Todos los años la misma historia. A principios de
septiembre y al comienzo de la primavera. Ay, dónde estarán los costaleros,
señor mío. Se los busca hasta debajo de las rocas del puerto Noray, por si
alguno estuviera por allí durmiendo la mona. Y a partir de ahí empieza toda la
retahíla de argumentaciones, lloros, quejas, acusaciones, llamamientos y
melancolías. Parece mentira que después de llevar viendo en Melilla toda la
vida todavía no hayamos terminado de comprender cómo es nuestra ciudad y, sobre
todo, dónde está. Dónde estarán los jóvenes en septiembre, se pregunta alguna.
Pues de recuperación en Granada o Málaga. Dónde en plena Semana Santa. De
vacaciones en la Península. Así de sencillo. Vivimos (viven) en trece
kilómetros cuadrados aislados de todo el mundo cultural y social que se desea,
el andaluz, casi mayoritariamente. Y vivir aislados es vivir ahogados, por lo
que, a la primera de cambio, coge uno su tarifa abusiva de avión y se va a
pasar unos días a otro lugar, para desconectar. Como consecuencia de ese
alejamiento o aislamiento, intentamos llevar a Melilla lo que nuestros vecinos
andaluces jalean con orgullo. Queremos unos carnavales como los de Cádiz, una
feria como la de Málaga y, ahora, una Semana Santa como la de Sevilla (con
perdón para los malagueños). Y esto, habría que ir sospechándolo ya, no es ni
Málaga, ni Sevilla, ni Cádiz, ni tenemos el turismo del que gozan estas
ciudades. Esto es Melilla, y esa es nuestra suerte (o nuestra desgracia). Si se
tiene en cuenta lo dicho, sobre todo lo concerniente al espacio geográfico, se
podrá comprender que no haya gente para tanto trono. De los miles de habitantes
de la ciudad, sólo una parte es católica, y de esos cristianos, las mujeres,
salvo excepciones, no pueden llevar los tronos, porque ya se sabe que bastante
tienen con las tareas del hogar… Pero, para más inri (el término viene que ni pintado), basta con acercarse un
domingo cualquiera a las parroquias para comprobar que están vacías, que los
jóvenes de las JMJ acabaron reventados de tanto Papa y que hasta la próxima
cita van a hacer un parón en sus prácticas católicas. Además, no es que falten
costaleros en todos los pasos. En los que procesionan el jueves y, sobre todo,
el viernes, hay tortas. Sencillamente, unos gustan más que otros, por
tradición, costumbre o devoción, que ahí no me meto.
Entre
tanto llamamiento y tanto pensamiento pío, permíteme, lector, que cambie ahora
de tema, se dejan caer perlas como la de que nuestra Semana Santa es
multicultural y que hasta participan los inmigrantes del CETI… Ni que ser negro
significara ser hereje. Sí, hay negros que son, también, cristianos, y además
buenas gentes. Pero en fin, para qué sofocarse. Habría que ver qué significa
multiculturalidad y qué debería significar, y si una Semana Santa puede ser
multicultural... El sustantivo significa acumulación, pero debería de ser
convivencia entre iguales de diferentes culturas, con las mismas posibilidades
de integración. Y eso, hoy por hoy, no existe. Unos siempre están en el CETI o
vigilando coches, otros son los que tienen un puesto de naranjas en el mercado,
los de más allá venden bragas en los mercadillos a un euro y los de más acá,
mayoritariamente, están en hospitales, institutos, universidades y
ayuntamientos, aunque luego haya alguna comida conjunta, festivalillos,
jornadillas y demás. Es decir, la distinción de clase social va de la mano de
la distinción cultural, y esto en toda España, no sólo aquí. Por eso no estaría
de más que reflexionáramos sobre los términos, ahora que el incienso se
desvanece y los pies vuelven a pisar la tierra. Una religión no puede ser
multicultural, pues se define siempre en oposición a otras. Lo que puede ser es
tolerante, respetuosa con otras creencias y otros modos de vida, justo lo
contrario de lo que se deja ver tras las palabras recientes del obispo de
Alcalá.
José
María García Linares (10/04/2012)
No hay comentarios:
Publicar un comentario