Hacía muchísimos años que no me dejaba caer por el Café Musical. Tal vez hayan sido la moda, el botellón y la concentración de locales los que se han llevado la marcha y el jolgorio a otros espacios que hoy están excesivamente concurridos pero que, ciertamente, gozan de buena salud y del beneplácito de la mayoría de jóvenes (de ánimo, no de edad, que somos muchos los que vamos tiñendo canas a ritmo de gintonics y frutos secos como el primer día). Y es ese mismo tal vez que tanto me gusta, que me llena la vida de opciones, que me evita anquilosarme y aburrirme, el que ha hecho posible que, a espaldas de los ruidos de la novedad, se haya dibujado una ruta perdida hacia un tesoro inexistente, un mapa olvidado de la noche melillense que conserva el encanto y el sabor de los caldos viejos y la luz de un tiempo pasado que pudo ser mejor, lo fue o lo será, quién sabe.
En plena selva de laureles y recuerdos (a unos metros está la casa en la que he vivido más de veinticinco años, la fuente de Trara, la cuesta del colegio) nos bajamos en Reyes Católicos del coche de Manolo, artista de balones y amistades, para asistir a un concierto de Melijazz.
La noche tiene una voz solitaria. Puede hablar en compañía de otros humos, de carcajadas entre amigos, de taconeos por las aceras, pero sus palabras, si se presta un poco de atención, siempre se escuchan por detrás. Hablan del amor y el desengaño, del miedo y el deseo, de la vida boca arriba y boca abajo. Eso fue lo que me dijo el saxo nada más empezar. Hacer buena música es difícil, pero lograr que quienes la escuchan puedan romper con sus anclajes y dejarse llevar por imágenes, por vuelos y por versos es casi una quimera en los tiempos que corren.Van pasando las copas por la barra mientras las canciones de Triana, Antonio Flores o Diego el Cigala se beben el cuerpo y el alma y se funden en una mezcolanza bien pagá de ritmos emocionantes y sugerentes que me lleva de un lado al otro como el viento de Levante.
No estás pero te trae el bajo desde lejos. No hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo, que estas noches ausentes lloran lágrimas negras como mi vida y que no dudaría en volver a reír si giraras la cabeza y me guiñaras desde octubre. Que me has dejado en el abandono, que mis noches de amor son tan deseperadas, y que es tanta la frialdad que me atormenta...
El Café se llena también del cante gitano, seco como un caballo blanco, de palma azul gitamoraima y pupila negra. Coge el micrófono, cierra los ojos y se abre el tiempo en su rostro cuarteado por el arte y la guitarra, para colmar los sueños de bendiciones y tocar la vida con nuestras manos. Ahora lo recuerdo, lo recuerdo ahora.
La música llega y sacude nuestra intimidad como ningún otro lenguaje. Sabe colarse por cualquier resquicioy reventar las barreras que le vamos poniendo a la emoción para que no se nos desequilibren las penas y las alegrías.
Al salir del local llevo en la boca un regusto a Camborio, a malecón, a bolero y rumba y la sensación de haber convertido esta noche vieja en una noche buena, buena de verdad, entre amigos, jazz y baile, todo mezclado y agitado, gestos y maneras de una educación sentimental que hace que lloremos porque sí, porque me recuerda el piano tantas cosas, tantas el punteo, tanto Melijazz.
José María García Linares
2 comentarios:
Enhorabuena por tu nuevo blog. Me gustan tus artículos, ya te lo dije, así que esta abundancia y la posibilidad de encontrarme con textos ya un poco olvidados me satisface mucho.
Espero que en justa compensación los Reyes se hayan portado bien contigo, para el resto de los mortales tu blog ha sido un buen regalo.
Saludos.
Precioso artículo sobre este grupo Musical de Melilla. De corazón Gracias.
http://melijazz.blogspot.com/
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