lunes, 11 de octubre de 2010

"CIEN AÑOS DE SOLEDAD", DE VARGAS LLOSA


“Estoy buscando 'Cien años de soledad', de Vargas Llosa”. Los viernes por la tarde tengo el ánimo de hierro. Ya puede tronar, que me siento más feliz que unas castañuelas. Me doy mi paseo por la Calle Real con el mismo porte que una octogenaria recién salida de la peluquería con su cardado imposible y sus perlas a flor de piel, esto es, feliz, con los ojos llenos de la luz del atardecer y sin ningún tipo de prisa. Es una de las pocas calles de Arrecife que tienen árboles, inmensos flamboyanes que además de la ligera sombra, le dan color y vida a un paisaje volcánico tremendamente arcilloso, gris, agotado. Pero como es viernes, tampoco me importa en ese momento que otros días el alma se me vaya a los pies de tanta sequedad. Ya ves, lector, no me importa nada, como diría Luz Casal.

Le oí esas palabras a un cliente en la librería. La fiebre del Nobel ha disparado las ventas de las novelas de Vargas Llosa y la gente es tan exagerada con las modas que incluso inventa obras imposibles. Si García Márquez (el autor de Cien años de soledad) se enterara, con lo mal que acabó con don Mario. Los dos autores son enormes, absolutamente diferentes, pero ambos imprescindibles para quien guste de la buena lectura, de las historias inolvidables. Porque al final leer consiste precisamente en eso, en recordar lo inexistente, en vivir lo imposible. La literatura, como se intuye a estas alturas, no sirve para nada, salvo para vender libros, pero es en esa inutilidad donde radica, precisamente, su valor. Tampoco sirven para nada el amor, la amistad desinteresada, las frustraciones, los deseos o la tristeza, por eso el ser humano está cada vez más solo, esclavizado por lo que parece ser lo único realmente importante, la producción de beneficios económicos.

A Vargas Llosa ya le dimos los lectores el Nobel hace muchos años. Alegra ver su rostro en todos los diarios de los quioscos, en los informativos de las televisiones, en la prensa digital. Le llega tarde, dijeron algunos. Mejor que haya sido así. Son bastantes los casos de autores premiados por la academia sueca que a partir de ese momento empiezan a publicar cualquier cosa, pocas veces merecedoras de un galardón como el recibido.

Me hablaron de Mario Vargas Llosa en el Bachillerato, cuando todavía existía una asignatura llamada Literatura Española. No consistía en saber cuándo había nacido ni lo que había escrito, sino en estudiar y comentar corrientes y autores. Me pregunto qué importancia puede tener para las nuevas generaciones la concesión de un Nobel de Literatura, cuando los conocimientos se reducen hoy a fechas y nombres, mezclada como está la Literatura con la Lengua Castellana en un Bachillerato de sólo dos años. Cómo hablarles de La ciudad y los perros a jóvenes que llegan a los cursos superiores sin saber leer ni escribir correctamente y con el convencimiento de que tampoco es que sirva todo eso para mucho.

Pero bueno, es viernes, y a mi plin. Que cada palo aguante su vela. Leo, disfruto, imagino, sueño, me divierto, añoro, deseo y voy más allá de mí mismo. Bienvenido sea el Nobel de Vargas Llosa y bienvenida, de nuevo, la buena literatura.

José María García Linares (11/10/10)

2 comentarios:

hm dijo...

Los Cachorros... grande... merecido.

Konrad VH dijo...

Bueno, sobre el tema educación qué decir, es más que obvio que el cientifismo y la gilitontería desplaza poco a poco a la educación a una especie de mero entrenamiento, y en el camino perdemos muchas, muchas cosas.

Aparte de eso, y en cierto modo relacionado con ello, me encanta todo aquello de la irrealidad. Cuán importante es lo intangible, lo material, los territorios de la imaginación. Sin pensar un mundo imposible, ¿hasta qué punto sabemos vivir en este como dios manda?

Por muchos años de literatura.

Un placer leerte, como siempre.