Está la tarde nublada. Las últimas lluvias nos
dejaron este cielo encapotado, gris, triste, o mejor, sin gracia. Sucio, casi,
como las expectativas, las esperanzas, los deseos o los anhelos de millones de
personas en estos primeros meses de un 2012 que intentamos olvidar incluso
antes de que finalice. La niebla se nos pega a lamparones en el rostro cada
mañana, tanto si sales a la calle como si pones cualquier emisora de radio. Son
los mensajes oscuros, tenebrosos, grisáceos. Hoy me he encontrado estas
palabras después de recibir un envío de Correos: “Lo gris de nuestro título es
una metáfora de la vida, porque lo vital es siempre incierto, vacilante,
frágil… aquello que se inserta en lo brumoso de la existencia”. Y un rayo de
luz, de alegría, de chocolate y de granadas me ha ayudado a respirar más
aliviado que en días anteriores.
Porque son, al final, las palabras las que salvan,
los textos los que liberan, los libros los que acercan y te dan una nueva
oportunidad, al menos para quienes hemos decidido dar un paso más allá de la
realidad árida de cada día y vivir de otra manera. Evidentemente hablamos de
metáforas, de hipérboles, de símbolos, esos conceptos que hoy están a punto de
olvidarse por inútiles (no por inutilidad, sino por los inútiles que diseñan
los planes de estudio) pero que están cargados de tiempo, de luz, de sombras,
de sabiduría, de vida. Tal vez sea hoy el discurso del loco, del vencido que
sale a batallar contra lo evidente con las armas oxidadas de la literatura, más
arrinconada y malherida que nunca. El pulso entre Cervantes y Descartes lo ganó
el francés para las ciencias. La razón cartesiana sería entonces inapelable,
férrea y egoísta. El discurso de don Quijote, sin embargo, quedaría como ánfora
contenedora de un conocimiento distinto, múltiple, posible e imposible, pero en
un segundo plano. Separar ambas maneras de entender el mundo nos ha llevado
demasiado lejos, a no ver, a no distinguir, a olvidar.
Por eso este asmático nervioso que esto escribe
respira hoy mejor cuando recibe en su casa las palabras cuidadas y editadas de
una buena amiga. Dice tacos como piropos (no ella, sino yo), exclama sin que le
oiga nadie en su casa y acaricia la portada en donde título y nombre se funden
en alegría y regocijo. Por fin han visto la luz Los ensayos históricos de Carmen Martín Gaite en dos volúmenes, el
primero titulado La lucidez de leer la
historia y el segundo La algarabía de
leer el mundo, ambos de Sonia Fernández Hoyos y publicados por la editorial
Tragacanto, posiblemente uno de los mejores títulos de crítica literaria de la
temporada.
Que el tiempo pasa es evidente, no habría ni que
mencionarlo. Pero cuando los años se vuelven palabras y las palabras mundos,
acercarse a ellos supone alojarse en una región amable y conocida en donde todo
se ralentiza, recobra la quietud, abre la puerta al sosiego perdido a lo largo
de la vida. Avanzas entonces por las páginas como si recorrieras de nuevo
momentos vividos tiempo atrás, cuando eran sueños lo que hoy son libros, cuando
teníamos veinte años y éramos sólo Sonia y José Mari y cuando todo era
literatura y literatura.
Acaricio la portada como quien toca una puerta. Tu
rostro aparece con las primeras páginas. ¡Hola, Sonia! ¡Pasa, José! Vengo
buscando la luz. Estás en tu casa.
José María García Linares (01/05/2012)
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