Premio Cervantes, día del libro y Barcelona
reventando de vendedores de flores y de textos. Es una imagen que se repite año
tras año. En esta ocasión, nos dicen, hay incluso puestos en los que se pueden
adquirir libros digitales. Es inevitable escuchar las quejas de escritores y
las acusaciones de piratería en estos tiempos en los que nos duele más que
nunca el bolsillo. Almudena Grandes clamaba al cielo ayer por la falta de leyes
que protejan los derechos de autor, como tantos otros hemos clamado incluso al
infierno al comprar su última novela a 19,95€ (ya se sabe que los derechos del
comprador no los protege casi nadie). A cada uno le duele su dinero, y mientras
el sector editorial no se dé cuenta de esto, la descarga ilegal será
inevitable. Existen fórmulas para frenarla, como hacen en el Reino Unido. Allí
sale a la vez la edición cara y la de bolsillo, que no suele subir de los nueve
euros. Es de peor calidad, aunque llega a más público. Pero es que, además, si
quisieras, lector, no podrías comprar la versión digital y oficial de El lector de Julio Verne porque no existe.
Así que las opciones son muy claras. O pagas casi 20€ por una novela que leerás
una vez o te la descargas de una página web sin coste alguno. Aún así, en
España está ocurriendo algo que perjudicará todavía más al negocio editorial, y
es que las versiones digitales de los libros más vendidos apenas suponen unos
cuatro o cinco euros de ahorro con respecto a la “analógica”. Es decir, entre
el libro de papel, tangible, físico, y la edición electrónica hay una
diferencia de precio ridícula. Ya se sabe el dicho. Con su pan se lo coman. El
lector será muchas cosas, pero tonto no. De todas maneras toda esta algarabía
con las descargas hay que cogerla con alfileres, porque ya ha quedado
demostrado en varios estudios que quienes descargan muchos libros no son compradores
potenciales de los mismos que han optado por su versión gratis. Es decir, que
si no los descargaran, tampoco los comprarían, así que el debate debería de
replantearse.
Unos buenos euros pagué el otro día por La civilización del espectáculo, el último
ensayo innecesario de Mario Vargas Llosa. Se repite la tendencia. Ganan el
Nobel y se estropean. Entre Günter Gras, el Saramago del elefante y este
refrito de ideas de otros autores que hace Vargas Llosa va a ser verdad eso que
decía alguno de que, una vez recibido el premio, deberían tener prohibido
publicar en mucho tiempo. Es un texto, en definitiva, previsible, repetitivo,
de muy poca profundidad intelectual y, sobre todo, conocido antes de ser
publicado, puesto que todo lo escrito allí ya lo dijeron autores como
Lipovetsky o Debord, mucho mejor justificado y argumentado. Pero hay que
vender, por supuesto. Y tiene gracia porque esa es una de las cosas que critica
en el ensayito.
Pocos serán los euros que se gasten nuestros jóvenes
en la lectura, salvo contadas excepciones. Parece lógico que generaciones de
adolescentes que no estudian en las aulas literatura española se aficionen a un
vicio tan sano y peligroso como es el de pasar horas leyendo. Esa mezcla
inconsistente denominada Lengua Castellana y Literatura, hoy vigente, es uno de
los mayores fracasos de la LOGSE y la LOE. Ya no se profundiza en los textos
porque no hay tiempo. Las cuatro horas de Literatura Castellana que había en
BUP y COU para los alumnos de letras desaparecieron hace décadas. Luego nos
dicen los de PISA que los niños españoles no entienden lo que leen. Claro, es
que sus gobernantes les quitaron la asignatura que les enseñaba esas cosillas.
Ay, Almudena, si es que todas las leyes son un desastre.
José María García Linares (24/04/2012)
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