Antes de ayer me llamaron de una compañía de
telefonía móvil para ofrecerme un nuevo modelo de esos que tienen las teclitas
chiquititas y conexión a internet, mensajes gratis y toda la parafernalia de
siempre. Me lo daban prácticamente gratis, no recuerdo si salía a uno o dos
euros. Es la tercera vez que me telefonean en los últimos meses para
persuadirme de que tengo que cambiar de terminal y de que, además, es
conveniente y recomendable y, sobre todo, barato contratar una tarifa para
navegar por la red. Volví a rechazar la propuesta seguro de que no hay
necesidad alguna de cambiar de móvil cada año y de contratar una tarifa de
conexión a internet teniendo un ADSL en casa. Mi rechazo no viene provocado ni
por recortes ni por crisis de ningún tipo, sino por lo que considero que debe
ser el principio de austeridad: hacer un consumo responsable no cuando falta,
sino cuando se tiene. Hasta qué punto es necesario conectarse, por ejemplo, a
una red social en un bar, durante un paseo, en la misma playa, por muchos euros
que ganes al mes. Puede parecer absurdo, pero es una manera de decir no al
aluvión capitalista que no deja de empujarnos hacia una única dirección
posible. Seguramente claudico por otro lado, pero no me considero entregado y
vencido, sin un pequeño margen de decisión.
Resultan
escandalosos los datos publicados esta semana sobre las condiciones de
esclavitud en las que trabajan niños y adultos para empresas como Apple en
Asia. Los procesos de fabricación y producción de Ipad y Iphone, al parecer,
vulneran todos los derechos de los trabajadores, desde los horarios hasta los
sueldos. Y, cómo no, enseguida las voces de la vieja Europa claman contra las
multinacionales que someten a los pobrecitos chino, explotados como están, y,
además, cuestionan la moral de quienes compran estos productos, cómplices,
desde su punto de vista, de la inmoralidad y la deshumanización. Estas voces
olvidan (olvidamos) que para que el nuestro se llame Primer Mundo deben haber
otros que se designen Segundo, Tercero y Cuarto. No hace falta irse a China,
basta con mirar a nuestro alrededor. No puede existir capitalismo alguno sin
explotación, porque en la base misma del sistema la lógica no es otra que la de
a menor inversión, mayor beneficio.
Funcionan así los bancos, por ejemplo, y nadie saca de allí sus ahorros, ni el
que esto escribe. Extraer hasta la última gota de los trabajadores ha sido
siempre el objetivo del Mercado, con mayúsculas. Todo lo demás no es más que
palabrería. Si volvemos a mirar no a China, sino a España, ahí tenemos a todos
estos señores engominados y encorbatados abaratando despidos, implantando minijobs, reduciendo la subida de
salarios, aumentando horas laborales sin retribución laguna, proponiendo el
voluntariado para cubrir lo que antes era empleo público, etc.
Tal
vez esta crisis nos aplaste, nos desanime y nos empobrezca durante décadas,
pero también ha motivado posturas individuales de concienciación, de
responsabilidad, de crítica a un sistema al que pertenecemos todos, que nos
engulle y nos vomita a todos y nos deja varados cuando lo estima pertinente. Y
plantea, no obstante, alguna pregunta interesante, viendo la desazón del Primer
Mundo ante la crisis financiera y las estadísticas sobre principales
preocupaciones de los ciudadanos. Más allá de tener cubiertas nuestras
necesidades básicas, ¿debe ser el dinero el centro de nuestra vida?
José María García Linares (31/01/2012)
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