lunes, 19 de octubre de 2009

LAS FOSAS DE ALFACAR


Federico García Lorca es algo más que un poeta. Símbolo de la libertad perseguida y fusilada, de la cultura como forma de vida, del republicanismo más tolerante y de la democracia decapitada. Por fin es explícitamente un homosexual acusado y tiroteado, cuya sexualidad caló sus versos y sin la que es imposible interpretar correctamente su obra. De nuevo ha sido Gibson el que se ha atrevido a hablar abiertamente de esos Sonetos del amor oscuro no como la crítica ha pretendido que fuesen desde la muerte del poeta, sino como lo que son desde que Federico los escribiera.
Hoy, Lorca es mucho más que todo esto. Es una ciudad. Granada-Lorca, Lorca-Granada, sin saber, a veces, dónde termina uno para nacer la otra, o viceversa. Está presente en todos los rincones de la memoria y ya forma parte de la educación sentimental de las nuevas generaciones. Es una figura de todos y para todos. Sin embargo, a nadie se le escapa (basta vivir allí unos años para darse cuenta), a nadie, decía, se le escapa que bajo su nombre anidan los gusanos más infectos de la política y del poder económico y cultural. Profesores, consejeros, allegados y demás que viven de hacer de sus apellidos bandera para una u otra causa, sin escrúpulo alguno ni vergüenza.
Son seis las fosas que se han localizado en Alfacar, donde supuestamente está enterrado el poeta. El Ayuntamiento de la localidad ha pedido la declaración de la zona como lugar autorizado para el enterramiento, con lo que la familia Lorca sale vencedora de la pugna con la Junta de Andalucía a propósito de la identificación, en este caso de la no identificación, de los restos mortales de Federico. Se abrirán, pues, las fosas, pero no se identificará a García Lorca, lo cual da pie a múltiples especulaciones sobre lo que ocurrió la noche de los fusilamientos y a afirmaciones que toman cada vez más peso y que apuntan a que no está allí enterrado. ¿Dónde estaría, entonces? ¿Recuperó la familia su cadáver? Y en ese caso, ¿dónde lo enterrarían? ¿Siguió vivo, escondido o en el anonimato, como plantea esa fantástica película titulada La luz prodigiosa? Evidentemente, dejar las cosas como están supone no remover ni tan siquiera las fosas millonarias de los derechos de autor, en poder de los sobrinos del poeta, Sacar a Lorca de ese último olvido haría justicia no solo a su memoria individual, sino a la colectiva. Lorca se convertiría en una cuestión de estado, como sucedió con el cantautor Víctor Jara en Chile.
Parece que Federico seguirá en Alfacar, si es que está allí, porque con esa habilitación de zona para el enterramiento no haría falta darle una sepultura digna, puesto que ya la tendría, según la familia. Dar la espalda al pasado nos aleja, como dice Jo Labanyi, de la modernidad cultural, porque ésta habría que buscarla en la relación del presente con el pasado a través de la memoria.
Si los restos de García Lora no son exhumados, será cuando el olor a podrido no dejará respirar a la intelectualidad granadina, andaluza y española. La sombra del engaño y la mentira empieza a ser excesivamente alargada, como la del miedo, este sí verdadero, a perder demasiados millones de euros.
José María García Linares (19/10/2009)