miércoles, 26 de octubre de 2011

VALOR SIMBÓLICO

Estamos acostumbrados a oír que todas las cosas tienen un precio. Hemos nacido en un mundo, o mejor, en una formación social en la que todo puede comprarse e igualmente venderse porque todo lo que nos rodea posee un valor económico. Es uno de los secretos del capitalismo, esa capacidad para apoderarse incluso de la conciencia del ser humano hasta el punto de hacerle creer que su lógica monetaria y librecambista es la única posible y existente. Evidentemente no lo es. Lo que se conoce como economía del don o recientemente potlatch digital se sustenta en intercambios de otro tipo, de lo que se denomina capital simbólico. Por encima de la acumulación de objetos tangibles existen otros valores como el prestigio, el nombre o el renombre. A nosotros nos suena a rayos, claro, porque nuestra lógica no nos permite entenderlo correctamente. Sin embargo, existe y está de moda en Internet. La gente colabora de forma gratuita a cambio, tan solo, de reconocimiento. En nuestro mundo analógico, en el de verdad, no en el digital, hay aún un reducto de ese otro valor que pueden tener las cosas, y es el que provoca que todavía haya ciudadanos que puedan sentir vergüenza por lo que se está haciendo con el legado del poeta alicantino Miguel Hernández. Es el último ejemplo de aquella política cultural que llevó a cabo el gobierno de Aznar para el que más allá del valor simbólico o artístico de una obra está el de su rentabilidad. En fin, la traducción directa de la vida y de la cultura en billetes de cien euros. Qué rápido se nos ha olvidado que es precisamente esa cultura el medio natural del hombre, que fue a través del pensamiento como el ser humano se irguió y salió de las cavernas. Es ese pensamiento, al fin y al cabo, la libertad de ese pensamiento la que está en juego y la que recibe los ataques del discurso oficialista y dominante.
Espacios para pensar o para debatir quedan muy pocos. Hace años me enseñaron que la literatura no servía para nada y que, precisamente, en eso radicaba su valor. Cómo traducir pensamiento, extrañamiento, esteticismo o búsqueda de la libertad a mero objeto material, a una cosa, simple y llanamente. La razón utilitarista, técnica, no puede explicar la naturaleza de un poema, el “sirve para” no podrá dar cuenta nunca del “es”, de la mudez que hace posible su existencia. “La palabra lo es, / si muda existe”, dejó escrito Miguel Fernández en su libro Secreto Secretísimo.
La presentación a cargo de José Luis Fernández de la Torre del poemario Flor de Gnido (Rimado nuevo de palacio), libro póstumo del poeta melillense Miguel Fernández, posibilita esta tarde en la UNED no solo la apertura de un paréntesis de lucidez entre el ruido y la furia de esa otra literatura vendida y prostituida en manos de mercaderes y vates posmodernos, sino también un espacio para la reflexión, para el disfrute y, por supuesto, para el recuerdo de una de las voces más singulares de la poesía española de la mano de quien mejor ha sabido leerlo y enseñarlo con el mayor de los rigores y la mayor de las sabidurías. Tarde de versos, de vida y de nostalgia. Asuntos, cómo no, inservibles a todas luces, y sin embargo…
José María García Linares (24/10/2011)