Cada día de la semana puede tener un significado especial, dependiendo de la persona. Recuerdo que, desde los primeros años de escuela, mis miércoles, mis viernes y mis sábados eran jornadas luminosas. Desde el “ya queda menos” de mitad de semana hasta el tan feliz “tengo la tarea hecha”, pasando por el “mañana no hay colegio”. Estrategias de supervivencia que, aún hoy, sigo elaborando, cierto es que con alguna variante. De la misma manera pesan sobre mí los domingos y los lunes, inevitablemente. No he superado eso de estar sentado semana tras semana en un banco de madera sin atender a nada de lo que dijera el sacerdote y jugando con mi hermana, como tampoco el madrugón del día siguiente, cuando todo parece inalcanzable. Espantos estos que también siguen conmigo, aunque he cambiado los bancos por una buena cafetería. Ahora, la tarde del domingo no hay quien la disfrace. Es aterradora.
El lunes pasado murió Mario Benedetti. Es extraño. Sentí de golpe un enorme cansancio a la vez que ternura, admiración y tristeza. Quise recordarlo con alegría, como supo defender tantas veces en sus versos, pero la muerte es demasiado fía, antipática, verdadera. Ha sido un golpe duro para quienes hemos dedicado muchas horas de nuestra vida a dialogar con él en su poesía, en sus cuentos y novelas. Es cierto que los buenos escritores no mueren nunca y que nos dejan la voz y la palabra. Sin embargo hay una parte de nosotros que también se muere. Sabemos que siguen en nuestra memoria y en nuestras estanterías, que podemos acercarnos a ellos cuando queramos, pero no es lo mismo. Se nos ha muerto la persona que nos lleva a la librería ilusionados por encontrar su último libro, por dedicar la tarde en el sofá a ver qué nos cuenta y cómo nos lo cuenta. Se murió un ejemplo.
Benedetti ha sabido llegar al corazón de sus lectores, y esto no es ninguna cursilería. En una época en donde la poesía permanece en la UCI, aislada del exterior, vigilada por unos pocos y amenazada de muerte en los institutos por políticos y consejeros que jamás han leído ni poesía ni tantas otras cosas, en una época como ésta, digo, ser uno de los autores más leídos y editados en lengua española es muy significativo. Ha llegado tanto a mayores como a adolescentes a través de un lenguaje fundamentado en el amor, la justicia y la esperanza. Es una poesía que se entiende, decían esta semana muchos de sus huérfanos. Su obra abre el debate de si la poesía es, ante todo, comunicación o, simplemente, floritura intelectual.
“en un poema uno da su vida / y así mismo un poquito de su muerte”. Llevaba años luchando contra la enfermedad y la soledad de la viudez. Nos ha dejado toda su vida y también toda su muerte. El tiempo cicatrizará la herida en los ojos y el tiempo de sus admiradores, pero, hoy por hoy, ese poquito es demasiado, es una ausencia herida y triste.
“una carta de amor no es el amor / sino un informe de la ausencia”. Buscar este texto ha sido hoy, domingo, saber que Benedetti ya está muy lejos.
El lunes pasado murió Mario Benedetti. Es extraño. Sentí de golpe un enorme cansancio a la vez que ternura, admiración y tristeza. Quise recordarlo con alegría, como supo defender tantas veces en sus versos, pero la muerte es demasiado fía, antipática, verdadera. Ha sido un golpe duro para quienes hemos dedicado muchas horas de nuestra vida a dialogar con él en su poesía, en sus cuentos y novelas. Es cierto que los buenos escritores no mueren nunca y que nos dejan la voz y la palabra. Sin embargo hay una parte de nosotros que también se muere. Sabemos que siguen en nuestra memoria y en nuestras estanterías, que podemos acercarnos a ellos cuando queramos, pero no es lo mismo. Se nos ha muerto la persona que nos lleva a la librería ilusionados por encontrar su último libro, por dedicar la tarde en el sofá a ver qué nos cuenta y cómo nos lo cuenta. Se murió un ejemplo.
Benedetti ha sabido llegar al corazón de sus lectores, y esto no es ninguna cursilería. En una época en donde la poesía permanece en la UCI, aislada del exterior, vigilada por unos pocos y amenazada de muerte en los institutos por políticos y consejeros que jamás han leído ni poesía ni tantas otras cosas, en una época como ésta, digo, ser uno de los autores más leídos y editados en lengua española es muy significativo. Ha llegado tanto a mayores como a adolescentes a través de un lenguaje fundamentado en el amor, la justicia y la esperanza. Es una poesía que se entiende, decían esta semana muchos de sus huérfanos. Su obra abre el debate de si la poesía es, ante todo, comunicación o, simplemente, floritura intelectual.
“en un poema uno da su vida / y así mismo un poquito de su muerte”. Llevaba años luchando contra la enfermedad y la soledad de la viudez. Nos ha dejado toda su vida y también toda su muerte. El tiempo cicatrizará la herida en los ojos y el tiempo de sus admiradores, pero, hoy por hoy, ese poquito es demasiado, es una ausencia herida y triste.
“una carta de amor no es el amor / sino un informe de la ausencia”. Buscar este texto ha sido hoy, domingo, saber que Benedetti ya está muy lejos.
José María García Linares (25/05/2009)
2 comentarios:
Creo que todos nos sentimos de ese modo en alguna medida. Benedetti era, efectivamente, el que estaba vivo. Muy desolador. Demasiado para él. Cuantas vueltas ha dado esta foto. Gracias por compartirlo con nosotros. Un saludete.
Mañanas oscuras,
poesía,
nostalgia que sacude
toda mi memoria,
literatura
que enciende el fuego
y me arrastran
hacia la luz…
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