sábado, 25 de junio de 2011

DE BODAS Y PEPINOS


Menudas vueltas estoy dando desde hace una semana. Habrás notado, lector queridísimo, que el lunes pasado no fiché como es debido. No tenía conexión a Internet allí donde estaba hospedado y, como sospecharás, ni hice el intento de acercarme a un ciber de esos, oscuros y un tanto siniestros. Da la sensación de que están cubiertos de aceite o qué sé yo… Te miran al entrar con cara de “pobrecillo, otro que no se puede conectar en su casa”. Es una sensación muy extraña, desde luego, y bastante subjetiva, pero como esta columna la escribo yo deberás ajustarte a lo que te diga, como siempre haces, adoradísimo hasta el final de los tiempos.

He estado en Tenerife, en Granada, en Las Palmas y ahora mismo acabo de aterrizar nuevamente a los pies del padre Teide, para ir haciendo cuerpo, que el año que viene me vengo aquí a vivir. Mi señora y quien esto escribe hemos estado de bodas. Sí, en plural. Si ya asistir a una resulta agotador, imagínate estar encopetado y a punto de morir estrangulado con la corbata en dos celebraciones de estas características. Terrorífico si lo piensas en frío. Luego te vas animando y hasta da pena no comerse una última croqueta que pasan en el cup de bienvenida.

Entre boda y boda se calentó todo el tema este de los pepinos, como no podía ser de otra manera. A mí me parece normal, José Mari, me dijo un primo mío, si no se calienta el asunto ahora, cuándo iba a calentarse. Pues tienes toda la razón, intervine. Es lo que tiene el pepino español. Fuerte, robusto, duro y sabroso como pocos. Los alemanes, y al parecer las alemanas, están últimamente dale que te pego con nuestro país, nuestros horarios, nuestra productividad o reproductividad y nuestros pepinos. Basta con acercarse a un supermercado germano para darse cuenta del motivo de sus frustraciones. Cualquiera que vea esos tarros de pepinillos avinagrados como el carácter de la Merkel puede hacerse una idea de lo que estarán sufriendo en esas tierras esaborías. Tantos años presumiendo de salchichas y resulta que estos vagos del sur que están todo el día durmiendo al sol tienen más poderío en unos matojos subvencionados por la UE que nosotros en nuestras vacas y en nuestras salsas. Pues sí, bonita, qué pasa. Si probaras el pepino español se te alegraría la vida.

Y eso es precisamente lo que hice yo en una de estas veladas previas al enlace de otro de mis primos, probar semejante objeto de deseo. La moda esta de los pijos de echarle una rodaja de pepino a la ginebra tiene su gracia. Es verdad que me la tomé vestido con mis vaqueros y mi camiseta de manga corta y eso debe quitarle potencia al brebaje. La próxima me la tomaré con una camisa de manga larga remangada ligeramente para no ofender, un bañador a cuadros con la banderita roja y blanca y unos náuticos de 150 euros de mierda de los que se pueden mojar cuando sales de la piscina. Entonces, intuyo, me sabrá a gloria. A pesar de mi error de indumentaria imperdonable, debo reconocer que está bien rica. Cambia el olor y el sabor, y hasta te sientes más hombre con tu pepino español rozándote los labios, como si estuvieras desafiando a esos alemanes en conserva a batirse en singular batalla verde. En fin, que en las bodas se bebe demasiado, como estarás comprobando, y acaba uno diciendo lo que no tendría que decir. También se come, ojo, sobre todo dulces. Dicen que el pepino también va de lujo en las dietas. Mañana me compro uno bien gordo y otra vez a caminar.
José María García Linares (06/06/2011)

No hay comentarios: