Qué cachonda que es la vida. El sábado por la tarde les pedí a mis
compañeros de este periódico que si podríamos trasladar esta columna
permanentemente a los martes. Casi todos mis viajes tienen como día de
regreso un domingo y a veces me es imposible cumplir con vosotros,
lectores adorados y recortados, que os quedáis con la tostada en la boca
y sin vuestro raje de los lunes. En fin, que muy diligentes ellos, me
contestan que sí, que como yo guste, así que a partir de ahora saldrán
mis palabras publicadas los martes. En estas cosas estábamos porque el
domingo debería de haber puesto rumbo a Tenerife, previa escala en
nuestra querida y obligada ciudad de Málaga. Cargadito de maletas,
paquetes, añoranzas y deseos por un regreso futuro a esta Melilla del
alma y hoy de algo más (de los co…) me planté en el aeropuerto y a la
media hora me estaban cancelando el vuelo por toda la cara. Resulta que
el avión que venía desde Granada llevaba un retraso excesivo y a estas
lumbreras del aeropuerto no se les ocurrió otra cosa que meter en el
avión que tenía que haber ido a Málaga a los pasajeros con rumbo a la
ciudad de la Alhambra que estaban esperando aquí desde hacía horas.
Mejor mandarlos a ellos que dejarlos aquí tirados para recolocarlos
después en otros trayectos a Málaga porque, seguramente, le hubiera
supuesto a Iberia pagarles el transporte hasta Granada por carretera.
Minutos después cancelaban un segundo vuelo. Y uno miraba el cielo y
veía el sol espléndido, la falta de viento, la ausencia de nubes y el
lunes jodido. Lo que ocurre aquí en Melilla con los aviones es de
juzgado de guardia. No sé a quién tengo que dirigir estas palabras, no
sé a qué autoridad, pero sea la que sea, situaciones como estas no
pueden repetirse. Es la triste historia de siempre. Es otra vez esa
sensación de desamparo, de abandono, de presidio, incluso, porque éramos
tantos en el aeropuerto que no podíamos salir. Incluso saliendo, muchos
perdíamos otros aviones que debíamos haber cogido en Málaga. Esta
gente, o mejor, esta compañía, Air Nostrum, juega con el destino de los
viajeros, con su tiempo, con sus planes, con sus sentimientos. Juega con
nuestra vida y, lo que es peor, no parece importarles lo más mínimo.
Hoy me siento más melillense que nunca, tirado como tantas otras veces,
maltratado en los mostradores de facturación, pensando qué hacer, qué
vuelos buscar, qué papeles rellenar, etc. Si hay mucho tráfico aéreo,
que pongan más aviones, que bien caros que cobran los pasajes. O lo
contrario, que no pongan tantos y no quieran abarcarlo todo. Desde luego
que lo que no se puede tolerar es que mañana no podamos asistir a
nuestros trabajos por cuestiones que no son ni climatológicas, ni
técnicas, ni nada de nada. Algunos han podido ser realojados en otros
vuelos, pero son los menos. Casi todos tendremos que volar el lunes. A
Fomento, a Turismo, a la Presidencia. No pueden ustedes consentir que en
fechas como estas el único medio de transporte rápido con el que cuenta
la ciudad sufra estos inconvenientes. Y me dirijo a ustedes,
directamente, porque todos sabemos que ni es la primera vez que ocurre
esto ni será la última. Qué decepción. A veces Melilla harta.
José María García Linares (09/01/2012)
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