lunes, 23 de noviembre de 2009

"OJO CON LOS GORDOS"


Qué jovial, qué grácil, qué glamurosa y qué delgada está Paloma Cuevas correteando por sus tierras bajo una lluvia de oro y felicidad que, como cada año, le trae, a ella y a nosotros, Ferrero Rocher. Yo añoro a la Preysler, su antecesora en esta marca, porque la tengo metida muy adentro y porque fue la primera en regalarme ese magnífico bocado de chocolate y avellanas. Tener de arquetipo a la Preysler es muy discutible, claro, como lo es tener un buen crocanti, unas buenas almendras y tantas otras maravillas con las que endulzamos una vida y un horizonte. “Nosotros también semos personas, maestro”, me dijo un alumno antes de ayer, con toda la razón del mundo. Y las personas tenemos nuestros misterios.
Somos personas, efectivamente, y ante todo libres. Y lo somos independientemente de nuestra fisonomía. Altos, bajos, gordos, flacos, rubios, pelirrojos, etc. La campaña publicitaria de Navidad, con sus turrones y mantecados, ha irrumpido en medio de la polémica sobre la retirada a unos padres gallegos de la custodia de su hijo con obesidad mórbida. En una sociedad en donde los límites del lenguaje parecen cada vez más difusos, aparecen términos tan políticamente correctos y de moda como maltrato o vejación, como si a la hora de machacar a una persona tanto física como psicológicamente no hubiera una intención, un ensañamiento, un deseo de hacer daño, que por supuesto está, en este caso, totalmente ausente. Tendrá un nombre, seguro, pero desde luego no es maltrato.
La demonización de la gordura parece no tener marcha atrás. Si era Dios quien en los tiempos de mis abuelos estaba escondido debajo de la cama para vigilar los menesteres sexuales, es ahora el Estado el que se oculta tras la puerta de la nevera para ver qué cantidad de calorías ingerimos y si hacemos o no deporte. Políticas educativas en los centros de enseñanza, por televisión, y presiones de empresas privadas, como las aerolíneas, que pretenden cobrarle dos asientos a quienes padezcan obesidad… La lista de medidas es interminable.
“Rebajen, rebajen”, dijo Chávez hace unos días, “ojo con los gordos”… No es necesario comentar nada. Desde las instituciones se recomienda la dieta mediterránea. A la ministra se le olvida, y afortunadamente este fin de semana los agricultores lo han recordado, que el precio de la fruta y la verdura es excesivo y ruinoso para el campo y el bolsillo del consumidor. Hacerse una ensalada es más caro que un menú Big Mac.
A mis padres no les tuvieron que decir nunca lo que teníamos que comer. Luego engordaba yo, claro, pero porque me ponía morado a escondidas de chocolatinas o me comía la cena de mi hermana, que me la iba pasando por debajo de la mesa. De todo esto lo que habría que plantearse es hasta dónde llega la libertad individual y cuándo ha de intervenir el Estado, porque de no ser así, por ejemplo, habría que quitarles la custodia de los hijos a un montón de familias que los dejan ir con trece años de botellón.
En fin. Mientras termino esta columna, estoy comiéndome unos mantecados que ha hecho mi novia. Me los como a la salud de Trinidad Jiménez porque, a pesar de que quiera eliminar las pegatinas y regalos de los bollicaos, parece buena gente, seguro que es de las que se harta de cañas y de tapas con los amigos. Somos lo que comemos, nos dicen. Pues yo soy libre, porque como lo que me da la gana.


José María García Linares (23/11/2009)