lunes, 8 de junio de 2009

EUROPEAS


Lo he intentado pero no he podido. Desde que cumplí los treinta, y voy para treinta y dos, me acueste a la hora que me acueste, amanezco a las ocho y media del día siguiente más fresco que unas pascuas. Me encantan las noches de los sábados, sobre todo cuando me quedo en mi casa leyendo, viendo alguna película o escribiendo (tengo un poema atragantado desde hace dos semanas) hasta las tantas, y a pesar de haberme metido en el sobre a las tres de la mañana, ¡date!, aquí estoy, terminando esta columna tan tempranito entre sorbos de café y tostadas con mermelada de frambuesa, sin azúcar añadido, porque vuelvo a estar a dieta.
Mañana electoral, quién lo diría. Qué nervios, ¿verdad? Uf, lo que nos estamos jugando. Lástima que las jornadas de reflexión no sean más numerosas. Sigo indeciso… ¡Eso! Votaré al avión de Zapatero, que seguro es más barato viajar en él que en Air Nostrum, o no, mejor al tito Paco, al que todos dan las gracias, porque eso es vestir bien y además, a pesar de estar imputado, es el hombre más honorable de España. ¿Se presenta Aznar? , porque podría darle mi voto a sus guardaespaldas (¿serán los mismos que los de Ana Obregón?), o quizá a Leire Pajín, alumna aventajada de Aramís Fuster y la bruja Lola.
El nivel de la campaña electoral ha sido tan denigrante y vergonzoso que incluso ofende la posibilidad de reflexionar al respecto. Recuerdo que, uno de esos días en los que me tenía que quedar en mi casa de reposo (sin cole, por lo menos) porque el asma me tenía oxidado y a punto de romperme, en lo que mi madre se acercaba al Video Center a sacarme varias películas para distraerme, estuve viendo un poco del programa de María Teresa Campos en donde se defendía el acto de ir a votar como una posibilidad justa, sana, necesaria y obligatoria. Eran los años ochenta. Había costado mucho llegar adonde habíamos llegado, decía la reina de la mañana (esta sí, no Ana Rosa) con toda la razón. También hoy ha costado lo suyo llegar al punto en el que nos encontramos. El desencanto no tiene marcha atrás. La decepción come en nuestra mesa todos los mediodías y nos vamos cansando poco a poco de esta tomadura de pelo. Los índices de abstención serán elevados. No va a ganar uno, sino que ya han perdido los dos, mucho antes de ir a las urnas, a las que la mayoría de los españoles no van a ir.
Estas serán las primeras elecciones para miles de jóvenes que consideran la dictadura o los años de transición como asuntos o lecciones de los libros de historia (y muchos no leen, por cierto, y abandonaron los estudios por el ladrillo, sí señor, así se construye un país, con cemento y sin cultura). ¿Qué han ofrecido los políticos en estos días para que se vaya a votar? Disparate tras disparate, ataques e insultos, mentiras y falsas verdades y un espectáculo circense difícil de imitar, salvo en Italia. Pensábamos todos que lo que estaba en juego era Europa, no Rajoy, ni Zapatero, ni Camps, ni la corrupción. Si la gente decide irse a la playa en vez de acudir a los colegios electorales habrá que hablar de irresponsabilidad pero no de los votantes, sino de los dirigentes políticos que han pisoteado y escupido sobre la base de la democracia. No hay que votar por miedo a que vuelva nadie. Ahora se vota si convencen o no las propuestas, y claro, en un país en donde no han existido, es normal que la abstención se lleve la mayoría absoluta.


José María García Linares (08/06/2009)