sábado, 25 de junio de 2011

SHAKIRA


En mi casa no hemos sido de jugar en la calle. Vivíamos en pleno centro y el tráfico impedía corretear o dar patadas a una pelota en las aceras, así que teníamos que irnos al parque para patinar, usar la bicicleta o jugar a policías y banqueros, o algo así, no me acuerdo bien. Somos de parque (qué bien suena), pero no de los de ahora, en donde se les prohíbe a los niños ir en bici, jugar a fútbol y demás por temor a despertar a las palomas y enfurecer a las palmeras. Los de hoy son parques tristes. En unos años prohibirán, incluso, que entren niños. En nuestros tiempos estaban llenos de alegría, de gritos, de risas, de canciones que se cantaban mientras las niñas saltaban el elástico.
Es, precisamente, una canción la que me trajo a la mente este recuerdo, como si de la magdalena de Proust se tratara, pero mucho más cutre. Unas niñas correteaban en una calle peatonal de Santa Cruz y, tendrían ocho años, canturreaban a voz en grito “Soy loca con mi tigre, loca, loca, loca”. Se me cayó el mundo, así, literalmente a los pies. Mejor dicho, literariamente, que tampoco está uno ni la vida como para que se la jodan más con estas cosas que, al final, acaban por no importarle a nadie. Qué pesadilla de Shakira. Peor que la del hombre del saco.
Lo de la chica esta colombiana que dice que canta mientras gime y que está todo el día moviendo las caderas tendría para ocho o nueve columnas. Este caso va mucho más allá de la típica crítica que se les puede hacer a letras de, por ejemplo, Chenoa o Bisbal, para quienes el mundo se construye con rimas del tipo miel-piel, bella-estrella, corazón-amor, vivir-morir y tantas otras que ni tan siquiera un niño de Segundo de la ESO utiliza para hacer sus ejercicios de poesía. El caso de Shakira es mucho peor por dos razones. Primero porque no hay quien la entienda, una suerte para muchos. Segundo porque transmite una imagen de la mujer en sus canciones (las que se entienden) absolutamente condenable por instintiva, primaria y dependiente de un macho dominante. Perlas del tipo “yo me propongo ser de ti / una víctima casi perfecta”, “Soy loca con mi tigre […] Me dicen que tu novia anda con un rifle”, “Rabiosa, rabiosa, rabiosa […] Oye, papi, vuélveme loca / aráñame la espalda y muérdeme la boca”, etc. Una mujer que pierde la razón por un hombre, que se convierte en una especie de mamífero rabioso, que sale por las noches como una loba a devorar su barrio lleno de hombres y que no tiene otra cosa que ofrecer que su furor uterino, su histeria milenaria, su sacrificio según los designios de su tigre oloroso, y ahora encima del Barça, para acabar de estropearlo. Y letras como estas aparecen en los mismos telediarios en los que, compungidos, presentadores, reporteros y concejales muestran su indignación hacia el maltrato de género. Y qué decir en la radio, en esas emisoras como Cadena Dial o Los 40 Principales, que pertenecen al mismo grupo empresarial que, por ejemplo, El País, defensor a ultranza de los derechos y la dignidad de las mujeres. No puedo acabar sin transcribir otros versos de esta “artista”, conciencia viva y ordinaria de la postmodernidad y del nuevo feminismo, tan antiguo, por otro lado: “Tengo tacones de aguja magnética / para dejar a la manada frenética”, impresionante, “Te regalo mi cintura / y mis labios para cuando quieras besar, / te regalo mi locura / y las pocas neuronas que me quedan ya”, tremendo, “Te regalo mis silencios, / te regalo mi nariz, / yo te doy hasta mis besos / pero quédate aquí”, no hay precio que pague esto. ¿Te regalo mi nariz? A ver si Sandro Rosell, presidente del Barcelona, se la vende a un equipo ruso. Qué manera de denigrar a la mujer.
José María García Linares(20/06/2011)

DE BODAS Y PEPINOS


Menudas vueltas estoy dando desde hace una semana. Habrás notado, lector queridísimo, que el lunes pasado no fiché como es debido. No tenía conexión a Internet allí donde estaba hospedado y, como sospecharás, ni hice el intento de acercarme a un ciber de esos, oscuros y un tanto siniestros. Da la sensación de que están cubiertos de aceite o qué sé yo… Te miran al entrar con cara de “pobrecillo, otro que no se puede conectar en su casa”. Es una sensación muy extraña, desde luego, y bastante subjetiva, pero como esta columna la escribo yo deberás ajustarte a lo que te diga, como siempre haces, adoradísimo hasta el final de los tiempos.

He estado en Tenerife, en Granada, en Las Palmas y ahora mismo acabo de aterrizar nuevamente a los pies del padre Teide, para ir haciendo cuerpo, que el año que viene me vengo aquí a vivir. Mi señora y quien esto escribe hemos estado de bodas. Sí, en plural. Si ya asistir a una resulta agotador, imagínate estar encopetado y a punto de morir estrangulado con la corbata en dos celebraciones de estas características. Terrorífico si lo piensas en frío. Luego te vas animando y hasta da pena no comerse una última croqueta que pasan en el cup de bienvenida.

Entre boda y boda se calentó todo el tema este de los pepinos, como no podía ser de otra manera. A mí me parece normal, José Mari, me dijo un primo mío, si no se calienta el asunto ahora, cuándo iba a calentarse. Pues tienes toda la razón, intervine. Es lo que tiene el pepino español. Fuerte, robusto, duro y sabroso como pocos. Los alemanes, y al parecer las alemanas, están últimamente dale que te pego con nuestro país, nuestros horarios, nuestra productividad o reproductividad y nuestros pepinos. Basta con acercarse a un supermercado germano para darse cuenta del motivo de sus frustraciones. Cualquiera que vea esos tarros de pepinillos avinagrados como el carácter de la Merkel puede hacerse una idea de lo que estarán sufriendo en esas tierras esaborías. Tantos años presumiendo de salchichas y resulta que estos vagos del sur que están todo el día durmiendo al sol tienen más poderío en unos matojos subvencionados por la UE que nosotros en nuestras vacas y en nuestras salsas. Pues sí, bonita, qué pasa. Si probaras el pepino español se te alegraría la vida.

Y eso es precisamente lo que hice yo en una de estas veladas previas al enlace de otro de mis primos, probar semejante objeto de deseo. La moda esta de los pijos de echarle una rodaja de pepino a la ginebra tiene su gracia. Es verdad que me la tomé vestido con mis vaqueros y mi camiseta de manga corta y eso debe quitarle potencia al brebaje. La próxima me la tomaré con una camisa de manga larga remangada ligeramente para no ofender, un bañador a cuadros con la banderita roja y blanca y unos náuticos de 150 euros de mierda de los que se pueden mojar cuando sales de la piscina. Entonces, intuyo, me sabrá a gloria. A pesar de mi error de indumentaria imperdonable, debo reconocer que está bien rica. Cambia el olor y el sabor, y hasta te sientes más hombre con tu pepino español rozándote los labios, como si estuvieras desafiando a esos alemanes en conserva a batirse en singular batalla verde. En fin, que en las bodas se bebe demasiado, como estarás comprobando, y acaba uno diciendo lo que no tendría que decir. También se come, ojo, sobre todo dulces. Dicen que el pepino también va de lujo en las dietas. Mañana me compro uno bien gordo y otra vez a caminar.
José María García Linares (06/06/2011)

UNA REFORMA PARA JOSHUA



He oído estos días una estrofa de unas sevillanas de los Cantores de Híspalis en la que colaboran diferentes artistas. En este caso, son los Morancos de Triana los que, bajo identidades tan famosas como la Antonia u Omaíta, intervienen y aliñan de gracia la versión original, que habla sobre los medios de comunicación y la necesidad de leerlos. En un momento determinado la Antonia grita desaforada “Joshua, estudia”, como remedio a la ignorancia y a la tomadura de pelo de políticos y medios informativos. El pobre Joshua, víctima del mundo y de los vientos cósmicos, prefiere estar con su monopatín o enganchado a la Play cuando sus padres no están en casa. Algo absolutamente normal en nuestros días.
Durante estas semanas pasadas algunos diarios nacionales han llevado a sus páginas proyectos de reforma de los exámenes de acceso a la profesión docente. Me sigue sorprendiendo que estas noticias aparezcan casi siempre al final del curso escolar, como si hubiera que salvar los muebles, nuevamente, del tsunami de malos resultados que volverá a llevarse por delante estadísticas, memorias, papeles y demás datos inservibles e inútiles. Parece ser que las nuevas oposiciones vendrán a poner los pies en el suelo, nos dicen, y si hay tanta diferencia entre lo que sabe un alumno y lo que sabe su profesor, qué mejor manera que reducir el nivel del segundo para que se amolde a la ignorancia del primero. En este nuevo proyecto, eso de sacer dos (o cinco) bolitas de un bombo para redactar un tema y demostrar el dominio bibliográfico desaparece, sustituido por eso que ahora está tan de moda llamado batería de preguntas cortas. Esto es progreso, qué duda cabe. Los aspirantes a profesor podrán prepararse los exámenes con los libros de texto de sus alumnos (algunos ya lo hacen) y así se nivelará un poco el desfase existente entre ambas capas educativas. “Para qué les vas a contar eso si no viene en su libro de texto”, podría ser el principio activo de esta medida tan democratizadora. Además, tras aprobar los exámenes teóricos, los aspirantes estarán un año en prácticas haciendo y haciendo informes y papeleo que dejarán de hacer cuando pasen esa última fase. Propuestas didácticas, las llaman. Todo muy bonito y con cierto tufillo finlandés, si no fuera porque las aulas aquí no tienen nada que ver con las de Finlandia.
¿No hay ningún proyecto que contemple la necesidad de reducir el número de alumnos por profesor? ¿En ningún punto aparece escrito que las bajas por maternidad y por enfermedad deben ser cubiertas? ¿No se recoge en ningún acta que, para preparar el examen oral de Inglés que les exigen en PAU, el profesor, sea de los nuevos o de los antiguos, no puede hacer casi nada con 37 estudiantes en Segundo de Bachillerato? Y sobre todo, ¿tan difícil es reconocer que para aprender hay que querer hacerlo? Estos pobres que comiencen sus prácticas en unos años se van a encontrar aulas repletas de jóvenes que no quieren estar ahí. ¿Qué pretende el Ministerio que hagan, entonces? Y esta pregunta es aplicable también al mismísimo presente. La situación no está como está por los profesionales que trabajan en este sector. Como en todos los trabajos, los hay mejores y peores. Reformar el sistema de acceso a la profesión no soluciona casi nada, aunque la medida les sirve a los gobernantes para dirigir la atención de la sociedad hacia los posibles culpables de los malos resultados. Mientras, Joshua sigue con su monopatín.
José María García Linares (13/06/2011)