lunes, 5 de septiembre de 2011

POCOYO


Cada domingo, tras la paella en el chiringuito de la playa, daba un paseíto con mi hermana por la orilla hasta llegar a la sombrilla de unos amigos con quienes terminábamos de echar la tarde. El pequeñajo jugaba tranquilamente con varios camiones y unos muñecos de Pocoyo mientras sus padres y nosotros nos poníamos púos de cotilleos y regalices. “Hay que ver”, pensaba yo, “mira que los dibujos animados de ahora son sosos y simplones”, evocando también al archiconocido Bob Esponja, ese cuadrado amarillo con pantalones cortos que para mí es más un trozo de queso gruyere que una esponja marina, pero en fin. En pleno agosto surgió la duda. “¿De dónde vendría el nombre de Pocoyo?”, dijo alguien con la boca llena de patatas fritas de bolsa. Las hipótesis no fueron muchas, evidentemente. El muñeco azul ese, versión deconstruída de Los Pitufos, es básico hasta para tener un nombre. Y ahí quedó todo.

Como todo lo bueno acaba y el Infierno está aquí mismo, en la tierra, me tuve que incorporar a mi nuevo centro educativo. Allí me enteré de que este año soy medio profesor, así, de sopetón. Comparto mi horario con otro Instituto, en donde también soy medio funcionario. ¿Qué diría la Duquesa de Alba si se enterara de que, de repente, su funcionario Alfonso Díez es medio Alfonso? ¿Y el propio Alfonso, sabedor de que no podrá cumplir como es debido con sus funciones maritales, porque de cintura para abajo ya no hay nada? Y más aún. ¿Dónde está la otra mitad? En mi caso, como ya he dicho, en la otra punta del pueblo, así que me pasaré el curso entero coche para arriba, coche para abajo. Me han descuartizado el yo, pensé antes de ayer mismo, mi identidad, después de 34 años, hecha pedazos. Eso de que el yo son muchos yoes que dicen los psicoanalistas va a ser, finalmente, verdad. Medio yo, medio yo, medio yo. Y entonces todo tuvo sentido. Todo el verano con el Pocoyo en la boca sin saber que era una metáfora hiriente de mi futuro más cercano, un símbolo diabólico del recorte educativo a lo Esperanza (qué paradoja), una maldición bíblica madrileña que se extiende como las infecciones zombis.

Desde este horizonte vital que es mi mitad puedo observar la inexistencia de tantos compañeros que este curso se quedan sin trabajo y de muchos otros que han pasado de dar una asignatura a impartir otras en las que no son especialistas. Me gustaría saber qué diría una persona normal y corriente si al llevar a sus hijos a un pediatra los acabara atendiendo un cirujano plástico. Se liaría, con denuncias y todo. En Educación no pasan esas cosas. Aquí todos valemos para todo, porque nada vale para nada. Es la triste realidad de la enseñanza española. Cualquiera imparte cualquier cosa, porque las especialidades no tienen ya sentido. Si eres de Lengua, pues das horas de Historia o Inglés, porque se parecen, son “afines”, que dice la Ley. Como el traumatólogo y el oncólogo. Los dos han estudiado medicina…

Me he quedado en la mitad. Esta expresión siempre la he oído en boca de otras personas que me hablaban de que fulanita o menganito se habían quedado muy bien de peso. Para una vez que lo pueden decir de mí…

José María García Linares (05/09/2011)