lunes, 18 de enero de 2010

CABALGATA


A las ocho menos diez empezó a chispear. La calle estaba llena de niños, de carritos, de familias enteras esperando la llegada de los Reyes. Los que vienen a Melilla deben ser los mismos que visitan las Islas Canarias, porque siempre aparecen una hora, dos o tres más tarde que en el resto del país. Qué manía con que la Cabalgata empiece de noche. Basta con ver España Directo para comprobar que en todos sitios las carrozas arrancan a eso de las seis de la tarde. Aquí no, y eso que este año habían anunciado lluvias para la tarde-noche.
Lo malo es que cuando sale uno de su casa ya ha disfrutado en parte la Cabalgata de la Primera, este año sin interrupciones, y claro, nada más ver esa estrella melillense con la mitad de las bombillas fundidas o la carroza de Melchor con esa corona de cartón tipo Burger King, se le cae el alma a los pies. Van apareciendo los cabezudos con la misma marcha machacona de hace treinta años, si bien arregladitos en sus galas. La bruja ya no es bruja, es más una madame retirada, y don Quijote un travesti ataviado con túnicas brillantes. No sabe uno si está en ferias, en carnavales o en reyes. También podría pensarse que estábamos en una procesión de Semana Santa, de tanto tambor pegándote en la cara. ¿Es que no puede ir una Cabalgata acompañada de villancicos o de música infantil? ¿Qué pintan esos caballitos desagradables con caretas asustadizas acercándose a niños de cuatro años nerviosos y expectantes? Menos mal que, al menos, aparecieron muñecos de Disney, de Los Simpson y demás para hacer más ameno el desastre.
Sí, desastre. Porque una carroza no puede salir a la calle sin tapar desconchones, articulaciones desencajadas casi a punto de caerse, como los cuellos y los brazos del sucedáneo del Pato Donald, o chocando con las campanas iluminadas que este año adornaban las vías principales de la ciudad, y no es la primera vez que ocurre. Ni tampoco puede salir un coche con cuatro globos por mucho que lleve la música del pasacalles de detrás. Habrá que adornarlo, digo yo.
La Cabalgata de Reyes es un espectáculo infantil, o debe serlo, y los organizadores de este evento deberían tenerlo claro. A verla no acuden solo los pequeños, sino familias enteras, y no se puede ofrecer un espectáculo cutre y chabacano simple y llanamente porque es para niños. Como en cualquier otro espectáculo, hay que exigir un mínimo de calidad, y si se han agotado las ideas, basta con preguntar, mirar lo que hacen en otras localidades, y gastarse los cuartos, que ya está bien de papel albal en las carrozas.
Este año, además del desencanto, por poco tira al suelo a mi madre el rebaño de salvajes que sigue a los reyes como si del Cristo de los Gitanos se tratase. Empujan a señores mayores, pisan a los niños que se agachan a coger sus caramelos…Da hasta pena. La calle O’Donell parecía una cañada real.
La organización juega con la seguridad de que, hagan lo que hagan, van a tener la Avenida llena, porque la ilusión de un niño inocente hace virtud de cualquier despropósito. Sin embargo, muchos somos los que los acompañamos en su día favorito y vemos cómo, año tras año, el choteo goza de mejor salud. Equivocarse es de humanos, pero rectificar es de sabios. Veremos a ver el año que viene. Esas bombillas fundidas, por favor, ese Aladino del año de la polca…


José María García Linares (11/01/10)

1 comentario:

Juan G. Marrero dijo...

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Onfray es el académico que sale a la calle para decirle al mundo: la historia del pensamiento que os han contado es sólo la más conveniente a la serenidad de los poderosos. Al idealismo de Platón, de los Padres de la Iglesia y de Kant se opone otra línea

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