lunes, 30 de agosto de 2010

MULTIFERIA

Ya estoy aquí otra vez. He adelantado el regreso, como hacen las estrellas del fútbol, porque, para un año que pillo la feria, había que dar constancia y celebrarlo. Y me ha costado no haber vuelto antes, vaya usted a creer, con el verano tan entretenido que hemos tenido. Con la visita del inefable y cristianorronaldizable Aznar estuve a esto, como con la de Pons (qué tío, éste tuvo que ser el chivato de la clase). El canto de un euro me faltó. Sudé, me mordí las uñas, solté tres tacos, pero uno es español y las vacaciones son sagradas, así que metí el culo en remojo, me preparé un tinto de verano con la chispita de Martini, y me puse a leer las ya famosas Lamentaciones de un prepucio (no se lo pierdan, nada kosher pero muy divertido). Cada uno vive estos sinsabores como puede y como sabe, así que menos coña.
Por eso, cuando el viernes asistí a ese despliegue de fuegos artificiales desde un conocidísimo bar del Paseo Marítimo con los bigotes moteados de cuscús, rompiendo la dieta, el ayuno y todo lo que se puede romper, me dije, macho, aprovecha que con todo esto tienes para rato. Nos llegamos a sentir muy malagueños. Es verdad que el bar no era el parador ese desde donde los pijos ven los fuegos en la capital malacitana, ni la playa de San Lorenzo es La Malagueta, pero aquí, en nuestra particular playa de La Melilleta, con su río fangoso y sus aguas verdosas, nuestros fuegos estuvieron apañaditos. Demasiados, diría yo (quince minutos), pero me lo callo. Colorido a tope y ruido a tope, como les gusta a muchos por estas tierras del Señor, de Alá, de Yahvé y de Etc. La feria, pues, quedaba inaugurada.
Hay que ver lo que cunde esa plazoleta. La Multiferia es de todos, para todos y hay de todo, hasta tienes tu rastro y tus botellones, como dice la chica ésta que hace los anuncios en la radio, más repetida que el ajo, que todo es "tu" no sé qué y "tu" no sé cuántos. En frente de un puesto de churros puedes comprarte tus calzoncillos de imitación, igual de cómodos pero más baratos. Pegados o sueltecitos, para que los churros estén bien sujetos o campen a sus anchas. Cuestión de gustos, claro. Bragas de fantasía y edredones de Bob Esponja. Me los quitan de las manos.
Los que estarán disfrutando son los dueños del hotel que hay en las inmediaciones. Un atractivo más en estos tiempos de crisis. Por si los clientes no tenían bastante con el botellón oficial que se celebra día sí y día también en sus alrededores y jardines, ahora tienen también todo un abanico de nuevas posibilidades, porque ya se sabe que la rutina cansa. Han hecho un estudio de marketing como pocos. Melilla es así, única, irrepetible. Esto no pasa en ningún otro sitio, eso de tener el botellón junto a un hotel de cuatro estrellas, la Comisaría de Policía y el Puerto Noray, y por eso tenemos la obligación de protegerlo y, además, difundirlo entre quienes nos visitan. Esa suciedad y ese olor a meado en pleno centro… Canela fina.
Ay, qué perita. Lo peor de la Feria es que te trae no sólo transaminasas, sino también la vuelta al cole. Muchos padres estarán emocionados por recuperar su vida y su tiempo. A los míos siempre les dio pena que empezáramos, pero eran otros tiempos. Los padres modernos son muy cómodos y les molesta cualquier cosa. Qué pestazo hay por algunas zonas de la ciudad a libro de texto. Aprovechemos, pues, lo que nos queda, y brindemos juntos por esta Feria del Mar, por cierto, sucio y lleno de bolsas en los últimos días. Salud.

José María García Linares (30/08/2010)