Cada vez que veo en la tele imágenes de los efectos del viento o esos tornados grisáceos arrasando llanuras en Estados Unidos me acuerdo del comienzo de El Mago de Oz. Hoy, si le preguntas a un joven qué es El Mago de Oz te contestará, probablemente, que un grupo de música gallego de estética heavy que fusiona sonidos celtas con otros ritmos más estridentes. En mis tiempos, sin embargo, era la historia de las aventuras de Dorothy, su perro Totó, un espantapájaros que quería un cerebro, un hombre de hojalata empeñado en tener un corazón y un león cobarde que anhelaba por encima de todo ser valiente. En el reino de Oz se los encuentra Dorothy después de que un tornado arrancara y se llevara su casa con ella y su perrito dentro, volando desde Kansas, y aterrizara encima de la bruja del Este, cuyos zapatos de plata o de rubíes, tras comprobar que estaba muerta y quitárselos, ayudarán a la joven a regresar a su hogar una vez recorrido el camino de losetas amarillas (mítica esa Judy Garland cantando “Over the Rainbow”)
Creo que por eso me da tanto miedo el viento, sobre todo de noche, y no es ningún tópico. Esa casa de madera por los aires… Si, además, hay cerca algún toldo, entonces no pego ojo.
Llevamos un mes de avisos del Servicio Nacional de Meteorología, más o menos acertados, a propósito de nevadas y fuertes rachas de aire y, aunque los vaivenes del tiempo no entiendan ni de ciencia ni de predicciones, las advertencias de los meteorólogos deberían no ser tomadas tan a la ligera, de una manera tan gratuita, sino como lo que son, llamadas de atención que hay que tener en cuenta. Es cierto que luego los servicios de emergencia tardan, las máquinas quitanieves son pocas, pero no lo es menos que son miles los coches atrapados cuyos usuarios, la mayoría de las veces, han hecho oídos sordos a las informaciones.
A pesar de la alerta naranja, en un primer momento, y roja después por fuertes vientos en Cataluña, estos niños, fallecidos desgraciadamente cuatro de ellos y heridos otra docena, acudieron a sus entrenamientos deportivos sin hacer mucho caso de las advertencias ni de las condiciones climáticas. Ellos o sus familias. Ya empiezan a exigirse responsabilidades por el derrumbamiento del pabellón y, aunque puedan ser necesarias o justas, dichas responsabilidades también lo son de los propios ciudadanos. Incluso voces que preguntan cómo los monitores no vieron que hacía mal tiempo… No podemos pretender que sólo los Ayuntamientos, las CCAA o el Estado sean quienes respondan de nuestros actos, de nuestra propia vida. Las instalaciones deportivas, por poner un ejemplo, no están hechas a prueba de vientos de más de 220 kilómetros por hora porque no es lo normal en esta zona geográfica. Cuando la tormenta tropical Delta arrasó el norte de Tenerife llegó a levantar parte de la estructura del techo del aeropuerto. Se avisó de que la gente permaneciera en sus casas y aún así… ¿Quién no ha visto a los típicos irresponsables en los paseos marítimos y en los puertos empapados por las olas que saltan los muros y los diques? Ellos se ríen pero maldita la gracia.
Son lastimosas las imágenes de los escombros, de los familiares destrozados, de los heridos. Lastimosos y aterradores estos ataques del tiempo.
Un niño muerto siempre es una derrota.
José María García Linares
Creo que por eso me da tanto miedo el viento, sobre todo de noche, y no es ningún tópico. Esa casa de madera por los aires… Si, además, hay cerca algún toldo, entonces no pego ojo.
Llevamos un mes de avisos del Servicio Nacional de Meteorología, más o menos acertados, a propósito de nevadas y fuertes rachas de aire y, aunque los vaivenes del tiempo no entiendan ni de ciencia ni de predicciones, las advertencias de los meteorólogos deberían no ser tomadas tan a la ligera, de una manera tan gratuita, sino como lo que son, llamadas de atención que hay que tener en cuenta. Es cierto que luego los servicios de emergencia tardan, las máquinas quitanieves son pocas, pero no lo es menos que son miles los coches atrapados cuyos usuarios, la mayoría de las veces, han hecho oídos sordos a las informaciones.
A pesar de la alerta naranja, en un primer momento, y roja después por fuertes vientos en Cataluña, estos niños, fallecidos desgraciadamente cuatro de ellos y heridos otra docena, acudieron a sus entrenamientos deportivos sin hacer mucho caso de las advertencias ni de las condiciones climáticas. Ellos o sus familias. Ya empiezan a exigirse responsabilidades por el derrumbamiento del pabellón y, aunque puedan ser necesarias o justas, dichas responsabilidades también lo son de los propios ciudadanos. Incluso voces que preguntan cómo los monitores no vieron que hacía mal tiempo… No podemos pretender que sólo los Ayuntamientos, las CCAA o el Estado sean quienes respondan de nuestros actos, de nuestra propia vida. Las instalaciones deportivas, por poner un ejemplo, no están hechas a prueba de vientos de más de 220 kilómetros por hora porque no es lo normal en esta zona geográfica. Cuando la tormenta tropical Delta arrasó el norte de Tenerife llegó a levantar parte de la estructura del techo del aeropuerto. Se avisó de que la gente permaneciera en sus casas y aún así… ¿Quién no ha visto a los típicos irresponsables en los paseos marítimos y en los puertos empapados por las olas que saltan los muros y los diques? Ellos se ríen pero maldita la gracia.
Son lastimosas las imágenes de los escombros, de los familiares destrozados, de los heridos. Lastimosos y aterradores estos ataques del tiempo.
Un niño muerto siempre es una derrota.
José María García Linares
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