lunes, 29 de noviembre de 2010

METERLA


Qué envidia. Hubo un momento la semana pasada en el que yo también quise ser catalán para poder ejercer mi derecho a meterla, hasta que me di cuenta de que estaban hablando de papeletas, claro. ¡Ay!, afloró a mi psique todo el poso antropológico de tanto anuncio electo-sexual, mis pulsiones freudianas se desataron como una cabalgata el día del Orgullo, me empaché de libido y, evidentemente, uno no es de acero. Y además, pensé de repente ante la tristura que nos rodea, cualquier día de estos nos recortan hasta los arrumacos. Todo es cuestión de confianza: en los programas, en los candidatos, en el futuro. “Hay que generar confianza en los mercados”. Hasta esta frase se me vuelve picarona recordando aquellos tiempos universitarios, cuando se encopetaba uno a ver si pillaba algo por la noche y lo único que se llevaba era la borrachera de garrafón de la calle Pedro Antonio y el más lanzado te decía a la mañana siguiente que hasta que no te lo creas, no tapeas, asqueado como estaba de la panzada de “croquetas” que se había metido. Cuántas veces quisimos, entonces, ejercer nuestro derecho al voto (o a las croquetas), ser más catalanes que nadie, con lo comprometidos que siempre han estado los jóvenes con los sufragios.
Evidentemente hasta la magia está en crisis y todo se trataba, nuevamente en el presente, de un malévolo plan publicitario. Irá poca gente a votar. A ver quién se va a conformar con meter el papelito en la urna cuando ha tenido pensamientos mucho más interesantes y conmovedores. Pensamientos anticrisis. No se extrañe nadie si acuden en masa congregaciones de religiosos y religiosas a las urnas, incluso de Móstoles. Los pobres. Toda la vida cerrando el grifo (al menos la mayoría). Eso sí que es abstención y no la de las estadísticas. Tal vez sea la única manera, el ir a votar allí en Cataluña, en la que justifiquen ante sus jerarquías los ojos vueltos, las exclamaciones, esos “vivo sin vivir en mí” tan democráticos. En cuatro años está aquello lleno de hermanos y hermanas empadronados hasta en Vic, incluso los habrá ilegales escondidos en pisos-convento. ¡Ay!, Teresa de Cepeda, qué visionaria. Cómo levitaba en mitad de sus premoniciones catalanistas e inefables. Me noto excesivamente sensible, con tanta interjección.
Total, que al final ni revolcón ni Barça-Madrid. Las elecciones (ya no erecciones) nos han dejado un domingo abstemio sin cerveza y sin ese partido que vemos incluso los que no seguimos el fútbol. Nos iba a dar la salsilla, huérfanos como estamos este año de centros comerciales y de reuniones prenavideñas. Claro, habrán pensado los políticos, vamos a echar el partido al lunes que la salsa ya la hemos puesto nosotros. Qué guarros, de verdad. No, no me acuséis a mí de cochinadas que yo no he dicho. Tal vez las haya pensado, sí, pero por mi boca no ha salido nada. ¿Tú ves lo que pasa con estas cosas? Ya no puede uno escribir ‘boca’, ‘salsilla’ ‘salir’, ‘entrar’ sin ruborizarse ni apurarse ni sentirse catalán. Adéu.

José María García Linares (28/11/2010)

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