lunes, 24 de agosto de 2009

EL PRECIO DE LAS COSAS


Qué grima más grande. No puedo evitarlo. Eso de ver a los quinceañeros bañarse en la piscina con los calzoncillos al aire me da un repelús que ni les cuento. Dicen algunos que se los ponen limpios para tomar sus baños. Me extraña muchísimo, más cuando a esa edad los hábitos higiénicos, en muchas ocasiones, brillan por su ausencia. Tengo aquí enfrente a uno que no sé qué malabarismos habrá hecho con el bañador que lo lleva más abajo de donde la espalda pierde su nombre, en la mitad de las posaderas, vamos. Todos los días, a esta hora, las cinco aproximadamente, la espera sentado con su Puleva de fresa. Ella llega, esquelética, apenas sin sombra, y ambos se miran,se ríen con sus ortodoncias y se ponen morados de gofres con nata y chocolate. El amor adolescente. Él está trabajando duro, se nota a leguas. Es más feuchillo aunque está haciendo pesas. Un par de músculos y los calzoncillos pueden ser una buena estrategia. Aún así le está costando.
Todas las cosas importantes de la vida tienen un precio. A veces es meramente material, como ese piso que te hipoteca los sueños o la carrera de tus hijos en otra ciudad. En otros casos es mucho más íntimo, casi espiritual, como un beso, un buen recuerdo, una amistad sólida y duradera. En cualquier caso, se trata de aprender a valorar lo que tiene uno a su alcance. Aquí no queda del todo bonito hablar de costes, pero a estas alturas de la historia la cosificación de la existencia no tiene marcha atrás. Tanto es así que no nos conformamos con aquello que se consigue con facilidad, sino que preferimos invertir tiempo y medios, como si el gasto fuera directamente proporcional al objeto perseguido. Quien quiere comprarse un coche no permitiría que, al ir al concesionario, le regalaran un modelo determinado, así como el que no quiere la cosa. Pagarlo es impregnarlo de valía. Imagínense que Kaka´ no hubiese costado un céntimo al Real Madrid (estaría jugando en el Barcelona, permítaseme la malicia).
En una sociedad tardocapitalista, aquello que no vale dinero, que no tiene precio, está automáticamente devaluado, de ahí que bastantes de los servicios públicos no sean considerados por los ciudadanos en su justa medida. Son gratis y por eso pueden maltratarse. Son regalados, por lo tanto no tienen la misma importancia que otros exactamente iguales que sí que cuestan caro. Ocurre con la sanidad y con la enseñanza públicas.
Las Comunidades Autónomas han empezado a costear los libros de texto de los estudiantes de Primaria y Secundaria. Las más pudientes cubren la totalidad del gasto. Las restantes, sólo una parte. Un sistema educativo igualitario debe ser aquél que ofrezca siempre lo mejor a todos los estudiantes, que permita que quienes no tienen los medios suficientes puedan acceder a las mismas oportunidades que los que sí que gozan de ellos. Pagarles los libros a todos es una medida injusta. No se trata de que el rico reciba los mismos beneficios que el pobre, sino todo lo contrario. Que el que no tiene lo que poseen los más pudientes los reciba a través de becas, ayudas y demás.
Ya se ha visto en otras regiones que, al devolverlos al finalizar el curso, los libros están estropeados, rotos, sucios (lo de los plazos es otro cantar. El curso pasado llegaron a mi centro en la primera semana de noviembre). A esa edad, el sentimiento de propiedad privada está muy arraigado. Lo que no es de uno, da igual como se trate. Todo tiene un precio menos, al parecer, aquello que tiene que ver con la educación de los chicos. Cuesta el MP3, las botas de fútbol, el móvil, la pintura de labios… Debe de ser que el gasto educacional escuece más que otros. No lo sé. Lo que tengo claro es que me encantaría que me regalaran la cesta de la compra de principios de mes, la factura del agua y de la luz, la del teléfono y el ADSL, incluso el billete de avión con el que me marcho unos días a la Península. Estaré fuera dos semanas, casi, desconectado del mundanal ruido. En dos lunes nos volveremos a ver. El chico de los calzoncillos ha pagado la cuenta. Gasto material y espiritual, en este caso. Se le ve hinchado (de orgullo y de gimnasio). Lo que cuesta ser joven y aprender a vivir. Esos calzoncillos, hijo de mi vida…

José María García Linares (03/08/2009)

1 comentario:

Juan G. Marrero dijo...

Este artículo no lo había leído...pero en el hay muchos argumentos que he enviado por e-mail a mis amigos...A veces parece que suena a reaccionario el decir que la gente pague para que sepa lo que vale un peine...Como dices tu, la educación y la sanidad es un ejemplo...Los depredadores de estos bienes públicos no merecen que le regalemos nada...Hoy mismo envié un artículo que salió en el País sobre la propuesta de Obama y la reacción de los republicanos...Como digo yo, para ir al centro de salud , primero hay que pasar por el colegio para adquirir educación y VALORAR LO PÚBLICO...