Tiene guasa que el príncipe Felipe haya declarado en
la inauguración del curso escolar en un colegio toledano, acompañado del
ministro Wert, que es “preciso trabajar continuamente en el incremento de la calidad de nuestra
formación y en que ésta se extienda cada vez más y con mayor profundidad”.
Qué manera de chotearse del personal. La verdad es que lo que diga o deje de
decir la familia real importa cada vez menos, conscientes como somos de que sus
palabras vienen impuestas o recomendadas por otros, pero habría que exigirles
un poco más de honestidad y respeto viviendo los momentos que vivimos. Con
todos los recortes habidos y por haber en la enseñanza y con tus infantitas en
un colegio privado, es ganas de dar que hablar y de que la opinión pública te
ponga a caer de un burro. Por supuesto que cada uno puede llevar a sus hijos a
donde buenamente quiera, faltaría más, pero después hay que ser coherente con
esas decisiones y no predicar aquello que no quieres ni para ti ni para los
tuyos. En fin. Hablando de incoherencias, junto a Wert y los príncipes estaba
una felicísima Cospedal, orgullosa de que las medidas de ajuste no hubieran
cruzado esa línea roja de la sanidad y la educación de la que hablaba hace más
de nueve meses. Tiene su gracia esta señora. Ahora ha propuesto que los
políticos no cobren, ella, que gana tres sueldos. De traca.
El curso escolar lo he inaugurado yo esta mañana con mi
tostada de aceite y mi café con leche, sin reírme de nadie y sin engañar a la
buena gente. Nos hemos sentado mis alumnos y yo, nos hemos presentado y nos
hemos visto otra vez allí, más apretujados, sin libros de texto, sin
presupuesto para fotocopias y sin suficientes ejemplares para todos de la
lectura del trimestre. Según Wert la situación no exactamente como nosotros la
contamos, que somos unos exagerados. La calidad educativa, dijo hace unos días
mientras colocaba a su esposa en TVE1, está garantizada. Basta con darse una
vuelta por los centros públicos de enseñanza para ver que calidad y cantidad
van de la mano, es decir, cuantos más profesores haya más servicios se pueden
ofrecer. Es tan evidente que ni merece la pena insistir en ello.
En estas últimas semanas he estado leyendo algunos textos
sobre la crisis y el mundo que nos espera. Coinciden en señalar que un Estado
que no invierte en los más jóvenes está condenado al inmovilismo, al
enquistamiento. De todos, los más divertidos e hirientes son Posteconomía. Hacia un capitalismo feudal,
de Antonio Baños, y Simiocracia y Españistán, ambos de Aleix Saló. El de
Ernesto Ekaizer, Indecentes. Crónica de un atraco perfecto, es
escandaloso.
Así que España no está para inaugurar nada, sino para
reparar lo estropeado. Y si el destrozo es tan inmenso que no hay arreglo
posible, mejor será cerrar el pico y no caer en lugares comunes que ya no se
cree nadie. No hace falta dar una imagen de normalidad. Sabemos perfectamente
dónde estamos. Quizá sea ese el problema. Los últimos datos aportados sobre el
patrimonio de la clase política sugieren que quienes nos gobiernan viven en un
mundo distinto, a salvo de los envites del paro y la desesperanza. Posiblemente
ignoren las condiciones en las que viven millones de ciudadanos. y Cuando la
desgracia no la vives en carne propia…
José María García
Linares (18/09/2012)
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