, según las estadísticas, casi el 50% de la población española admite su rechazo sin tapujos de la cultura y el mundo musulmanes.
Afortunadamente, el pastor desequilibrado que ha tenido en jaque al mundo con el anuncio de la quema del Corán se ha estado quietecito. Hasta Clinton y Obama han tenido que intervenir. La que podía haber liado el tipo este, o mejor, la que han estado a punto de liar los medios de comunicación estadounidenses faltos de noticias importantes. Cualquier persona razonable sabe dos cosas. La primera, que este señor es un radical, un intolerante y un inculto al que no hay que dar cobertura mediática. Y segunda, que una banda terrorista no representa ni a una cultura ni a una religión, sino a sí misma. Es en sí misma intransigente, es en sí misma violenta y se aprovecha de ciertos valores culturales que manipula para sentirse arropada y para darle la justificación que por sí misma no tiene.
Si algo intuimos aquel día, el 11 de septiembre, cuando se vinieron abajo las torres, es que estábamos solos. Quienes buscaron a Dios no encontraron más que escombros, los mismos con los que se quiso reconstruir su imagen en un lado y en el otro, como divinidades en guerra, rodeadas de truenos y de llamas, de libros y de locos, de políticos y terroristas. A partir de ahí todo se volvió una pesadilla, secuencias de otras tantas películas imposibles que siguen teniendo al espectador pegado en la butaca y con la boca abierta.


José María García Linares (12/09/2010)