martes, 10 de abril de 2012

AY, COSTALEROS


Todos los años la misma historia. A principios de septiembre y al comienzo de la primavera. Ay, dónde estarán los costaleros, señor mío. Se los busca hasta debajo de las rocas del puerto Noray, por si alguno estuviera por allí durmiendo la mona. Y a partir de ahí empieza toda la retahíla de argumentaciones, lloros, quejas, acusaciones, llamamientos y melancolías. Parece mentira que después de llevar viendo en Melilla toda la vida todavía no hayamos terminado de comprender cómo es nuestra ciudad y, sobre todo, dónde está. Dónde estarán los jóvenes en septiembre, se pregunta alguna. Pues de recuperación en Granada o Málaga. Dónde en plena Semana Santa. De vacaciones en la Península. Así de sencillo. Vivimos (viven) en trece kilómetros cuadrados aislados de todo el mundo cultural y social que se desea, el andaluz, casi mayoritariamente. Y vivir aislados es vivir ahogados, por lo que, a la primera de cambio, coge uno su tarifa abusiva de avión y se va a pasar unos días a otro lugar, para desconectar. Como consecuencia de ese alejamiento o aislamiento, intentamos llevar a Melilla lo que nuestros vecinos andaluces jalean con orgullo. Queremos unos carnavales como los de Cádiz, una feria como la de Málaga y, ahora, una Semana Santa como la de Sevilla (con perdón para los malagueños). Y esto, habría que ir sospechándolo ya, no es ni Málaga, ni Sevilla, ni Cádiz, ni tenemos el turismo del que gozan estas ciudades. Esto es Melilla, y esa es nuestra suerte (o nuestra desgracia). Si se tiene en cuenta lo dicho, sobre todo lo concerniente al espacio geográfico, se podrá comprender que no haya gente para tanto trono. De los miles de habitantes de la ciudad, sólo una parte es católica, y de esos cristianos, las mujeres, salvo excepciones, no pueden llevar los tronos, porque ya se sabe que bastante tienen con las tareas del hogar… Pero, para más inri (el término viene que ni pintado), basta con acercarse un domingo cualquiera a las parroquias para comprobar que están vacías, que los jóvenes de las JMJ acabaron reventados de tanto Papa y que hasta la próxima cita van a hacer un parón en sus prácticas católicas. Además, no es que falten costaleros en todos los pasos. En los que procesionan el jueves y, sobre todo, el viernes, hay tortas. Sencillamente, unos gustan más que otros, por tradición, costumbre o devoción, que ahí no me meto.
            Entre tanto llamamiento y tanto pensamiento pío, permíteme, lector, que cambie ahora de tema, se dejan caer perlas como la de que nuestra Semana Santa es multicultural y que hasta participan los inmigrantes del CETI… Ni que ser negro significara ser hereje. Sí, hay negros que son, también, cristianos, y además buenas gentes. Pero en fin, para qué sofocarse. Habría que ver qué significa multiculturalidad y qué debería significar, y si una Semana Santa puede ser multicultural... El sustantivo significa acumulación, pero debería de ser convivencia entre iguales de diferentes culturas, con las mismas posibilidades de integración. Y eso, hoy por hoy, no existe. Unos siempre están en el CETI o vigilando coches, otros son los que tienen un puesto de naranjas en el mercado, los de más allá venden bragas en los mercadillos a un euro y los de más acá, mayoritariamente, están en hospitales, institutos, universidades y ayuntamientos, aunque luego haya alguna comida conjunta, festivalillos, jornadillas y demás. Es decir, la distinción de clase social va de la mano de la distinción cultural, y esto en toda España, no sólo aquí. Por eso no estaría de más que reflexionáramos sobre los términos, ahora que el incienso se desvanece y los pies vuelven a pisar la tierra. Una religión no puede ser multicultural, pues se define siempre en oposición a otras. Lo que puede ser es tolerante, respetuosa con otras creencias y otros modos de vida, justo lo contrario de lo que se deja ver tras las palabras recientes del obispo de Alcalá.

            José María García Linares (10/04/2012)