Nunca antes había visto a
la entrada de los cementerios puestos de pastas y dulces típicos de la región. Al
final, por hache o por be, acabamos celebrándolo todo a base de condumio y
buenos licores. Hasta la muerte está para comérsela, y bien que hacemos. Ya
llegará el día en el que sea ella la que nos dé el bocado a nosotros. Así que,
como de todo se aprende, y uno es muy respetuoso con las tradiciones ajenas, he
incorporado rápidamente a mis costumbres la de pasear por la entrada de los cementerios
a principios de noviembre a ver qué bollos tienen allí bien expuestos, con sus
plásticos, sin moscas. Hoy lunes se nos llenará la noche y la madrugada de
fantasmas, de ánimas benditas, de calabazas diabólicas y de buñuelos y huesos
de santo, que es lo que a mí realmente me importa, todo ello aliñado de un
espíritu festivo que conjuga el disfraz carnavalesco con “la previa” de las
navidades. Nuestros adolescentes ya no vivirán, cuando lleguen a la edad
adulta, el día uno de noviembre con esa pena que te estampaba un sol ya
debilitado en toda la cara, mientras la abuela, de negro, hace su recorrido por
el camposanto. Lo vivirán, sospecho, con resaca y empachera, que es una manera
igual de digna de pasar unas fechas tan señaladas. La tristeza no tiene cabida
en esta sociedad del bienestar que se están cepillando populares y socialistas.
Rabia sí. Indignación también. La pena ya es otro cantar. Quién va a querer
llorar cuando es posible divertirse y no pensar en aquello que puede ser
doloroso. “Y los muertos aquí lo pasamos muy bien, entre flores de colores”,
cantaba Mecano hace ya más años de los que quisiera reconocer este que escribe
estas líneas. Es una especie de danza macabra medieval, pero muy moderna. Los
cadáveres encopetados, con su flor marchita o de plástico en la solapa,
moviendo las caderas con más ligereza que Shakira. Ay, los santos. No va a ser
todo lejía en las lápidas y cubos de plástico azul en cada esquina. Fíjense
ustedes en esta serie fantástica que nos está poniendo la Fox, The Walking Dead, ya en su segunda
temporada, con todos esos muertos vivientes, muertos también de hambre, detrás
de todo lo que se menea. Que nadie se escandalice. Somos ustedes y yo un poco
zombis, y el que no se lo crea que le eche un ojito a Filosofía Zombi, un libro tan divertido como sugerente. La frontera
entre la vida y la muerte es muy del siglo XXI. A mí me encantan unos versos de
Serrat en ese magistral Romance de Curro
el Palmo: “La vida y la muerte bordada en la boca tenía Merceditas la del
guardarropas”. Llevamos tantas cosas bordadas en el alma que hasta es difícil
hacer recuento: la amargura, la felicidad, la media sonrisa, el deseo o el
cansancio. Bien cosidas llevamos también las ausencias, tatuados los rostros de
nuestros seres queridos que hace ya un tiempo que nos dejaron. Ayer domingo me estuve yo acordando de los
míos. No lo llevo mal del todo, voy endulzando estos días sus recuerdos a base
de crema pastelera y chocolate, como Dios manda, que diría Rajoy. El recuerdo,
aunque doloroso, salva y cura.
José María García Linares (31/10/2011)