lunes, 12 de julio de 2010

LA BODA


Dicen que Dios aprieta pero no ahoga, aunque a mí no me queda muy claro, sobre todo después del calor que pasamos el sábado en la iglesia. Estuvimos de boda, sí señor, y por poco nos perdemos el convite, derretidos como estábamos, mareados y bufando en vez de orar, una vez perdida toda esperanza en que refrescara. Yo miraba a ambos lados de mi banco buscando como un desesperado alguna figura que, cual Moisés, garrote en mano, viniera a demostrarnos a todos que somos una panda de descreidos y que la fe mueve montañas, y en este caso, es capaz de que se encienda un aire acondicionado divino, después de varios golpecitos en las baldosas, acompañado de coros celestiales y glorias fresquitas. Nada. Alucinación, espejismo o qué se yo. Sed, pero de la física. Y no es que la celebración estuvira falta de milagros, que haberlos, los hubo. Qué tocados. Aquello era imposible, obras de arte vanguardista pero de un tipo de vanguardia inconcebible. Después, por supuesto, los típicos taconazos vertiginosos acompañados de las quejas de sus usuarias, constantes y ya conocidísimas por todos (las quejas, me refiero, no las usuarias, que allí éramos todos muy decentes). No puedo dar un paso, uf, y esto no ha hecho más que empezar, tengo los pies molidos, etc., y todas repitiéndolo como si aquello fuera el verdadero salmo responsorial. En fin, que cada uno aguantaba su vela. Lo mío con las chaquetas es irreconciliable. No hay cosa que me dé más coraje que enfundarme semejante prenda porque lo dicta el protocolo. Y esa cobarta, que me aprieta el cuello, me hace sentir bascoso y engollipado. En fin, todo sea por los novios, ya esposos, por lo mucho que valen, por lo buenas gentes que son y por las perdices que todos esperamos que se zampen día sí y día también. En nada los veo a régimen.
“¿Vas a hablar de mí en tu columna?”, me dice mi amiga la Ministra en mitad de la cena. Faltaría más, así que aquí la tienen. Volvió a hacer gala de una de sus mayores virtudes: el equilibrio. Es capaz de bailar por Lady Gaga sin que se le derrame una gota de gintonic, la tía. Así la quieren en todos sitios, con ese aire turquesa en los ojos que hace enloquecer hasta a las autoridades. Infatigable. Llevaba calentando motores desde el miércoles, tras el partido de Alemania, porque ella es muy española. A mí me pilló por banda el jueves, sólo a tomar algo, me dijo, y a las cuatro todavía andábamos de picos pardos. Menuda resaca (la mía, ella no entiende de estas cosas mundanas). Ahora, que esto no me pasa más. Cada vez que me saque, me llevo las pastillitas que mi padre me endiña para amanecer como una lechuga, fresquito y sano.
Qué bien lo pasamos, Chema, en vuestra boda. Gracias, Olga, por una noche inolvidable de risas y felicidad. Menuda mesa nos montasteis. No paramos, y eso que la Ministra nos pidió discreción en nuestra aseveraciones sobre su vida licenciosa, vaya a ser que la gente os oiga, y una tiene su apellido. No pudimos aguantarnos, claro, ni ella dejar de disfrutar viendo como los años, en vez de empequeñecerla, la convierten en el mito que se merece. Luego vino el champán, los puros, las copas, Paquito el Chocolatero y I will survive. Absolutamente catártico. Un beso a los dos y que seáis muy felices.
José María García Linares (12/07/2010)